Lo primero que el exdirigente universitario Marcelo Rivera haría al llegar a Quito sería abrazar a su madre y recitarle a su hija de 10 años versos que perfeccionó en los tres años de prisión por agresión terrorista. Mientras habla de su familia y compañeros que dejó en la cárcel, su mente no deja de pensar en la política a la que desvía su conversación de forma casi natural.