Ciento sesenta años atrás, cuando el fútbol se inició como actividad no existía la figura del director técnico. Era el capitán quien gobernaba a un equipo, al que se obedecía en el campo y fuera de él, quien decidía la integración del equipo. Una figura central. Por lo general era también fundador del club o, al menos, directivo. Con los años, en la medida que fueron siendo necesarias estrategias para poder ganar los partidos, cobraron importancia aquellos que veían mejor el juego.

Y, al fin, sobre los años 20 apareció el entrenador, pues se entendía que era necesario prepararse atléticamente y pensar en ciertas tácticas. Hasta derivar en el director técnico, un personaje ya específico, con mando conferido y dedicado en exclusiva a hacer del equipo una maquinaria competitiva. Estos fueron evolucionando de un exjugador querido y bonachón a un caudillo y luego a un estratega cada vez más capacitado. Hasta llegar al hoy, en que es el jefe de un cuerpo especializado que puede llegar a tener diez, quince o veinte colaboradores.

Es uno de los engranajes que más admiramos de este deporte. El futbolista juega y consigue los triunfos en el campo, el hincha sostiene toda la actividad con su pasión y su aporte, el técnico es el ingeniero del fútbol. Es tal su importancia que, actualmente, si un club acierta con un gran entrenador llega al éxito, si falla se encamina hacia grandes problemas. Lo vemos en los dos equipos más populares de Inglaterra: Manchester United pifió con Mourinho y, más allá de reveses deportivos, generó enormes pérdidas al club y desilusión entre los simpatizantes. Liverpool acertó un pleno con Jurgen Klopp y su gente vive una euforia comparable a la de sus años de oro, en los años 70 y 80. A la vez, el club se proyecta de nuevo como una potencia económica y una marca mundial.

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De modo que es un estamento clave. Tanto que, hoy, todo proyecto deportivo comienza por un buen conductor. Al tiempo, el entrenador es un sujeto al que admiramos porque nadie sabe más del juego, está las 24 horas pergeñando cómo mejorar el equipo, a sus jugadores, viendo partidos, hablando con sus colaboradores, que saben de preparación física, de psicología, de arqueros, de delanteros –porque lo fueron–, de alimentación, hasta convienen con el canchero cómo debe cortarse el césped para desarrollar movimientos más fluidos. Además, el técnico sabe manejar grupos, es docente, está preparado para enfrentar al directivo, al jugador, al periodista, al público.

Solo por dar un ejemplo: no puede existir en Uruguay una persona que sepa más de esto que Óscar Washington Tabárez. Es imposible. Tal vez no haya en el continente. Todo el fútbol está en su cabeza. Eso no quita que también se equivoquen, que no puedan escuchar a otros, incluso simples aficionados. Y que tengan sus patinadas. En estos días Boca contrató como nuevo entrenador a Gustavo Alfaro, excelente profesional, de impecable currículum. Se lo sacó a Huracán, club con el que Alfaro tenía contrato hasta junio próximo. Una prepotencia de Boca. Y un renuncio de Alfaro, quien se fue pidiendo perdón a los hinchas del Globito, que lo tildaron de traidor. El DT escribió una carta de disculpa a la grey huracanense y, letra más o menos, dice lo usual en estos casos: que Boca es un tren que pasa una vez en la vida… Y hay que subirse. No es el primero. Sucede que a Alfaro lo traicionó el archivo: proclamó varias veces que los contratos hay que respetarlos y, horas antes de darle el sí a Boca, lo habían consultado de una radio colombiana (él es comentarista, y muy certero, de Caracol televisión en los mundiales y copas América) y dijo que “no lo movía para nada ser técnico de Boca Juniors”. Obviamente, todo ello encendió la polémica.

No le faltaron abogados. Periodistas que lo defendieron alegando que “los presidentes de clubes, en general, no vacilan en echar a los entrenadores que no dan resultado argumentando la búsqueda de ‘lo mejor’ para la institución que presiden. Pero si un entrenador deja el club buscando lo mejor para su carrera se permiten tildarlo de traidor”. Otros se preguntaron: “¿Y cuándo un DT firma por un año y lo echan a los tres partidos…?”. Y unos más opinaron que “Jugadores y técnicos son profesionales y buscan progresar, cosa que está muy bien y para la cual no caben reproches”.

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O sea, la fidelidad, al canasto. Ya no solo la palabra es un bien descartable, también un contrato rubricado y en vigencia. No queremos personalizarlo en Alfaro porque no es el primero, simplemente su salida de Huracán disparó el tema. También es entendible su ilusión por dirigir a Boca. Pero patinó. Sabemos de un caso, Eduardo Berizzo, a quien no tenemos el gusto de conocer, cuyos códigos enaltecen a su profesión. Estando empleado en un club no responde llamadas de otros directivos. Se rehúsa a hablar.

Vivimos una época donde un eslogan marketinero salva las faltas de ética o una situación indecorosa. Los futbolistas son los reyes de zafar con palabras elaboradas. Neymar se fugó del FC Barcelona aduciendo que iba en busca de nuevos desafíos (la fortuna del jeque catarí del PSG). Cristiano Ronaldo inventó que la Juventus suponía un nuevo reto para su carrera, cuando la verdad es que él pretendía 30 millones netos de salario anual y el Real Madrid no aceptó dárselos. “Entonces me voy”, amenazó. “Perfecto, consíguete club”, respondió Florentino Pérez. Y se fue. Pero el tema era puramente económico. La Juventus viene de ganar 7 años seguidos el Scudetto (ya casi se aseguró el octavo) y de ser finalista y semifinalista de la Champions. Es el Real Madrid italiano. No supone ningún reto deportivo. Tampoco el Napoli fue un desafío de Maradona en 1984. Jamás se lo planteó así.

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El Barcelona no lo quería ver más porque en lo deportivo no justificaba su borrascosa vida privada. Le puso un cartelito: SE VENDE. Y el único que ofreció los 6 millones solicitados para llevárselo fue el cuadro napolitano. Cualquier otra interpretación que se le dé es ficción, literatura. Luego terminó en una maravillosa novela rosa, pero esa es otra historia.

Los DT también tienen sus atajos lingüísticos. Y no es lo mismo cuando a un técnico lo echan que cuando abandona un club teniendo contrato, para irse a otro. La diferencia es que cuando los clubes despiden a un entrenador deben pagarle el resto del acuerdo o convenir una indemnización, pero cuando los técnicos dejan plantado al club no le pagan el resto del contrato. Lo arreglan con una cartita: “Discúlpenme”.

Además, quienes abogan por respetar los procesos son los técnicos, no los dirigentes. Si les va mal, “hay que respetar el proceso”; si les va bien se marchan porque “es un tren que pasa una sola vez en la vida”. Más sincero de parte de los entrenadores sería proclamar que “hay que respetar los contratos… hasta que sale uno mejor”. (O)

 

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Vivimos una época donde un eslogan marketinero salva las faltas de ética o una situación indecorosa. Los futbolistas son los reyes de zafar con palabras elaboradas (Neymar y Cristiano).