Jorge Delgado Guzmán es un prócer de Barcelona. Es parte eterna de la leyenda torera. Él camina por Guayaquil y tal vez muchos lo recuerdan más por los diversos programas de deportes que condujo durante muchos años en la TV, que por su dimensión histórica. La logró al integrar la generación canaria que con el triunfo 3-2 sobre el mundialmente famoso Millonarios, de Bogotá, el 31 de agosto de 1949 en el Capwell, produjo la idolatría amarilla. Fue compañero de inmortales como Sigifredo Chuchuca, Enrique Cantos, José Vargas, Guido Andrade, y otros. El arquero que le atajó todo a Alfredo Di Stéfano en 1952, en la otra victoria (1-0) sobre el célebre cuadro colombiano, recuerda con lucidez a cada uno de sus excamaradas. Tras la muerte del célebre capitán torero Fausto Montalván, en noviembre anterior, Delgado es el último sobreviviente de aquel grupo “exento de famosos y foráneos” que forjó la idolatría de Barcelona y que “hizo creer a la gente que se le podía ganar a cualquiera”. Así lo recordó en este Diario.

En reflexión retrospectiva, ¿qué significa para usted haber privado del gol a Di Stéfano y a otras estrellas de Millonarios en 1952?

Es una de las cosas que más recuerdo. Ese día era como si la pelota me buscara a mí, no yo a ella. Como si yo adivinara lo que iban a hacer los atacantes rivales. Cuando Di Stéfano vino a Ecuador era considerado el mejor jugador del mundo, junto con el húngaro Ferenc Puskas. Con Di Stéfano nos volvimos a encontrar años más tarde, ambos ya retirados, y me preguntó si después de aquel partido de 1952 me había sacado la lotería, porque podía habérmela ganado sin ningún problema (ríe a carcajadas).

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¿Cómo repercutieron en Guayaquil los triunfos toreros ante Millonarios?

En 1949 yo rogaba que a (Enrique) Romo no le pasara nada, porque yo nunca había tapado en primera categoría. Cuando ganamos, fue algo maravilloso. En 1952, al día siguiente de la victoria, me fue imposible salir a la calle: los muchachos del Vicente Rocafuerte por poco me paseaban en hombros por la ciudad, donde de por sí ya todos me felicitaban. Guayaquil era mucho más pequeña entonces. Todos nos conocíamos.

Y así nació la idolatría.

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La idolatría de Barcelona venía desde 1949, cuando se le ganó (3-2) a Millonarios la primera vez. La gente se empezó a dar cuenta de que se podía vencer a los equipos grandes. Barcelona se convirtió en una suerte de defensor público (del fútbol local). Antes se jugaba mucho internacionalmente. Cualquier equipo que venía a Guayaquil tenía que jugar con Barcelona. Si nos ganaba, entonces podía considerarse un buen equipo.

¿Extraña a sus compañeros en aquel entonces?

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A todos. Veo las fotos y me siento conmovido, porque el único con vida soy yo. El fallecimiento de Fausto (Montalván)... Eso hace que uno se pregunte qué falta. Falto yo. Pero hay que seguir sintiéndose parte de la vida.

Se le notó muy conmovido en el sepelio de Fausto Montalván.

Con Fausto teníamos una muy buena relación. Meses antes (de que el excapitán torero muriese, en noviembre anterior) anduvimos juntos en carro y nos perdimos, por más que nos daban indicaciones. Queriendo llegar a Miraflores (donde residía Montalván) terminamos en el Batallón del Suburbio. No sabíamos cómo regresar (ríe). No solo fue el hecho de jugar juntos, sino de haber sido amigos más allá del fútbol.

Además de ser futbolista usted, que también fue preparador físico y periodista deportivo, ¿Se atreve a decir quién ha sido el mejor 10 de Barcelona?

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Hubo muchos. Por ejemplo, Enrique Pajarito Cantos fue sensacional, al igual que (José) Pelusa Vargas (ambos sus excompañeros toreros). Es difícil comparar los tiempos; son distintos todos.

¿Damián Díaz entraría en ese grupo, como aseguran hinchas y comentaristas deportivos más jóvenes?

No. Hoy el 10 es un jugador más, es parte del equipo. Antes era el más importante. Por ejemplo, Fernando Paternoster (DT de Emelec de 1962 a 1967, con quien Delgado fue preparador físico del Ballet Azul) le decía a (Jorge Pibe) Bolaños que saliera a la cancha e hiciera lo que le diera la gana, porque era el que mandaba. El que antes usaba el 10 era todos los números a la vez.

Y en el arco, ¿se queda con algún favorito?

Romo no tenía estatura (1,65 metros), pero sí una agilidad felina. Se arriesgaba con valentía. Se tiraba de cabeza. Cuando íbamos a jugar a Quito, los fotógrafos se ponían al lado de su arco, porque salían unas fotos maravillosas de su espectacularidad para jugar. También están el Loco Napoleón Medina Fabre (Selección y Patria), Cipriano Yu Lee (de Emelec). Me quedaría corto si me decidiera por el mejor portero. El mejor es aquel que está decidido a todo, porque detrás de él solo están la red y los insultos de la hinchada si le meten un gol (ríe otra vez).

¿Es cierto aquello de que antes de que se gritara ¡Barcelona! se gritaba ¡Chuchuca! (por Sigifredo Agapito, el primer ídolo del conjunto torero)?

Chuchuca nació de abajo. Su condición de estrella del fútbol era sin darse a notar. Andaba con su maleta en colectivo. Chuchuca hacía un gol y lo celebraba con la mayor tranquilidad, sin sentirse estrella ni superior a nadie.

Cuando usted jugaba, no se usaban guantes. ¿Cree que sus manos cuentan la historia de su carrera?

De hecho, la primera vez que conocimos los guantes fue porque vimos a Lev Yashin usarlos (ruso, mundialista en 1958, 1962, 1966. Único golero ganador del Balón de Oro, en 1963. En 1967, con Dínamo de Moscú, jugó un amistoso con Barcelona). Y él los usabas para protegerse del frío, no para atajar el balón. Las fracturas (en las manos) eran clásicas, pero uno no podía lesionarse porque se quedaba sin el puesto. Para poder mantener los dedos firmes y estables usábamos esparadrapos. (D)

La gente se empezó a dar cuenta de que se le podía ganar a los equipos grandes (tras el triunfo de los canarios en 1949, ante Millonarios)