Pasarán años, quizás décadas y se seguirá hablando del 6 a 1 de Ecuador a Colombia. Por los goles, por el juego, por el aplastamiento. Por el tsunami de orgullo de un lado y el terremoto de rabia del otro. Porque le costará el puesto al entrenador portugués Carlos Queiroz. Por el baño de prestigio continental que le proporcionó a Gustavo Alfaro; por algunos jugadores ecuatorianos que Sudamérica comienza a observar con detenimiento. Y porque en solo cuatro fechas Ecuador pasó de ser un competidor sin mayor crédito a aspirante, de aspirante a revelación y de revelación a sensación. Meteórico.

















