Saúl Ñíguez no tiene goles feos. Volante de marca, pero con llegada frecuente, sus contactos con la red son a menudo cinematográficos. El zurdazo con el que puso a ganar al Atlético de Madrid sobre el Real es para un afiche del fútbol. Se equivocó feo Sergio Ramos en la salida, la robó el moreno Thomas, mandó un centro atrás, Saúl la empalmó con el alma y le salió una bala casi al ángulo. La incrustó en la red, alta, rotunda. El vuelo de Keylor Navas le dio el barniz de la espectacularidad. Gol bellísimo, fulminante. Son esas pequeñas proezas que uno imagina despierto de chico, con la cabeza en la almohada, la noche previa a un gran desafío.

Con ese golazo torció el partido el Atlético, se puso 3-2 y quebró futbolísticamente al Real Madrid. Gol que le dio rótulo de partidazo a la Supercopa de Europa: doble vuelco en el marcador, seis goles, varios de ellos preciosos. Luego hubo otro tanto, de Koke, que rubricó el resultado: 4 a 2 a favor de los rojiblancos del Cholo Simeone. En el primer partido oficial de la temporada, el Atleti le llenó el bolso de dudas al club de Di Stéfano. Clásico que deja muchas lecturas.

En homenaje al centenario de su Independencia, la pequeña e ignota Estonia (la que siempre, por hábito, pronunciamos en conjunto Estonia, Letonia y Lituania, como si fueran trillizas o un mediocampo de lujo), obtuvo de la UEFA la gracia de hospedar una copa internacional. Y le dieron nada menos que la Supercopa de Europa, con la que abren cada temporada el campeón de la Champions League y el de la Europa League. Acertada decisión; no siempre debe jugarse en Wembley o en el Bernabéu. Hay otras ciudades en el mundo, y todas merecen. Michel Platini, cuando presidía la UEFA, acuñó la idea de sacar la final de los escenarios habituales y en 2013 la Supercopa inició una nueva etapa en Praga. Luego se sucedieron Cardiff (Gales) 2014, Tiflis (Georgia) 2015, Trondheim (Noruega) 2016, Skopie (Macedonia) 2017 y ayer en Tallin. Buena iniciativa que, seguramente por cuestiones de televisación, también reditúa mucho más. Atlético y Real cobraron 3,5 millones de euros cada uno por la final, y el campeón se alzó un millón adicional.

Publicidad

Llevar la competencia a una nación no desarrollada futbolísticamente genera asimismo un impulso promocional importante. Estonia vivió una fiesta. Tal vez nunca un club estonio dispute una final internacional, pero al menos la tuvo en su casa. Y el diminuto estadio Lilleküla, para 12.500 espectadores, acogió un partido acorde a los desvelos estonios.

Iban apenas 52 segundos de juego cuando Diego Costa -estrella de la noche báltica- casi sin nada levantó una catedral. Pelotazo largo de Godín, la amortiguó el brasileño con la cabeza, ganó la posición a Sergio Ramos, esquivó a Raphael Varane y desde ángulo cerradísimo lanzó un disparo como una bomba que se le metió arriba a Navas. Sorpresivo 1 a 0 cuando todos se acomodaban en sus asientos. El Madrid, con su tradicional entereza, no desmayó, fue por el empate y lo consiguió; gran centro de Gareth Bale (muy buen partido), impecable cabezazo cruzado de Benzemá: 1-1. Merecido, estaba siendo más y generando situaciones el cuadro blanco.

A los 63’, mano indisimulable de Juanfrán en su área, penal y le tocó a Sergio Ramos tomarlo después de nueve años de Cristiano Ronaldo ejecutándolos. No tuvo problemas, gol y 2-1 el Real. Tampoco el Atleti bajó los brazos y nuevamente Diego Costa hizo red tras un jugadón de Angelito Correa: 2-2. El partido ya tenía el nivel que uno espera de ambos. Y de una final internacional. Fueron al alargue y llegó aquella volea de Saúl comentada al inicio que elevó la calificación del encuentro a muy bueno y decidió prácticamente la confrontación. El marcador no refleja dudas en cuanto a merecimientos. Dicho en términos leguleyos, se ajusta a derecho.

Publicidad

Quedó amplio material de análisis. Lo primero: el Madrid sí pareció extrañar a Cristiano Ronaldo, sus goles, su enorme gravitación ofensiva, porque es un delantero al que no se lo debe descuidar un segundo y ocupa a más de un defensa en su cuidado. Tiró muchos centros el Madrid, no estaba CR7 para cabecearlos. Benzemá convirtió, pero no es un infalible en la red. Bale tampoco. Con el portugués de fue un jugador de 1,03 de promedio de gol por partido en sus 438 presentaciones, quedaron Bale y Benzema, que, casualmente, tienen 0,47 los dos. El Madrid no jugó mejor ni peor en ausencia de Cristiano, simplemente no contó con su astucia y eficacia. Y lo que más ruido hace: la primera final sin él fue derrota.

Mal presagio para Lopetegui: arrancó perdiendo un título. Y deberá lidiar con un incordio: el arquero que a toda costa la dirigencia le quería imponer a Zidane y no pudo, se lo trajeron al técnico vasco de entrada. “El Madrid tiene a dos de los mejores porteros del mundo”, se dijo pomposamente tras el fichaje. Pero ataja uno. El de arquero no es un puesto único, no se puede ubicar a uno más a la derecha, al otro más al medio. Y cuando hay dos muy buenos se genera un problema. En Estonia, Lopetegui lo resolvió dejando fuera de la convocatoria a Thibaut Courtois, pero el domingo empieza la liga y deberá decantarse por él o por Keylor Navas. Si elige a Navas, Courtois puede llegar a decirle “¿Para qué me trajeron…?”. Y si elige a Courtois, el vestuario podría molestarse: Keylor fue un baluarte en las tres Champions seguidas ganadas por el equipo. Y es un hombre querido, de perfil bajo y rendimiento alto.

Publicidad

El mercado de pases cierra el 31 de agosto, no es de extrañar que, tras la derrota de ayer, el Madrid salga de compras. El apuntado es Eden Hazard, por quien debería poner, dicen, 225 millones. Pero el entrenador necesitaría más un zaguero y un 9. No parece luminoso el panorama madridista para el curso que comienza.

Una vez más, Sergio Ramos se pasó de la raya con su reciedumbre. El codazo ya parece un sistema en él. Pegó mucho y fue amonestado recién en el minuto 112 por el bondadoso árbitro polaco Szymon Marciniak. Otro que estaba desaforado fue Carvajal. Entró en una decena de refriegas, pero este incluso se fue limpio de tarjetas.

Antes de la Supercopa, se disputó en Barcelona la tradicional Copa Gamper (fundador del club azulgrana). Barcelona, caminando, le ganó a Boca 3 a 0. El duelo importaba para medir el nivel entre un club con aspiraciones de Champions y otro con sueños de Libertadores. Boca, el equipo que más se reforzó en Sudamérica, quizás el más poderoso económicamente, no tuvo la menor chance ante la mayor categoría individual y colectiva del Barsa, con lo cual dejó una muestra más de lo que venimos observando: cada vez estamos más lejos de Europa. (O)