Por: Andrea Monti

A las 17:00 (hora italiana, el pasado 2 de junio), en el centro de la Arena Verona, el hombre que subyugó al Giro de Italia detiene la bicicleta, se derrumba en el manillar y llora. Inmóvil, encerrado en sí mismo, por un minuto interminable. Luego levanta la cabeza y mira lentamente alrededor para asegurarse de que la deslumbrante luz del triunfo no pertenezca a un sueño. Reabre los ojos y abraza el ruido físico de la multitud salpicada por las banderas amarillo, azul y rojo de su país, que lo calma: Richard Carapaz sonríe realmente y es un momento que debe imaginarse con emoción porque está sobre la pasarela rosa (instalada en el Coliseo de Verona) que lo condujo hasta aquí y es el final de un largo y accidentado viaje.

Cuán épica es una historia de vida que va desde los caminos embarrados de los Andes hasta el corazón monumental de Verona. El trofeo Senza Fine (Sin Fin) es para un ecuatoriano por primera vez y no solo gradúa a un campeón que ha demostrado tener más piernas y valor que todos. Premia también a una comunidad caliente y a toda una nación que, a miles de kilómetros, al oeste del (río) Adigio (que recorre el noreste de Italia) delira con quien ha sido elegido como símbolo de redención. Y no solo de los deportes.

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Provincia de Carchi, municipio de El Carmelo, comunidad de Playa Alta, es una forma extraña de bautizar un lugar olvidado por Dios entre Ecuador y Colombia, a 3.000 metros sobre el nivel del mar. En esas soledades que parecen provenir de una historia de García Márquez nació hace 26 años el pequeño Richie, de 1,62 metros de estatura y con muchos nervios y determinación. Fue procreado por Antonio Carapaz –campesino y vendedor de chatarra que le regala la primera bicicleta– y por Ana Luisa Montenegro –una máquina de ordeño–.

Gracias a patrocinadores, los padres de Carapaz hicieron su primer viaje fuera del pueblo y ahora están allí en Verona, detrás del escenario, con el resto de la familia, su esposa Tania y los dos niños pequeños. Se ven incrédulos y un poco golpeados, pero no perdidos. Lo lees en su rostro: gente dura, orgullosa. Como duro y orgulloso es el ganador que no esperabas.

Al destino le encanta jugar con nombres. El ciclista se llama casi Carapace (Caparazón), como las corazas, la parte más resistente con que la madre naturaleza ha dotado a ciertos animales, desde la tortuga hasta la langosta. Su nombre es un presagio: Carapaz. Es realmente duro y subestimarlo fue un gran error. Se discutirá largamente si Roglic y Nibali, cuidándose unos a otros como la serpiente y la mangosta, no lo favorecieron al darle la victoria final. Pero quien, a la llegada de Courmayeur, vio al ecuatoriano remontar la larga pendiente, con el poder de una máquina de vapor, los músculos como los pistones que muelen la calle, comprendió por qué en casa le dieron un apodo grandilocuente: Locomotora de Carchi. Bajo el Mont Blanc, Carapaz recordó a una de esas locomotoras envueltas en humo y fuego que a principios del siglo XX se adentraron en los valles andinos. Un poder de otros lugares y otros tiempos. Créanos, la maglia rosa tiene un ganador digno y merecido. Por supuesto, esperábamos hasta el último ver a Vincenzo Nibali vencedor en Verona. Nos tentó con todo porque la maglia rosa es y seguirá siendo su gran amor.

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Pero no hubo éxito porque con casi 35 años de edad hay momentos en que la fatiga es un torrente ácido en las venas y el diálogo entre un cerebro habitado por una clase inmensa y las piernas –que inevitablemente deberían obedecerlo– se enreda. En realidad, nuestro Tiburón Nibali se defendió atacando y coleccionando todo lo que pudo: el sexto podio en el Giro enriquece un increíble palmarés, lo coloca definitivamente en el olimpo del ciclismo y hace feliz al equipo Bahrain Merida que creyó en él.

Mientras, Carapaz, gracias a la victoria, seguramente terminará en la camiseta del equipo Ineos. Finalmente, con respecto a los presupuestos, todos los fanáticos del ciclismo deberían estar felices: se produjo una novela convincente. Desde los Andes hasta los Apeninos y los Alpes el Giro 102 entra en la historia con un título que emociona. (O)