Entre la incertidumbre y la certeza suele reposar el éxito. O como lo escribió el filósofo persa Omar Jayam, “está el soplo que pasa”; aquel que hace realidad los sueños. Algo parecido a aquello es la historia del sorpresivo Delfín en su versión 2017, tomando en cuenta que al finalizar el campeonato del año pasado sufría y luchaba hasta el último partido por no descender.

Lo importante de la fulgurante campaña del equipo manabita es lo que le deja al fútbol de nuestro país. De hecho, son varios los mensajes que podemos detectar, que van desde lo que la dirigencia ha podido diseñar, hasta lo que se fue construyendo, día a día, en el campo de entrenamiento. Sus resultados están a la vista y debidamente comprobados. Para explicar con mayor detalle él porqué, defino que: el gran éxito del Delfín es la suma de pequeños esfuerzos repetidos semana a semana.

Guardando las distancias, por supuesto, me referiré a la historia reciente del Leicester, de la Liga Premier, y su espléndida actuación en el 2016. Analizar cómo su éxito puso contra las cuerdas a los argumentos más acreditados de la competencia futbolística británica, tales como la enorme diferencia en los rangos de inversión económica de los clubes más tradicionales.

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Impensado era que un equipo no vinculado con la arrogancia, ni con la tradición, y peor con el presuntuoso poderío financiero, estremezca el establishment de la comunidad futbolera británica. Por supuesto, un día después de la proeza el resto no podía mirar para otro lado; y peor mostrarse flemáticamente indiferente, tanto así que terminaron declarando: “Hoy todos somos un poquito de Leicester”. Mientras tanto, los dueños de la gloria cantaban el verso de María Elena Walsh: “Me dijeron que en el Reino del Revés/nada el pájaro y vuela el pez/que los gatos no hacen miau y dicen yes”.

En nuestro país fue un Delfín el que saltó, acontecimiento que sorprendió a los equipos poderosos, a aquellos que siempre son los favoritos, a los que tienen crédito abierto y chequeras interminables. A esos, Delfín les demostró que también en Ecuador es posible construir un equipo competitivo, capaz de triunfar desde la expiación de sus culpas y la redención de sus virtudes.

En ese escenario debemos detenernos para evaluar la calidad de los mensajes que nos deja el ciclo del Delfín. No solo porque optimiza el campeonato al despolarizar las fuerzas futbolísticas a otra región del país, sino también porque ha permitido enterrar esa frase despectiva, expresada por un dirigente hace poco tiempo: “En el fútbol ecuatoriano, tanto Emelec, Barcelona y alguno más de Quito tienen nivel, porque el resto son comparsas o chatarras”.

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Otro mensaje colateral poderoso es el ejemplo que deberían emular los otros equipos de nuestro balompié con la finalidad de garantizar varios principios que auspicien una competencia más demandante, tales como: mayor asistencia a los estadios, mejores ingresos por derechos de televisión, mayor cantidad de suscriptores en las transmisiones, más y mejores patrocinadores. También espectáculos que justifiquen el incremento a los precios de las entradas, y por ende optimizar el ingreso de recursos económicos a los clubes.

Las virtudes futbolísticas demostraron que Delfín es un equipo equilibrado, diseñado acorde con sus necesidades tácticas, con líneas destacadas tanto defensivas, de creación y culminación ofensiva. Pero estas virtudes no son superiores a las psicológicas, que también las exhibió, como lo declara Guillermo Sanguinetti: “Nunca he encontrado un equipo tan fuerte espiritualmente. El éxito obtenido es fruto del cuidado y la unidad dentro y fuera del vestuario”. Por supuesto, desde la visión del DT toma fuerza esa reflexión. Pero creo que existen otras claves para el logro, tales como encontrar jugadores comprometidos con el club, recíprocos con el esfuerzo dirigencial, responsables con la profesión y fuertes ante las exigencias de la competencia. Además, fueron capaces en desoír voces que aseguraban que el equipo se quebraba por la presión y por el reducido plantel que poseía.

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Por supuesto que todavía falta mucho por recorrer en el presente campeonato, pero nadie le puede quitar el derecho a celebrar al Delfín el éxito más resonante en sus 28 años de vida. Y como si eso fuera poco, ser eventual finalista en el campeonato, lo que también le asegurará importantes ingresos económicos por la participación directa en la fase de grupos de la Copa Libertadores 2018.

Lo que sí está claro es que hoy el Delfín tiene la opción –dependiendo de su voluntad y de su capacidad– de inaugurar una nueva época de logros deportivos e institucionales sostenidos, como lo hizo Independiente del Valle, que en la actualidad goza del prestigio de ser una institución protagonista, dentro y fuera de la cancha de fútbol. Aspiramos a que la sobredimensión de elogios que pueda existir no distorsione el propósito y la meta que diseñe la directiva del Delfín. A ellos les toca mantener encendida la esperanza, y nunca convertir estos momentos ilustres, en aquellas celebraciones con fuegos artificiales que iluminan el firmamento, pero que apenas la combustión los extingue, regresa la oscuridad o la sombra permanente.

Los mensajes están ahí, las interrogantes también: ¿serán capaces de mantener el nivel futbolístico en la segunda etapa?, ¿están dispuestos a poner un límite a las celebraciones y concentrarse en lo que depara el resto del torneo? ¿Reclamarán con firmeza que las autoridades públicas y demás reconstruyan urgentemente el Jocay?

En los recovecos de la historia del balompié ecuatoriano quedará para siempre que el salto del Delfín, además de sorprender a creyentes e incrédulos, sirvió para recalcar aquello que dice que “el fútbol es el arte de hacer posible lo imposible”.

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Y siendo así, bienvenido sea lo diverso. (O)

Aspiramos a que la sobredimensión de elogios que pueda existir no distorsione la meta y el propósito que diseñe la dirigencia del Delfín. A ellos les toca mantener encendida la esperanza.