Al Mundial, como a recibir el Premio Nobel, se va en esmoquin, a la Eliminatoria se acude en uniforme de combate. Es una guerra sin muertos, pero fascinante, la que más pasiones desata de los torneos sudamericanos por la atmósfera excepcional de cada partido. Si las selecciones activan el sentido de pertenencia, las Eliminatorias exacerban los nacionalismos, los desafueran. Antiguamente, ir a jugar a ciertas ciudades era una aventura viril, había que tener clase y temple para obtener un resultado de visitante. Ahora están dadas todas las garantías para jugar en cualquier parte. La organización del fútbol avanzó siglos, se gana en el rectángulo, no afuera. No obstante, la tensión se mantiene. Parecen duelos de países.