“Nuestro amigo-hermano Roberto Frydson acaba de morir”. Fue el mensaje que me envió Humberto Montalván, con quien compartimos, los tres, aquella hermandad nacida en la vieja piscina Olímpica y en el orgullo de ser vicentinos. Entre la niebla del dolor y la ausencia definitiva surgió como una sombra vital esa larga historia que transitamos juntos desde 1959 en el mundo de la natación y que jamás tuvo la turbiedad que, a veces, una imaginación obnubilada, hace que se rompa el lazo afectivo y se sepulte el noble sentimiento de amistad cultivada por años y soldada por la nobleza y la lealtad.