Me hice barcelonista porque cuando yo era pequeño la mayoría de los guayaquileños eran seguidores del club; además, Pedro Villalta, un primo mío que había jugado en Barcelona (anotó un gol en el primer partido en la historia contra Emelec, en 1943), me llevaba al estadio (Guayaquil, luego llamado Ramón Unamuno) a ver al equipo y terminé de hacerme seguidor.

Luego tuve uno de los más grandes honores de mi vida: jugar en Barcelona. No cualquiera se pone esa camiseta porque de verdad pesa.

Debuté a los 16 años, siendo casi un niño y por eso quiero a Barcelona como a mi vida. Ser parte del club me dio infinidad de satisfacciones como ser campeón de Asoguayas y del torneo nacional.

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Coronarse con Barcelona hace que uno sienta una felicidad que no tiene límites. No tengo palabras para definir esa sensación. Era increíble el cariño que nos expresaba la gente; los niños querían tocarnos como si fuéramos de otro mundo.

Yo me retiré como campeón ecuatoriano en 1966, con 30 años y terminé mis estudios para graduarme como ingeniero civil, que es mi profesión. También tuve otra situación que agradezco: haber jugado en Barcelona con mi hermano Simón en un época en que había más afecto de los futbolistas hacia el club. Ahora eso se ve como si fuera de otro mundo.

Este aniversario coincide con una pandemia, pero ya habrá tiempo de festejar a mi club querido. (O)