Lo que legitima el poder, lo que sustenta las funciones del Estado es el servicio. Sin servicio no hay legitimidad.
(...) no hay cultura política, no hay tradición republicana ni respeto a las instituciones y a la ley.
Responsabilidad de cada cual, y de todos, en la tarea que reconstruir un país en que sea posible la paz.
Puedo equivocarme, pero no he escuchado nada. Y la nada es ahora un enorme vacío para el país. Y es otra forma de acentuar el desaliento.
No soy quiteño. Me atrevo, sin embargo, a criticar a la ciudad que me acogió, porque ya no la reconozco.
Inaugurar acuerdos públicos, transparentes y de largo aliento es tarea que implica muchas renuncias.
Enormes responsabilidades, señor presidente. Enormes esperanzas de mucha gente.
Es fuente de enriquecimiento, a menos que el poderoso practique una ética incuestionable.
Que asesores sin rostro metan las narices en todo, vendan sus ideas e intereses y hasta propongan los perfiles políticos de un país resulta injustificable.
Creo que aún es posible hablar del país como asunto de todos y como argumento de la vida de cada cual.
Se quedaban con la convicción de que las certezas no eran perfectas ni definitivas, de que no cabían los dogmas...
Se cae el país que no supimos ni entender ni defender, mientras prosperan las declaraciones inocuas de un gobierno inútil.
En eso, precisamente, consiste la abdicación de la capacidad crítica, el sometimiento a lo que nos cuentan...
La sociedad necesita un mínimo de creencias que vinculen a la gente, en las que, de algún modo, concuerde cada persona.
Estamos eligiendo un gobierno transitorio, que apenas tendrá tiempo para enfrentar los temas de la violencia...
¿Y la responsabilidad de los representantes del pueblo, o ellos están blindados contra todos los despropósitos y los errores?
Semejante propuesta, de aplicarse, sería la fórmula de un fracaso anunciado, nacida de los sueños de noveleros soberanistas.
Eso es lo que se vende, comprensible para el negocio, pero preocupante para la cultura.
La “mentalidad de candidato” que predomina en la vida pública, y en la privada, envenena la sociedad, mata la credibilidad.
Vivimos enredados en campañas electorales, agobiados por las promesas de felicidad y salvación de cada candidato a redentor.
La gente elegirá, como en otros temas, la esperanza. Y es comprensible que así lo haga. Pero, a la larga, es trágico...
Las facultades delegadas no son plenas. El presidente no reemplaza a Asamblea Nacional.
Hay que trascender de las ramas cargadas de interés coyuntural, de las cegueras políticas, y aventurarse más allá.
En la plenitud de la campaña electoral, confirmo mi decepción de una democracia cada vez menos representativa...
Cada semana mueren decenas de personas en accidentes absurdos o a causa de imprevisiones inauditas y de crímenes espeluznantes.
En la política, los contrastes son estremecedores. El idioma ha sufrido, y sufre, graves lesiones en los discursos y los debates.
Vivir la democracia solo como la culminación de un evento, en que el pueblo se ha convertido en público espectador y transitorio actor de una suerte de parodia.
¿Por qué se fortalecen de tal modo el desencanto y la convicción de que no tenemos salida?
Estamos embelesados en el penoso espectáculo de la república torcida, mirando las apuestas de mayorías que se creen propietarias del destino del país.
Que la IA se equivoque, como al parecer ocurre, sería la confirmación de que es un factor de información interesante. Y no la fuente de la verdad absoluta.