Entrando ya en el otoño de su carrera, James Rodríguez podría no obstante vivir una nueva primavera futbolística. Por un lado, se encamina hacia los 30 años y encarará su decimocuarta temporada; por el otro estrenará ilusión, ese traje nuevo que recicla el alma. Con todo lo que ello significa: nuevo país, nuevo club, expectativas de lograr titularidad y, sobre todo, visibilidad. Como la española, la liga inglesa es la mayor caja de resonancia mundial de este deporte. Estar allí es pertenecer.

Real Madrid lo habría dejado ir gratis -a cambio de ahorrarse su altísima ficha y para eliminar un foco de conflicto con Zidane- y unirá su carrera por los próximos tres años con el Everton, el club de Dixie Dean y de Wayne Rooney. Dean es el máximo goleador inglés de todos los tiempos; Rooney, seguramente el segundo mejor futbolista de esa tierra después de Bobby Charlton. Jorge Mendes, el genio portugués de los negocios, le cumplió una vez más a James: le abrió la jaula del Madrid y lo echó a volar de la mano de su gran valedor (¿y único…?): Carlo Ancelotti, el técnico que mejor lo entendió y más cancha le dio. Porque esta vez no era cuestión de acertar al arco, sino a un arco determinado: había que ver dónde dirigía Carletto y ubicarlo justo allí. Está claro: no hay empresa imposible para Mendes. Por eso es el número uno. (Pensamos: ¿qué hubiese sido de Valderrama, de Bochini, de César Cueto con un Mendes…?)

Empecemos por el destino: ¿qué es el Everton…? Un club de extraordinaria tradición, con 142 años de vida y un pasado más glamoroso que el presente. Hasta mediados de los ’60 los azules competían mano a mano en importancia y popularidad con el Liverpool, su rival de ciudad, incluso de barrio. Luego el Liverpool fue acumulando títulos e hinchas y se le despegó a un Everton que celebró su última liga en 1987. Hoy está un escalón por debajo del llamado “big six”: Manchester United, Liverpool, Arsenal, Chelsea, Tottenham y City. Pero es el cuarto club con más ligas y el que más tiempo ha militado en primera división.

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No es un club chico, es un club achicado. Sin embargo, desde 2016 es propiedad del multimillonario británico-iraní Farhad Moshiri, número 945 según la lista Forbes de los más ricos del mundo con 2.500 millones de dólares de fortuna. Desde su llegada, ha comenzado a inyectar inversiones y el club está en una fase de despegue. Ha fichado (sin buen ojo) numerosos jugadores estos últimos tres años y anunció para 2023 la inauguración de un nuevo e hipergaláctico estadio en los muelles de Liverpool que hará palidecer a todos los demás de la isla, incluso al flamante del Tottenham. El continente no tendrá otro igual. James tiene, sin duda, una pata de conejo en el bolsillo trasero. Aterriza en el momento indicado en cada club: fue a Banfield y salió campeón por única vez en 124 años; llegó al Porto cuando le llovían los títulos; al Mónaco justo con el desembarco del magnate ruso Rybolóvlev, que armó un escuadrón y al Real Madrid que iniciaba la conquista en serie de las copas de Europa. Incluso al Bayern Munich multicampeón, y previo al sensacional triplete reciente. Luego decidió irse y esa triple corona se la dejó servida a Coutinho. El azar le da siempre las mejores barajas. Que sepa jugarlas es otra canción. James debería rezarle cada noche diez padrenuestros a san Mendes, el santo patrono de los fichajes. Que si mañana Ancelotti se va a la Roma, el portugués llevará a James a la Ciudad Eterna. Brille o no brille, juegue o no juegue, lo llevará.

El Everton, que no participa de la Copa de Europa desde 1971 (cumplirá medio siglo sin jugarla) busca ansiosamente un lugar en competiciones internacionales. Ese será el reto de Ancelotti, que tomó el equipo a fines de diciembre y logró darle cierto impulso ganador, pero apenas le alcanzó para terminar decimosegundo pese a haber desembolsado más de 300 millones de euros en los últimos tres años. Y con una bajísima cuota goleadora (44 goles en 38 partidos). Sobre todo, habiendo incorporado media docena de atacantes a precios elevados.

Se entiende que, si Ancelotti le dio el OK a James es porque lo utilizará, lo conoce en profundidad y ya lo tuvo en España y Alemania. Sabe cómo ubicarlo, motivarlo y obtener lo mejor de él. El técnico necesita como mínimo 20 goles más en el próximo torneo si pretende entrar en copas europeas. Tiene un problema de infertilidad en la generación de juego, por lo que no es descabellado pensar que intente juntar a James con el islandés Sigurdsson, el armador y líder del equipo, dueño de la número 10. Arriba son fijos el brasileño Richarlison (costó 40 millones de euros) y el inglés Calvert-Lewin; ambos lograron 15 goles en la última estación. Pese a que James llega con padrino, no puede relajarse pues, aunque Everton posee un plantel de menos calidad que el del Madrid, es bastante más amplio en número. Son 30 profesionales, casi todos fichados en sumas importantes. A los dos goleadores deben agregarse dos ex Arsenal, Theo Walcott (22 M€) y Alex Iwobi (35 M€); Moise Kean (27,5 M€), el afroitaliano proveniente de la Juventus; el turco Cenk Tosún (22 M€) y el español Sandro (6 M€). El mediocampo también está poblado. Además del nombrado Sigurdsson (50 M€), el portugués André Gomes (25 M€), el brasileño Bernard (llegó con pase libre), Delph (9,5 M€); Tom Davies, un chico del club que se ha ganado la titularidad, y Allan (22 M€), el otro brasileño que Ancelotti se llevó del Napoli. Ojo, no es que llega James y los otros se corren, habrá harta competencia.

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Inglaterra ya anunció que no permitirá los cinco cambios, por lo que vuelve a reducirse la posibilidad de entrar en los segundos tiempos. Seguramente James no esté listo para el próximo domingo, cuando Everton debute en liga visitando al Tottenham de Mourinho en Londres, pero la presencia de Carletto le garantiza minutos y partidos, protagonismo. No se lo sugeriremos desde aquí, James lo debe saber: jugar en Inglaterra, como en Alemania, requiere de un óptimo nivel físico, entreno y cuidado máximo, si no los ves pasar. El Everton es otra primavera que le ofrecen la vida y Mendes (y Ancelotti…). La ocasión de jugar, de regresar a un primer plano. La liga inglesa ofrece una vidriera universal, todo lo que allí se logra, retumba.

Liverpool es húmedo y frío, llueve seguido, nieva y se habla inglés. A los demás jugadores no les molesta. En todo caso es el peaje que cobra el éxito, hay que pagarlo y avanzar. Algunos se preguntan si no es poco club para James, pero está bien, si recupera el hambre de triunfo, el ojo del tigre, puede ser feliz allí, como son felices Muriel y Zapata en el Atalanta. Eso sí: la pelota la tendrá poco y la verá pasar mucho. El Everton no domina, lo dominan. En la Premier se raspa tupido y los jueces dejan seguir. Y ya no gozará de los arbitrajes madridistas.

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Tiene una edad todavía buena para el fútbol -29 años- pero tampoco está para seguir tirando años por la ventanilla. Es el Everton o después China. Debe aprovecharlo. La contra, hoy, es su escasísima actividad. En los últimos dos años y casi cuatro meses James ha jugado, entre el Bayern y el Madrid, 2.412 minutos que, sumados, representan 26,79 partidos, cuando un futbolista con continuidad en Europa bordea los 50 encuentros por temporada. Y muchos de esos 2.412 son los que en España llaman “los minutos de la basura”, que es cuando se entra en los cinco, diez o quince minutos finales. Una cosa es estar en peso, otra en ritmo y una más, amistado con la pelota.

Pero ya no tiempo de mirar atrás. Lo sabemos todos y lo sabe James: basta de cháchara, es hora de demostrar. (O)