Real Madrid, Real Madrid, Real Madrid… Cuando uno hace la estadística de campeones de Europa debe repetir hasta trece veces el mismo nombre. ¿Estará bien…?, se pregunta. Sí, correcto: el 21% de las 63 ediciones disputadas llevan la misma chapita en el trofeo. El segundo (Milan) tiene siete, otros vienen con cinco, cuatro y luego la cola de los de tres, dos, uno... Es un reinado futbolístico abrumador que nació con la competencia misma y se mantiene incólume. Hay que sacarse el sombrero.

“Eternamente campeón”, tituló As, en una mezcla de orgullo, madridismo y objetividad. Con justicia o sin ella, con méritos, con suerte (bastante), con ayudas arbitrales (muchas) o de los rivales (ver Karius, Loris Sven), con golazos o de penal, con buen fútbol o siendo dominado, pero con temperamento siempre, con la convicción eterna de levantar la copa, la historia que impulsa y la hombría que permite soñar. Y por el camino que trazaron Di Stéfano, Puskas, Gento, Pirri, Amancio, Raúl, Hierro, el mismo Zidane en pantalones cortos y tantos cracks que contribuyeron a engordar las vitrinas de la Casa Blanca.

El Madrid, que tuvo un año malo en España, tercero a 17 puntos del Barcelona en Liga, eliminado por el Leganés en Copa del Rey, es nuevamente campeón de Europa y con ello revierte todo. Tres Champions consecutivas, cuatro sobre las últimas cinco. Y el contrasentido: en los últimos diez años conquistó cuatro copas europeas y apenas dos ligas españolas, síntoma claro de que le resulta muchísimo más sencillo el continente que la península, aunque muchos digan que la Liga española es pan comido. En Europa los partidos son más fáciles y el premio más suculento.

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Es difícil discutirle a los números; tienen la fortaleza del acero: cuando se lee Real Madrid 3 - Liverpool 1 se piensa en una florida actuación del vencedor y una superioridad manifiesta. Como suele suceder con el equipo blanco, no hubo ni una cosa ni la otra. Ganó porque se le da todo bien, incluidas las desgracias ajenas. También porque posee la mentalidad perfecta para estas instancias. Tiene la implacabilidad que da la jerarquía.

La finalísima de Kiev tuvo dos momentos clave, esos que producen un quiebre anímico. Primero, la lesión de Salah, la gran carta del Liverpool, de quien se esperaba pudiera conquistar él la Copa. Segundo, el insólito error del arquero Loris Karius, que entregó el primer gol a los pies de Benzemá. En un escenario de tanta presión y tan altísima exigencia, con semejante exposición mundial, significan dos golpes de los que te mandan a la lona y te cuentan ocho. Se levantó el Liverpool con enorme corazón y alcanzó la igualdad gracias a Mané, el magnífico senegalés. Pero vendría otra mano terrible en la quijada liverpooliana: dos minutos después de ingresar, ese jugador extraño que es Gareth Bale, que cuando está lesionado mira golf y que parece un autista sentado en el banco, pescó de aire un centro de Marcelo y, de chilena, marcó un gol colosal, de esos que se recuerdan por décadas. De nuevo fue el Liverpool al piso y otra vez de pie, pero al final recibió la mano de nocaut con otro horror del pobre Karius: Bale le pateó desde unos 30 metros, el balón le llegó a las manos, pero las puso flojas, se le doblaron y la bola se le metió: 3 a 1 y ahí sí, la cuenta de diez.

En tantos años de fútbol jamás habíamos visto un gol como el primero de Karius, porque para el imaginario colectivo no será nunca el gol de Benzemá, sino el del meta alemán, que por pensar en la segunda jugada se olvidó de la primera, que era contener el balón y librarse de la presencia del francés. Quiso jugar tan rápido que sacó con el delantero encima, quien muy atento puso el pie para interceptar el saque y la pelota fue mansamente a la red. Insólito es poco. Será interesante observar cómo gestiona Klopp lo del arquero Karius. Él lo llevó al Liverpool. ¡Entregar dos goles tan absurdos en una final de Champions…! El pobre Karius ha vivido la peor noche de su vida. Pesadillezco.

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Gareth Bale, quien ya estaba con un pie fuera del Madrid, volvió a meter los dos adentro con dos goles increíbles (por distintos motivos). Fue el hombre de la decimotercera corona. Le robó la marquesina a Cristiano Ronaldo. Cristiano no hizo goles y ya sabemos que cuando no marca es como si hubiera faltado, no vino, no llamó... Tal vez eso lo avinagró y dejó declaraciones explosivas al final: "¿Quién fue el máximo goleador de la competición este año? A lo mejor la Champions debería cambiar y llamarse CR7 Champions League. Tengo cinco Champions”, dijo sin alterarse. Algún amigo, un familiar, alguien debería aconsejarlo…

El Madrid no sólo salva su temporada, la torna inolvidable con esta conquista. Y además le arruina el año al Barcelona, que ahora se da cuenta de su absurda, casi estúpida eliminación ante la Roma cuando había ganado 4-1 el primer chico. “Cuatro Champions en cinco años con uno de los mejores Barça de la historia...”, tuiteó Carles Puyol, pegándole un palo elíptico a la directiva catalana. Pero no es uno de los mejores Barças, está cargado de jugadores de relleno fichados en decenas de millones de euros. No ha ganado más a causa de sus estrepitosos errores en las contrataciones. El mismo Messi, en su nota exclusiva con el periodista Martín Souto, de TyC Sports, casi mete la pata. Preguntado por el Madrid, lo elogió ampliamente y dijo: “Ellos tienen un gran jugador en cada puesto”. En el instante, para arreglarla, siguió: “…Nosotros también”. Pero ya había dicho lo que piensa.

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Y es verdad: el Madrid tiene un crack por puesto. Y catorce o quince utilizables del mismo nivel. Ayer estaban en el banco Gareth Bale, Asensio, Lucas Vázquez, Kovacic, Theo Hernández… El que entra, está a la altura. No hay puntos flacos allí. En la conformación del plantel también está la razón de un título.

Las noticias inmediatas tras la lesión de Mohamed Salah son tan dramáticas como cuando quedó tirado en el césped tomándose el hombro, dolorido: se perdería el Mundial. Sería tristísimo, ya se perdió la final, en la que estaba jugando bien. No nos pareció que Sergio Ramos tuviera intención expresa de lesionarlo. Pasa que Ramos no es un caballero del deporte, todos los que vemos fútbol lo sabemos. Pero todo se arregla luego con una buena declaración y enarbolando la palabra señorío. Luego de lo de Salah le dio un codazo en la cara al arquero Karius que pasó inadvertido para los jueces. Codazo con el cual lo desestabilizó emocionalmente. Porque no todos están preparados para ese juego de violencia que él propone.

Aún teniendo un plantel muy cortito, pues apenas junta once y llegó con varios lesionados, el Liverpool dejó una óptima impresión, de que no era futbolísticamente menos que el Madrid. Le jugó de tu a tu. Lejos de perder cotización, su técnico Jurgen Klopp suma enteros. Fantástico entrenador-motivador.

Jugador por jugador, el Madrid era más en todos los puestos, por eso llegaba como favorito. Y respondió. Porque estos partidos son su salsa, allí mete el pan en la olla y saborea sonriente. (O)

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