El 24 de mayo de 1981 se convirtió, para nuestra historia, en un fecha de triste recordación porque fue el día en que el entonces presidente Jaime Roldós Aguilera, su esposa Martha Bucaram, y la comitiva que lo acompañaba perdieron la vida en un trágico accidente aéreo acaecido en Celica, Loja.

Roldós había ejercido la presidencia desde el 10 de agosto de 1979 cuando se reinauguró el orden democrático luego de un largo periodo de una dictadura militar. Se lo consideraba un político con ideas frescas, dispuesto a enfrentar a las viejas estructuras, de pensamientos claros y enérgicos; el año y nueve meses de presidencia lo convirtió en un político maduro y de gran capacidad discursiva.

Ese 24 de mayo Roldós, en un evento cívico en homenaje a la Batalla del Pichincha, en el estadio Olímpico Atahualpa de Quito, repleto con más de 40 000 asistentes, presidió la ceremonia donde condecoró a varios héroes militares. Cerró el acto con una de sus especialidades: el discurso de rigor cargado de conceptos políticos, enfrentando con valentía a los detractores y a sectores del público presente que durante su oratoria, con silbidos, demostraban su descontento. Roldós frío y calculador, sin descuidar la forma y el contenido de su alocución, finalizó con esa frase que la recordamos siempre, porque fueron las últimas que ofreció al pueblo ecuatoriano: “Este Ecuador amazónico, desde siempre y hasta siempre”.

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Roldós inmediatamente se movilizó al aeropuerto Mariscal Sucre, donde lo esperaba un Jet Beechkraft SK-200, con capacidad para once pasajeros. El viaje estaba programado para las 14:00 y tenía como destino final Zapotillo, en Loja, para otra ceremonia cívico-militar. Lamentablemente al presidente Roldós y a todos sus acompañantes los había convocado la muerte. Nunca llegaron al lugar. La noticia del trágico accidente se la mantuvo en reserva por unas horas, antes de que la conozca el pueblo ecuatoriano.

Mientras todo aquello sucedía, en el estadio Modelo, ante 51 500 espectadores, se jugaba el partido Ecuador-Chile, por las eliminatorias al Mundial de España 1982; a la Seleccion la dirigía el uruguayo Juan Eduardo Hobberg y Paraguay el otro integrante del grupo.

Lamentablemente, a Roldós y compañía los convocaba la muerte.

Ecuador había enfrentado a los guaraníes la semana anterior en el mismo escenario venciendo 1-0 con gol de Orly Klínger, el Zapatón, el talentoso y espigado zaguero central de nuestra selección. Con ese triunfazo, Ecuador recibió el 24 de mayo de 1981 al fuerte equipo chileno. La Tricolor alineó así: Carlos Delgado; Flavio Perlaza, Klinger, Pepe Paes, Digner Valencia; Belford Párraga, José Villafuerte, Polo Carrera; Mario Tenorio, Lupo Quiñónez, Wilson Nieves. El árbitro fue el uruguayo Juan Cardellino.

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El partido era muy favorable para Ecuador, que había desperdiciado algunas claras oportunidades de gol. Al término del primer tiempo la noticia de la tragedia se tomó el palco de autoridades; entre los dirigentes ecuatorianos estaban Jorge Arosemena, Elías Wated, Galo Roggiero, Carlos Coello, Cesáreo Carrera, Ferdinand Hidalgo, Ney Valero, y tuve la oportunidad de también estar en ese lugar, al ser vicepresidente de la comisión técnica nacional de la FEF; en el palco también estaban tres altos dirigentes chilenos y el brasileño Abilio D’Almeida, delegado por la FIFA.

La triste noticia del fallecimiento de Roldós y sus acompañantes consternó a todos los que estábamos presentes en el palco de autoridades del Modelo. Casi incrédulos nos mirábamos sin saber qué decir ni opinar sobre lo que correspondía hacer. La decisión de suspender el partido fue tomando cuerpo. Los dirigentes chilenos, considerando el momento de dolor, no se opusieron a que se lo dé por terminado y que se reinicie en otra fecha que dispongan las autoridades de la Conmebol y FIFA. Se consultó al árbitro Cardellino y a los jueces de líneas Fortunato y Bazán y todos aceptaron que no era adecuado continuar, que eran comprensivos por el momento de dolor y tristeza que se vivía en ese momento.

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Mientras tanto las emisoras radiales ya hacían pública la noticia del fallecimiento de Roldós y de la primera dama Martha Bucaram. Un silencio indescriptible y profundo se extendió entre hombres, mujeres y jóvenes que bajaban la cabeza y oraban. Muchos lloraban.

Chile se llevó un punto y D'Almeida se salió con la suya.

Mientras transcurrían esos momentos de incertidumbre ciertas autoridades del orden sugirieron que no era conveniente una salida masiva de los espectadores, porque consideraban un gran riesgo la reacción que pudieran asumir ante tan angustiosos momentos. Los minutos pasaban y bajamos al centro del campo de juego cuando por el parlante del estadio se anunciaba al público el insuceso y se les solicitaba tranquilidad y calma.

El conciliábulo ahora se había instalado en la mitad de la cancha, hasta que la voz grave y parca de Abilio D´Almeida, ostentando su máxima autoridad, amenazó a la dirigencia que si el partido no continuaba Ecuador podía ser sancionado por la FIFA, descalificándolo en esas eliminatorias y la suspensión podía extenderse hasta el próximo Mundial. El carácter impositivo de D‘Almeida no dio ningún chance para que la dirigencia ecuatoriana insista en que lo adecuado era suspender el partido. La dirigencia chilena dio media vuelta y dio instrucciones para que se preparen sus futbolistas, que se iba a seguir jugando. Los seleccionados ecuatorianos, atónitos ante la ilógica disposición, comenzaron a trotar lentamente, sin el convencimiento que la función debía continuar. Mientras retornábamos al palco oficial el calvo D´Almeida, impertérrito, había tomado la deshonrosa decisión de continuar un partido de fútbol, en pleno duelo nacional.

El partido continúo. La intensidad del equipo ecuatoriano no fue la misma, el partido fue intrascendente. Chile estaba consiguiendo el resultado aprovechando la incertidumbre del momento. Por la irrita decisión de D´Almeida, los 45 minutos que restaban fueron sin el entusiasmo de la hinchada, muchos de ellos se habían retirado del escenario. El juego terminó 0-0 y Chile se llevó el punto que tanto requería. D´Almeida se había salido con la suya.

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Ese mismo dirigente brasileño fue cuestionado en 1973, cuando la Unión Sovietica debía jugar una repesca contra Chile, en Santiago. Los europeos pidieron hacerlo en un país neutral porque era reconocido que el estadio Nacional servía en esos tiempos de prisión para opositores y ahí se asesinaban a contrarios al régimen de Augusto Pinochet. D´Almeida, designado para evaluar el caso, hizo el reconocimiento del estadio y declaró que en Chile no habían violaciones a los Derechos Humanos y que se vivía en paz y tranquilidad. La URSS no aceptó y Chile clasificó sin jugar. En el libro Historias secretas de los mundiales, de Alejandro Fabbri, sobre esa decisión, hace notar el miserable proceder de Abilio D´Almeida, el mismo personaje que años más tarde, el 24 de mayo de 1981, provocó la inolvidable deshonra al pueblo ecuatoriano. (O)