Uno de los sucesos más renombrados en la historia del fútbol mundial es el denominado Maracanazo. Ocurrió en la última fecha de la Copa del Mundo de 1950, cuando el 16 de julio Uruguay derrotó 2-1 al archifavorito y anfitrión Brasil.

De ese partido jugado en Río de Janeiro se ha comentado mucho. Por ejemplo, solo pensar que 220 000 almas colmaron el escenario, que dicho sea de paso, había sido construido para la competencia e inaugurado apenas un mes antes.

El compromiso por el título fue dramático y sus consecuencias también. Brasil se adelantó con un gol, arrancando el segundo tiempo, anotado por Friaça. Pero luego llegó el empate obra de Juan Alberto Schiaffino; ese 1-1 todavía le daba la corona a Brasil (no hubo final. Se jugó un cuadrangular y campeón era el que sumara más puntos. A la misma hora, en Sao Paulo, Suecia y España se enfrentaban por el tercer lugar). Hasta que llegó, a los 79 minutos, uno de los goles más impactantes en la historia del balompié, el de Alcides Edgardo Ghiggia. Ese fue en un momento crucial que desmoronó a la selección brasileña y provocó que el campeón sorpresivo sea Uruguay. La ceremonia de entrega del trofeo, que recibió el capitán Obdulio Varela, fue todo un hecho casi furtivo. Jules Rimet, presidente de la FIFA, debió improvisar un discurso, ya que el que tenía listo no servía. La caída de Brasil dejó muchas víctimas; se confirmó que hubo suicidios y muertes súbitas. Hubo una decepción colectiva. Brasil quedó en silencio; la tristeza se había tomado todos los hogares de ese país.

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Mira aquí el resumen del partido Uruguay 2-1 Brasil

El gran escritor Eduardo Galeano describió así la trascendencia del Brasil-Uruguay en el Maracaná: “Los moribundos demoraron su muerte y los bebés apresuraron su nacimiento. La noche anterior del 16 de julio nadie podía dormir y a la mañana siguiente nadie quería despertarse”.

De blanco al amarillo

Muchas cosas sucedieron luego de ese fatídico día para los brasileños. El uniforme que usaba la selección era blanco, color que había adoptado en 1914. Pero después de la debacle ante los uruguayos decidieron cambiar. Para que aquello suceda la entonces Confederación Brasileña de Deportes (luego de Fútbol) abrió un concurso que lo ganó Aldyr García Schlee, que con apenas 18 años diseñó la indumentaria verdeamarela, que luego fue gloriosa.

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Se conoce que con el tiempo coleccionistas adquirieron el lote de monedas y estampillas conmemorativas que iban a ser lanzadas luego del triunfo de Brasil en su Mundial. Esas monedas acuñadas fueron adquiridas a precio devaluado; hoy se cotizan muy alto. También se sabe que nunca se escuchó un himno patriótico grabado bajo el nombre de ‘Brasil os vencerá’. Los diarios debieron reconstruir sus portadas, como O Mundo, que la había diseñado con la foto de la selección y el titular ‘Honor y gloria a los campeones mundiales’.

Con el paso de los días la sociedad brasileña inducida, en parte por la opinión de la prensa, y sobre todo por las supersticiones del pueblo llano, decidió que Moacyr Barbosa era el culpable de la derrota. Era el portero maldito. Así comenzó para el futbolista del Vasco da Gama un triste tránsito por el resto de su vida. Del negro arquero de Brasil que antes del minuto 79 era un héroe y para el que en apenas 30 segundos cambió su vida.
Sobre la jugada aciaga un periodista radial le consultó y Barbosa dijo: “Llegué a tocarla (la pelota), creí que la había desviado. Escuché el silencio del estadio y tuve que hacer un esfuerzo para mirar para atrás. Ahí me di cuenta de que el balón estaba adentro. Un frío paralizó mi cuerpo y sentí que todos me miraban a mí”.

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‘Necesitaban un culpable’

El entrevistador hizo silencio y después de unos segundos sentenció: “No te miraban Barbosa, lloraban por ti”. Así se acabó la entrevista. Afirman que el exguardameta bajó la cabeza y respondió algo que no salió al aire: “La gente necesitaba un culpable y ese fui yo”.

Hay muchas anécdotas tristes que Barbosa vivió en carne propia, como cuando en una fila de un supermercado, una señora le dijo a su hijo: “Mira, este es el hombre que un día hizo llorar a todo Brasil”. El gran Barbosa de a poco se fue convirtiendo en una sombra, en un fantasma visible.

Es conocido que durante las eliminatorias al Mundial de Estados Unidos 1994, y con clasificación en riesgo, el técnico Parreira y su asistente Mario Zagallo, se enteraron de que Barbosa haría una visita al plantel de Brasil. El cuerpo técnico se asustó, entró en pánico, y ordenó que de ninguna manera lo aceptaría. No querían que un desafortunado pudiera contaminar con su mala suerte a sus jugadores. A Barbosa solo le quedó tomar la retirada.

Moacyr Barbosa Nascimento, nacido en marzo de 1921. De cuna humilde, lavaba vidrios en el Laboratorio paulista de Biología. Lo hacían tapar en el equipo de la compañía, hasta que comenzó sus andanzas por el fútbol profesional en el pequeño el Ypirangá, de la liga de Sao Paulo. Luego un scout del Vasco da Gama se lo llevó para Río y al poco tiempo se convirtió en ídolo. Su convocatoria a la selección vino pronto, por sus condiciones técnicas; ágil, saltaba mucho y seguro de manos. Todo era color de rosa, hasta el fatídico 16 de julio de 1950.

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Su muerte en el 2000

Barbosa falleció el 27 de abril de 2000, en Praia Grande, a los 79 años, por un derrame cerebral. Vivía solo después de la muerte de su esposa, en 1997. El Vasco da Gama le dio una mínima ayuda. Al entierro fueron 30 vecinos de barrio, no acudió ningún dirigente del fútbol de Brasil, ni autoridades. Teresa Borba, una amiga que lo asistió en sus últimos días, cuenta que antes de que muera, repetía “no fue mi culpa, éramos once”.

En mi investigación hallé que algunos escritores y periodistas intentan reivindicar a Barbosa. Toda esa tendencia arrancó con el famoso periodista Armando Nogueira, que escribió: “Barbosa fue la persona más maltratada de la historia. Era un arquero magistral. Hacía milagros desviando con mano cambiada. El gol de Ghiggia le cayó como una maldición. Cuanto más pasa el tiempo, más lo absuelvo”.

Para encontrar mayores explicaciones busqué al historiador ecuatoriano Alberto Sánchez Varas, quien mantiene una tesis que no conocía. Dice que las principales causas fueron que el periodismo de Río había creado un ambiente exageradamente triunfalista. Los dirigentes atosigaron y presionaron a los jugadores antes del partido, y que el entrenador Costa pensaba más en una segunda candidatura a alcalde de Río. También identifica el error de cobertura del defensa Bigode sobre Ghiggia y que se buscó un culpable para distraer y disminuir la brillante y valiente actuación uruguaya en 1950.

‘No cometí un crimen’

En fin, una triste historia. Como epílogo agrego una frase de Barbosa que retumba más con los años: “La pena máxima en Brasil son 30 años de cárcel, pero yo he estado pagando una pena de 50 años por un crimen que no cometí”.

En su laberinto emocional nunca entendió por qué perdió todo; su único capital, que era el cariño del hincha. Cuando supo que la CBF cambiaría los arcos del Maracaná pidió que le den las maderas. Barbosa las quemó. La gente lo interpretó como aceptación de su culpa. Ningún esfuerzo le sirvió en vida para quemar el desprecio popular. Eso sí, confío en que post mortem, la razón lo reivindique para situarlo como uno de los mejores arqueros del fútbol de Brasil. (O)