El futbolista esmeraldeño Johan Padilla, arquero del club El Nacional de Quito, hace pocos días hizo pública su molestia por el trato racista que recibió en un partido de fútbol. Pero su reclamo fue más allá, al observar que el árbitro de ese juego se hizo de la vista gorda y no informó del caso. En su válida protesta, Padilla le dice al juez: “¡Cómo no va a escuchar el grito de uh, uh, uh si se escuchaba en todo el estadio!”. Pero para la reflexión, el arquero esmeraldeño abunda en razones: “Ya se ha hecho costumbre ese tema. Han transcurrido tantos años y no ha cambiado y no cambiará”. Y sentencia sus dichos así: “La ignorancia de la gente no los deja ver más allá de lo que son. Todos tenemos el mismo color de sangre, que es roja, y no nos damos cuenta”.

Estos casos de discriminación que incluyen racismo tienen instantes emblemáticos en la historia del deporte mundial y en su momento plantaron bandera en la lucha contra esta exacerbación del sentido racial. En los JJ.OO. de 1936 la teoría absurda sobre la superioridad de la raza aria fue desmontada cuando el atleta negro Jesse Owens se convirtió en la gran estrella, ante la mirada atenta del führer, en lo que se considera uno de los peores disgustos de Adolfo Hitler. Algo que se repitió en los Juegos de México en 1968, cuando dos atletas negros de EE.UU. (en el denominado Black Power, poder negro) levantaron las manos con guantes negros en una premiación y fueron descalificados. Siempre será recordado con un gesto emblemático contra el racismo.

Otro evento sobre la protesta contra el racismo en el deporte la protagonizó el boxeador más importante de la historia, Cassius Clay, cuando con su amigo Ronnie King decidieron ingresar en su ciudad natal Louisville (Kentucky) a un restaurante para blancos; ahí se les negó el servicio. Cuentan que Clay, decepcionado, arrojó al río Ohio la medalla de oro que había ganado en los JJ.OO. de Roma de 1960. También se cuenta que desde ese día surgió su idea de unirse al islam y cambió de nombre al de Muhamad Alí.

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Y si revisamos en nuestro deporte este tipo de agresiones basadas en el racismo en el fútbol encontraremos sinnúmero de casos. Por ejemplo, un compañero de profesión le dijo al defensa de la Tri Jairo Campos, tras perder un partido, que “la Selección está como está porque hay muchos negros”. O el caso del periodista peruano Phillip Butters, que opinó sobre jugadores de la Selección ecuatoriana: “Vamos a jugar contra Ecuador en Quito. Esos negros son como cocodrilos de altura”. Al delantero Felipe Caicedo lo calificó como ‘gorila’. Estos y otros casos los trataron con pasividad e indiferencia quienes debieron reclamar por tan degradantes opiniones. Aunque parezca mentira terminó molestando más la inacción que la ofensa misma. Y los casos no terminan ahí. El grito artero ofensivo en coro, cuando se escucha ‘uh, uh, uh”, se repite permanente en los estadios del país y lamentablemente ninguna autoridad competente se hace presente. Prefieren mirar para otro lado.

Cuánta razón tiene Johan Padilla al hacer pública su indignación por esa discriminación permanente contra deportistas de la raza negra en los escenarios. Con él me solidarizo, porque esos gritos ofensivos hieren el principio de igualdad que la misma Constitución de nuestro país. Esta pregona en su artículo 23, sobre la igualdad ante la ley, que “todas las personas serán consideradas iguales y gozarán de los mismos derechos, libertades y oportunidades, sin discriminación en razón de nacimiento, edad, sexo, etnia, color, origen social, idioma, religión, posición económica, estado de salud, discapacidad o diferencia de cualquier otra índole”.

Y sobre estos gestos, cantos e insultos de los aficionados, el tratadista brasileño Martihno Neves Miranda cuestiona: ¿Cómo entender que muchas veces aficionados de un equipo, que tienen jugadores de raza negra, agravian y ofenden al rival? La intención, por cierto, es también desestabilizar emocionalmente al rival. Este comportamiento es equivalente a los peores y más reprobables medios ilegales de obtener ventajas deportivas como el dopaje, el fraude y las amenazas”, sentencia Neves.

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Hoy conocemos que por iniciativa de la FEF se encuentra en trámite el proyecto de Ley orgánica de prevención y sanción de la violencia en el deporte, que contaría con 16 artículos y es la Comisión del Derecho a la Salud la encargada de socializar dicha propuesta.

Ojalá que esa propuesta de Ley contemple en su informe para el primer debate las motivaciones y los fundamentos para su aprobación, las sanciones ejemplares a personas que auspicien conductas de menosprecio, discriminación, por temas étnicos, políticos y sobre todo raciales.

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Es muy importante que el proyecto que se encuentra en tratamiento en la Asamblea Nacional insista en que los actos determinados como violentos en los escenarios deportivos no sean considerados como contravención y que máximo reciban penalidades tales como los trabajos comunitarios. Más bien que se consigan penas como la privación de la libertad y para aquello los asambleístas deberán incluir reformas al COIP.

Pero para que eso se produzca se debería reformar el artículo 397, que expresamente declara las contravenciones en escenarios deportivos de concurrencia masiva y se deberían equiparar con los delitos que en el mismo COIP, en sus artículos 176 y 177, los contempla como tales a la discriminación (en los parágrafos números uno y dos) y al delito de odio para que consigan penas privativas de libertad.

Y sería muy bueno que la ley sea aprobada para codificar esas inconductas y sancionarlas como Dios manda. Pero este problema no termina ahí, porque es la sociedad en su integración y conjunto la que debe aprender a respetar y erradicar todos estos actos de violencia, racismo, xenofobia e intolerancia en el deporte. Y para aquello hay ejemplos de países que han avanzado en este tema y que van consignando bajo el criterio de cohesión social, que todos participemos en darle forma a la causa y que se incluya a interlocutores sociales para cumplir aquella función. Por ejemplo, los medios de comunicación en campañas de culturización, o también a los patrocinadores de eventos deportivos, o a los sponsors del deporte, para que incluyan en sus presupuestos campañas que puedan gratificar y premiar las buenas prácticas en los escenarios deportivos.

La Unión Europea, sensible y preocupada por la reiteración de estos sucesos discriminatorios, exigió a sus países miembros que elaboren normas expresas que persigan esos delitos. Es así que por ejemplo España creó observatorios conformados por entidades privadas y públicas con los correspondientes reglamentos que legitiman su actuación.

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La conclusión es que no hay otra: o se culturiza, se previene o se sanciona drásticamente el racismo, o caso contrario, seguiremos escuchando el grito hiriente del ‘uh, uh, uh en los diversos escenarios deportivos de nuestro país. (O)

El esmeraldeño Johan Padilla, arquero de El Nacional, hizo pública su molestia por el trato racista que recibió en un partido. Su reclamo fue más allá porque el árbitro se hizo de la vista gorda.