En las últimas semanas el béisbol ecuatoriano perdió tres destacados deportistas. Cuando en esta época del año deberíamos estar haciendo balances y elaborando informes de lo que pasó y de lo que se dejó de realizar –o quizás preparando nuevos planes, más acciones en medio de una tremenda crisis– tenemos que hacer una pausa para mencionar la desaparición física de un trío de destacados cultores de la pelota chica.

Primero fue el fallecimiento de Alfredo Bengoechea, exbeisbolista de varios clubes, quien irrumpió en la dura tarea de enseñar desde la escuela formativa que regentaba la matriz del deporte de la provincia. Su graduación como entrenador fue en la temporada de 1972, cuando dirigió a LDE.

Fue grande su gestión y pese a la llegada de peloteros dominicanos el equipo ligado tuvo un mal inicio. Pero movió sus piezas y empezaron a producir grandes dividendos, a tal punto que los llevó desde la última posición en la tabla hasta ganar el campeonato de manera sensacional.

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Posteriormente Bengoechea condujo equipos como Barcelona, Emelec, Naval con los que ganó muchos torneos con una característica especial: explotaba muy bien las cualidades de sus peloteros y los ubicaba donde mejor rendían. En 1991 dirigió a los Chavos a ganar la serie del Caribe y Países Hermanos. La mayor gloria de Bengoechea fue ser mánager de la selección infantil del Ecuador que conquistó el campeonato sudamericano jugado en el Yeyo Úraga, con gran suceso en 1990.

Luego nos enteramos de la muerte de Medardo Haro, integrante de una familia del barrio del Astillero que se dedicaron al deporte: Honorato, Humberto e Hipólito Haro. Pajita, como le decían cariñosamente, jugó y quedó campeón con la famosa Máquina Gris del Reed Club.

Como entrenador estuvo en varios clubes y fue técnico, junto con Reinaldo Ramírez, de la selección de Ecuador que en 1963 conquistó el título Sudamericano, jugado en Buenos Aires.

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También conformó el cuerpo técnico del equipo tricolor que en 1964 ganó Pentagonal de Lima con gran suceso. Por muchos años Haro fue el administrador del club Caupolicán, cuya sede estaba en la calle Chimborazo, muy cerca del coliseo Huancavilca, donde se juntaba mucha gente del deporte.

La otra dolorosa pérdida física que sufrió fue la de Luis Orlando Zúñiga Campaña, producto de una silenciosa enfermedad que lo descompensó y lo eliminó en tres días.

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A Luis Orlando lo conocemos desde sus primeros batazos, que fueron con Majis. Luego pasó a Oriente, Fatty, Rojos, Emelec, Cardenales, entre otros, y fue múltiple campeón con Americano –que esta temporada se convirtió en Azulejos, con la misma nómina de jugadores–.

El 3 de diciembre anterior se inició en el Yeyo Úraga la serie final del torneo de mayores, entre Azulejos y Cardenales. En el primer duelo Luis Orlando tomó tres turnos al bate. Para el segundo, por esas casualidades que tiene el destino, estábamos conversando con el capitán Antonio Vázquez y Fernando Gálvez cuando de pronto apareció Luis Orlando, uniformado. Muy educado como siempre se acercó para saludarnos y nos dijo: “Me siento mal”. Era evidente, al juzgar por su semblante, que estaba desmejorado. Se llamó de inmediato a una ambulancia para trasladarlo a un centro médico, pero nuestro amigo ya no se recuperó de sus dolencias.

Luis Orlando, nieto de Justo Campaña y Emma Castro, destacados profesionales de la cultura física. Lo apasionó la posición de receptor y seguió las huellas de Marcos Pochi Carrillo y Renato Campaña, excelentes expeloteros y de sus primos, hijos de Chalo Carrillo. Por sus méritos conformó distintas selecciones, entre ellas de la que fue Salta, Argentina, en el 2004.

Luis Orlando Zúñiga y sus dos hermanos siempre jugaron en el mismo equipo; un tiempo estuvieron en academias de República Dominicana y en Brasil.

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Fuimos testigos de su entrada y de su última salida del Yeyo. Nadie imaginó que complicaría su salud y lo que ocurrió causó un tremendo impacto. Intentando encontrar alguna explicación a su partida me quedo con aquella de la película El campo de los sueños: hacía falta un buen receptor para hacer una gran batería con Héctor Ballesteros y Raúl Látigo Gutiérrez. Se fue de la vida terrenal muy bien uniformado, acompañado con el último trofeo y una pelota de béisbol con la firma de todos sus compañeros.

Luis Orlando fue muchas veces campeón, pero también fue un paladín de la amistad. Fue solidario y fue muy generoso con la amplia sonrisa que siempre nos regaló. (O)