Lo que hoy comentaré en este artículo es una de las tantas historias que el tiempo se ha dado maneras de olvidarlas. Esto porque en nuestro país la memoria es frágil y también porque en ocasiones encontramos en la impasibilidad un mecanismo absurdo que fomenta que las nuevas generaciones no conozcan hechos reales influyentes. Como ejemplo, el caso al que me refiero en el título.

Nuestra selección, la que jugó las eliminatorias en 1965, venía con una base importante. Tuvo una gran participación en el Sudamericano de Bolivia en 1963, donde consiguió resultados importantes, como empatar a 4 goles con el local Bolivia. Y aunque se perdió con Paraguay, se igualó a 2 con Brasil y se ganó a Colombia 4-3 en su último partido, muchos periodistas destacaron que era la mejor participación de nuestro país en una Copa América.

Pero al margen del buen rendimiento, la presencia de futbolistas como Alfonso Quijano, Vicente Lecaro, Miguel Bustamante, Jorge Bolaños, Enrique Raymondi, Armando Larrea, Clímaco Cañarte y otros más –todos ellos consolidados–, nos hicieron ilusionar en el premundial que debía cumplirse rumbo a Inglaterra 1966. Podían hacer realidad el sueño de participar por primera vez en una Copa del Mundo y es así que se conoció en 1964 que el grupo eliminatorio. En vista de que el Mundial se jugaba con 16 equipos, y Sudamérica tenía derecho a cuatro cupos –tres surgirían de la etapa de clasificación, más Brasil que tenía boleto directo por haber sido campeón en Chile 1962–.

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En Conmebol los cabezas de series de los tres grupos fueron Chile, Uruguay y Argentina, que al final fueron los clasificados a Inglaterra. A Ecuador le tocó compartir la llave con Chile y Colombia, y los aficionados de ese entonces consideraron que nuestro grupo era el mejor porque nos había beneficiado el sorteo porque no enfrentaríamos a los infaltables Uruguay y Argentina. Estábamos muy optimistas, incluso tomando en cuenta que Chile había quedado tercero en el Mundial que ellos organizaron. Pero nos ilusionábamos con el nivel futbolístico que mostraban nuestros jugadores, más el gran aporte que iba a significar el fantástico Alberto Spencer, que ya era para ese entonces la figura goleadora del Peñarol uruguayo.

Y llegó 1965, año en que se realizaron las eliminatorias. Se derrotó a Colombia, tanto en Barranquilla como en Guayaquil, y en el partido clave contra Chile se empató a 2 en el estadio Modelo, que lucía repleto. Pero los que estuvimos presentes en ese escenario fuimos testigos de un despojo arbitral descarado por parte del brasileño Eunapio de Queiroz. Hubo acciones como la agresión del fornido centrodelantero chileno Carlos Campos a nuestro arquero Pablo Ansaldo sin que sea expulsado el visitante. El periodista guayaquileño Mauro Velásquez Villacís describió con detalles este suceso lamentable. “Después del gol magistral de Spencer, en la desesperación chilena y explotando el resquicio reglamentario de la prohibición de sustituir jugadores, Campos cargó sobre Ansaldo que tenía el balón en su poder. El botinazo le fracturó varias costillas, una de las cuales perforó un pulmón. Todo el equipo ecuatoriano sufrió el golpe. Solo se miraba atrás para saber en qué momento el heroico guardameta caía y debía ser trasladado a una casa asistencial”. Con el empate ese día se esfumó gran parte de la esperanza de llegar al Mundial. Luego, en la visita a Santiago el despojo fue mayor. Armando Larrea convierte un legítimo tanto. El balón cruzó por más de 30 centímetros la línea de meta chilena y el árbitro uruguayo José María Codesal no lo validó descaradamente. Chile venció 3-1 y forzó a un desempate a Lima, donde ellos clasificaron apuradamente (7 puntos contra 5).

Hasta aquí el relato en que podríamos afirmar que los errores inexcusables de los árbitros nos impidieron asistir al Mundial de Inglaterra 1966. Pero luego de varios años puedo sacar como conclusión que fueron otros poderosos motivos los que influyeron para que Ecuador no sea el que clasifique y vaya Chile.

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La hipótesis que tengo surge con base en ciertos datos estudiados que me han permitido tener una argumentación diversa. Es el resultado de un conjunto de informaciones lo que ha dado forma a mi teoría. Todo comenzó en Lisboa en 1956, cuando dos dirigentes chilenos Carlos Dittborn y Juan Pinto Durán consiguieron que la FIFA distinga a su país como la sede del Mundial 1962. Se comenta que a partir de esa reunión se crearon mitos que establecían que el discurso de Dittborn fue espectacular y que además lo dio en español, inglés y francés.

No solo que impresionaron los dos dirigentes chilenos, sino que abrieron un gran vínculo de amistad con la dirigencia de la FIFA, lo que se pudo comprobar en el mismísimo Mundial. El grupo que le tocó a los anfitriones era complicada (Alemania Federal, Italia y Suiza) y el partido contra los italianos era la clave para avanzar (tras haber vencido a los suizos) y efectivamente fue así. El arbitraje del inglés Kenneth Aston fue lamentable. Los italianos se quejaron por ser agredidos, les expulsaron a dos jugadores “y los carabineros, jugando un partido aparte, con una cachiporra atenta a darle a alguna cabeza italiana”, según Alejandro Fabri, en su libro Historias secretas de los mundiales”. Chile clasificaba a cuartos de final por primera vez en su historia, pero el periodismo italiano hizo notar su molestia comentando que “así como van las cosas, el equipo chileno se encamina directo a la final, bajo un misterioso tutelaje”.

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La historia es conocida. Chile finalizó tercero y no necesariamente por la versión italiana. Hizo un reconocido torneo, recibió el aplauso de la FIFA por la gran organización, adicionando que la televisión hizo su aparición por primera vez en forma masiva, al transmitir los partidos en directo. Chile quedó robustecido dirigencialmente y con puertas abiertas en la FIFA. Eso le dio un aval para que por méritos propios o no tenga que asistir a Inglaterra 1966, como efectivamente así ocurrió.

La selección de 1965 es, para mi criterio, la mejor de todas las que he podido observar, incluyendo a las (tres) tricolores mundialistas. En esa apreciación tengo la suerte de coincidir con maestros del periodismo ecuatoriano como Mauro Velásquez –él sostenía, con suficientes argumentos, que ese equipo es irrepetible por la calidad de sus jugadores–; algo parecido piensan Alberto Sánchez Varas y Ricardo Vasconcellos Rosado. El grupo de 1965 reunía a jugadores de altísimo nivel futbolístico.

En resumen, el entorno que tiene el fútbol también juega. Hay que reconocer que los dirigentes nacionales de esa época no tenían la trayectoria ni las relaciones que tenía la importante dirigencia chilena. Nos quedamos con las ganas de ir a Inglaterra porque por fútbol teníamos derecho. Es una lástima no haber asistido. Había mucha esperanza de cumplir un gran papel, pero hay un refrán popular que dice que “el que tiene padrino se bautiza y el que no, se queda hereje”. Lamentablemente nos quedamos sin bautizarnos y sin Mundial. (O)