Es curioso: Bayern Munich ganó las últimas seis coronas de la Bundesliga y, en el mismo lapso, tres copas de Alemania; hace apenas cinco años (en 2013) conquistó la Champions League y el Mundial de Clubes; es parte de las ocho entidades más poderosas del universo futbolístico; compró en propiedad el impresionante estadio Allianz Arena; logró su récord de ingresos en 2017 con 641 millones de euros; es socio estratégico de tres gigantes internacionales: Audi, Adidas y la reaseguradora Allianz, y tiene el mayor número de socios de todas las instituciones de fútbol del planeta: 290.000. Pero está en crisis porque no ganó en los últimos cuatro partidos.

Y no deben faltar hinchas que mascullen: “¡Qué vergüenza… a lo que hemos llegado…!”. Incluso no escasearán quienes, a la salida de un partido, le lanzan un improperio a Uli Hoeness o a Karl-Heinz Rummenigge, responsables de haber logrado semejante prosperidad y gloria. Además, lograda con doble mérito: como jugadores campeones primero, como dirigentes luego.

Vaya… el Bayern sí es un buen ejemplo del exitismo reinante en la sociedad moderna. Y en el fútbol. Conste que hablamos de un club alemán, donde se supone que el público es más reflexivo y menos pasional. Pero según Ezequiel Daray, corresponsal de Fox Sports en Alemania, había un clima muy pesado el sábado último en el choque ante el Borussia Moenchengladbach.

Publicidad

El público es un león al que hay que estar arrojándole chuletas de lomo, una tras otra, para que no se enfurezca. Y nunca está saciado ni demasiado contento, quiere más. Esa exacerbación del triunfo y a la vez esa exigencia desmesurada y continua de victorias quizá sea una necesidad de mucha gente para aplacar sus frustraciones personales. Encuentran en el Bayern, en el Real Madrid, en Boca Juniors la tableta ideal que les quita el malhumor, la rabia, el desencanto cotidiano. Pero para eso es necesario ganar, ganar siempre, a como dé.

El Real Madrid, casi no hace falta agregarlo, es el club más ganador de la historia combinando ligas locales con internacionales. Su ciudad deportiva de Valdebebas es de fábula, el estadio Bernabéu, ya espectacular, lucirá en dos años como una avanzada nave espacial, pues se acaban de autorizar los recursos para su remodelación; ganó cuatro de las últimas cinco copas de Europa, tiene un plantel estelar, incluido el ganador del The Best, Luka Modric, pero atraviesa una etapa de turbulencias por los magros resultados en las primeras ocho jornadas de la liga y su flojo comienzo en Champions. Hay descontento, bajó la asistencia de público y el técnico Julen Lopetegui está en el precipicio. Naturalmente, estamos hablando de crisis deportivas, pero cuando se profundizan erosionan lo institucional y lo económico.

El exitismo feroz lleva a que lo único casi con valor actualmente para el hincha sea el plano internacional. Por eso el FC Barcelona tuvo en la temporada 2017-2018 un resultado casi aciago para estos tiempos: ganó “apenas” el campeonato y la Copa del Rey. ¡Y el torneo local con 17 puntos de ventaja sobre el Madrid…! Pero su defección en Europa lo dejó alicaído. Antes, cuando un club español lograba el doblete era un año inolvidable. Lo mismo le ocurre al Paris Saint Germain, empachado de títulos nacionales, lo único que aplacaría la sed de su público (y la exigencia del jeque) es una coronación continental. Fuera de eso, no le sirve nada.

Publicidad

Cuando cada uno estaba en su aldea, eran felices. La explosión de las comunicaciones, que interconectó al mundo, cambió las aspiraciones. Esa casi desesperación por los lauros internacionales provoca la subvaloración de las conquistas domésticas. Paradigma de ello es Emelec, que en una brillante tacada ha ganado cuatro títulos en cinco años, además de inaugurar un estadio maravilloso y tener el club saneado. Pero se advierte cierta insatisfacción en algunos hinchas, que reclaman una alegría internacional, si es posible la Copa Libertadores de América (como si fuera cuestión de decidirlo nomás).

Se nota en Twitter, especialmente, donde todo el mundo opina. El tuit, un ingrediente que hasta hace cuatro o cinco años no existía, es ahora un costado inquietante del fútbol, una picana. Hay que cuidarse de la mordacidad, la intolerancia, los memes, las quejas, la irascibilidad.

Publicidad

Es inflamable Twitter.

En el caso de Emelec, Ricardo Vasconcellos Figueroa hace un apunte valioso: “Hay muy poca memoria y hasta distorsión de la realidad. Se olvidan de que en 2007, si no se anulaba el descenso antes del inicio del torneo, Emelec pudo bajar a la B en diciembre de ese año. Y distorsión porque se asume que el nivel de competitividad de Emelec, la contratación de buenos futbolistas nacionales, la venta de jugadores por muchos millones de dólares, ser protagonista permanente desde el 2009, remodelar y embellecer el estadio Capwell, la solidez institucional, la cotización alta de la marca, la imagen positiva a nivel institucional y la sanidad financiera son cosas que han pasado toda la vida. No es así”.

Lo mismo acontece con Peñarol y Nacional. El nuevo escenario sudamericano, donde la potencia económica de los clubes brasileños y argentinos los torna favoritos año tras año, hace que el mercado uruguayo, pequeñísimo, no tenga cómo competir. Y el orgullo de los grandes de Montevideo eran sus lauros continentales. Se cumplieron 30 años desde la última Libertadores ganada por uno de ellos (Nacional). Puede que pasen muchos más. Las vueltas olímpicas locales no colman las demandas de los hinchas.

En las selecciones pasa lo mismo. Millones de ecuatorianos futboleros pensaron que jamás verían a su equipo nacional en un Mundial. Y no pasaba nada. Luego hilvanó tres mundiales de cuatro y ahora, si no se llega, hay revuelta. Creció la expectativa. Como aumentó en Perú o incluso en Venezuela. Hasta hace unos años, si Chile no iba al Mundial la vida seguía fluyendo placenteramente, ahora si no clasifica es una catástrofe.

Publicidad

Ese exitismo llevado a límites casi irracionales lo sufrió Argentina en Rusia 2018, donde un mal equipo estaba obligado a ser campeón mundial o irse como se fue, cada jugador por su lado como quien patea un hormiguero. Ni partida en delegación hubo, salieron casi escondidos cada quien por su cuenta dado el horroroso clima que se vivía en torno a ellos, y que la prensa argentina fomentó febrilmente. Lo único que servía era ganar y, si no, había que incendiar el campamento.

Jorge Sampaoli –al margen del análisis de su indiscutible fracaso– declaró el martes en Marca algo que no es difícil imaginar: “Cada partido era un sufrimiento… En Argentina hay mucha locura: si no ganás, sos un perdedor... La mochila que tenía este grupo era demasiado pesada, estábamos todos empujados a un camino de obligación en el que era difícil hacer surgir el talento… Un trabajo muy duro, porque solo había una opción: ser campeones del mundo. Y en esa obligación, ante cualquier adversidad todo era más complejo”. También habló de “la histeria de la inmediatez, el ganar como sea”. Y aunque él no fue capaz de aislar al plantel, de generar armonía y de blindar a los jugadores con su personalidad, compartimos cada una de las frases. Son ciertas. En este caso, del exitismo se pasó al canibalismo.

Muchos de los periodistas fueron a Rusia, pasaron un mes allí y ganaron un dinero importante porque, en gran medida, Messi les posibilitó que lo hicieran, gracias a que prácticamente él solo clasificó al equipo. Luego, cuando no les dio el título mundial, muchos lo despedazaron. El público, ya propenso a la crítica, es inducido a esa conducta destructiva. Es lo que hay.

El público es un león al que hay que estar arrojándole chuletas de lomo, una tras otra, para que no se enfurezca. Y nunca está saciado ni demasiado contento, quiere más".

(O)