¿Por qué se fortalecen de tal modo el desencanto y la convicción de que no tenemos salida?
Estamos embelesados en el penoso espectáculo de la república torcida, mirando las apuestas de mayorías que se creen propietarias del destino del país.
Que la IA se equivoque, como al parecer ocurre, sería la confirmación de que es un factor de información interesante. Y no la fuente de la verdad absoluta.
Esta ha penetrado en la sociedad y la está transformando en un espacio precario, sin instituciones, sin compromisos duraderos, sin las necesarias certezas.
La muerte de Santiago Gangotena, absurda y trágica, sin embargo, hace patente su legado. Y plantea el desafío de mantenerlo.
¿Cómo no desconfiar, si entregamos parte de nuestra libertad a un Estado que no sirve sino para cobrar impuestos, y del que solo recibimos palabrería?
El problema es que ni las personas ni las instituciones están preparadas para semejante maratón, y que la prisa y la improvisación son malas consejeras
El derecho no se piensa. No se plantea la necesidad de retomar las ideas básicas del Estado de derecho, el único adversario posible del poder.
Tengo serias dudas de que el país político, el de los partidos y movimientos, sea el país auténtico, el nuestro.
En medio del torbellino que vivimos, es preciso recordar las ilusiones que movilizan, que nos empujan y fortalecen.
Quisiera creerles, porque se trata de mi país, de nuestro espacio y de nuestra casa. Pero es imposible que sus discursos restauren la confianza.
Vivimos un electoralismo sin República, un parlamentarismo sin representación efectiva, un discurso sin responsabilidad.
Lo que ocurre en Latinoamérica es ejemplo de la degradación de las instituciones.
El país es un inventario de sujetos ambiciosos, de caudillos que se repiten y discursos que se gritan. De disparates que nos agobian.
Si la democracia se reduce al evento electoral, lo sustancial de ella se habría perdido, y entonces no habría garantías de los derechos.
Me temo que los triunfadores crean que tienen en sus manos un cheque en blanco. Que su elección no acarrea deberes y que les han elegido para cumplir consignas.
El electoralismo ha roto a la sociedad, ha convertido la sensatez en una especie en extinción, al sentido común en atributo de los ingenuos.
La extinción de la indignación y la abdicación de la vergüenza son terribles evidencias de que estamos sumergidos en una sociedad insensible.
Incertidumbre, decepción, dejan los recientes debates entre la infinidad de candidatos a todo.
No es bueno desatender los problemas que afectan a miles de productores agropecuarios.
Lo mitos políticos son, quizá, uno de los mayores males que aquejan a las sociedades modernas.
Estos son los referentes que obligan a quien tiene el privilegio de escribir y publicar.
Reivindicar la Navidad, y volver a las viejas costumbres, es imposible. No lo es, en cambio, pensar, con sentido crítico...
¿Será posible pensar, con alguna serenidad, en esta agobiante y apurada realidad?
Sufre la solemnidad que expresaba la corbata y caduca una moda que tuvo vigencia social por mucho tiempo.
En semejantes condiciones, es difícil profundizar en ideas abstractas, e incluso en las que, sin tener la abstracción que siempre asusta, sean algo elaboradas.
Está claro que unos son los intereses de los poderes y otros los precarios afanes de la sociedad.
No hay que engañarse. La economía y la política sin ética son puro oropel. Mentiras siniestras.
A veces pienso que la democracia en la que nos hemos instalado es un sueño del que no queremos despertar.
¿Pensamos en el país como concepto, como posibilidad, como certeza, como angustia?