“¡Bieeeeennnnnnn….! James Rodríguez, en reserva por una molestia en el sóleo, saltó del banco de suplentes y se preparó para ingresar al campo. Colombia empataba 1-1 con Japón. Los miles de hinchas colombianos celebraron. James, ante todo, representa la esperanza, encarna la ilusión. Ipso facto vino el desencanto: la placa del cuarto árbitro indicaba que quien debía salir era el talentoso Juan Fernando Quintero. Corrían apenas 14 minutos del segundo tiempo. Se iba la figura de la cancha. Por su gol (un alarde de picardía: sabía que la barrera saltaría toda junta y mandó su tiro libre al ras, sorprendiendo al arquero Kawashima); por sus pases iluminados, por su conducción lúcida. Y por su zurda de terciopelo.

Seguimos sin entender el cambio: ¿James por Quintero…? Pekerman dijo luego que lo vio cansado. ¿Un jugador de 25 años, que viene de una preparación casi científica de un mes, está cansado a los 59 minutos del primer partido del Mundial…? Luego, el propio Quintero lo aclaró: “Estaba bien”.

Se penalizó la excelencia. Aplazaron al que sabía la lección. Mientras, siguieron en el campo otros de pobre rendimiento. Sobre todo, Izquierdo, quien decepcionó en su estreno mundialista. Le pesó. No se integró al juego del equipo, se mostró poco para recibir la bola y, cuando la recibió, no tuvo luces para jugarla, se la quitó de encima rápido y hacia atrás. El hincha suele sintetizarlo mejor que nosotros. “No hizo nada”.

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James por Quintero fue la primera de muchas decisiones desafortunadas entre cuerpo técnico y jugadores, aunque la más notoria y poco feliz. Esto encierra un problema más inquietante: el temor de juntar a dos buenos jugadores (o a más de dos). Sobre todo, si tienen perfiles similares. En Corea-Japón 2002, Argentina fue eliminada en primera ronda siendo la favorita al título. Fue lastimosamente eliminada por una correcta Suecia, una Suecia bien aseada y peinada, pero Marcelo Bielsa se volvió con sus convicciones intactas: jamás pondría juntos a Batistuta y Crespo, dos tremendos goleadores. ¡Nunca lo permitiré…! ¡Jamás profanaré mis principios…! Esa tarde, Crespo hizo el gol del empate -tardío- al minuto 88. Había entrado media hora antes por el Bati. Las decenas de miles de hinchas argentinos que hicieron el esfuerzo de llegar hasta la lejana Miyagi quedaron desconsolados, llorosos, pero Bielsa se fue con su orgullo intacto: había anunciado que no pondría juntos a los artilleros. Y cumplió. Un honor extraordinario...

Pekerman, tal vez sin siquiera acordarse, escribió un segundo capítulo de este Manual del Absurdo. Las dos zurdas de oro que Colombia posee pueden encajar perfectamente. Quintero es manejo, conducción, James es remate, ejecución. Además, los buenos jugadores siempre se acomodan. Solos. Y si James y Quintero hubieran nacido en el mismo barrio, ¿no hubieran podido jugar juntos en la placita…? Brasil del ’70, aquella fabulosa maquinaria de la fantasía, tenía una delantera imposible: de los cinco monstruos, había dos diestros -Jairzinho y Pelé- y tres canhotos -Gerson, Tostao y Rivelino-. Y eran cinco cracks. Bielsa se hubiese escandalizado; Brasil fue campeón mundial. En eso los brasileños nos aventajan por un siglo; si a ellos les nacen cinco Pelé juntos, la delantera la forman así: Pele, Pelé, Pelé, Pelé y Pelé. Nosotros lo veríamos como un desconcepto, un adefesio táctico. Con todo respeto, le preguntaríamos a Pekerman: José, si usted tiene en el mismo equipo a Messi y a Maradona, ¿qué hace… saca a uno…?

Cada gran jugador de los nuestros es un problema para el rival. Si ponemos dos, dos problemas para ellos, y así… Pero si tenemos dos y alineamos uno le estamos haciendo una gauchada al contrario. Eso es altruismo.

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Japón es una expresión modesta, de escaso talento, sin envergadura física, técnicamente discreta; digamos que no le sobra de ningún lado. Su mérito fue intentar avanzar con la pelota al pie, ser cuidadoso con ella, hacerla circular, tener posesión, moverla de un lado al otro hasta que apareciera un claro. Y antes de que llegara el gol del triunfo ya era dominador neto, llevaba 10 ó 12 minutos aproximándose y martillando.

Con la derrota cafetera cerró una primera jornada pobrísima para los sudamericanos. Argentina empató con Islandia jugando como acostumbra -mal-; Brasil no lució y sacó un punto frente a Suiza, Perú también perdió y Uruguay ganó, sin jugar bien y agónicamente, a un Egipto sin Salah. En el arranque de la segunda fecha, los celestes consiguieron una victoria a costa de Arabia Saudita, al que no le cabe ni lo de modesto. Hizo un gol ordinario por una salida en falso del arquero y aguantó a la uruguaya, sudando la gota gorda. En el descuento, una pintura de la estrechez: Suárez se la llevó contra el banderín del córner a pisarla para hacer correr el tiempo. ¡Contra Arabia Saudita…! Uruguay no nos entusiasma a nosotros, pero ellos se gustan así. No derrocha exquisitez, cada integrante es un soldado que contribuye con un pesito a la causa del resultado. Primero es ver cómo hacer un gol y luego defenderlo con ardor, luchando, marcando, obstruyendo, presionando.

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Óscar Tabárez, el respetado entrenador uruguayo que seguramente tendrá su estatua algún día en el estadio Centenario, escribió otro capítulo resaltable en su trayectoria: es el único técnico de la historia que clasificó a una selección para 4 Mundiales, la dirigió en los 4 y en todos llegó, como mínimo, a octavos de final. Y sigue abultando su récord mundial de partidos internacionales dirigidos. Se lo ve con muletas, ha perdido movilidad el Maestro, pero no sabiduría ni autoridad. Es el rey del rendimiento. Lo que hace, le reditúa. “Me sorprendió el bajo nivel del equipo”, se sinceró Tabárez en la conferencia de prensa. Y dio el veredicto.

Fue una jornada triple con resultado simétrico: 1-0 Uruguay a Arabia, Portugal (un hermano gemelo de Uruguay cruzando el océano) también logró un 1-0 magro desde lo futbolístico. Portugal, a quien empiezan a tildar como “la nueva Italia”, se estaciona en su área y se siente cómodo allí, resistiendo y esperando que Cristiano marque un gol. Hasta ahora le salió redondo en la Eurocopa y en lo que va del Mundial. Quién sabe hasta cuándo le durará la mano buena. España transpiró tinta para ganarle -también 1-0- a un Irán que juega un fútbol bonito, pero sin arcos. Un gol de rebote de Diego Costa le dio tres puntos que quizás no merecía. Pero atención que este grupo no está decidido: Irán puede vencer a Portugal y dejarlo fuera…

Ninguno de los tres puede esgrimir la vieja falacia del “planteo inteligente”. Ganaron porque ganaron. Y ya. (O)