Torffe Quintero Touma<br /><a href="mailto:entv.torffe@gmail.com">entv.torffe@gmail.com</a>.- Nuestros padres decían que la culpa era de la televisión. Porque la vida no era así, como se veía, y porque nos distraían de aquello que realmente era importante, decían, alrededor de la mesa, durante el almuerzo; cuando a mí o a alguno de mis hermanos se le cruzaba la idea de contestarles mal o de no obedecerles.Los niños de entonces éramos las víctimas, no teníamos criterio para evaluar, decidir o modificar parámetros de conducta acerca de qué ver. Eso decían nuestros padres, pero se equivocaban, hoy lo sabemos.Sí, veíamos lo que nuestros padres nos permitían ver. Ellos decidían entre El Chavo del 8 o Plaza Sésamo, los dibujos animados, Tiko Tiko o algún programa de tipo informativo.Porque los niños veíamos noticias (al menos en la casa de mis padres y abuelos), sépanlo señores, las veíamos aunque no entendiéramos ni una jota al respecto. Sí, probablemente los noticiarios eran distintos (había menos notas de crónica roja), los formatos televisivos eran diferentes.Sabíamos “a ciencia cierta” que lo que sucedía dentro de esa pantalla era igual a la ficción, que lo único “real” en el ámbito televisivo eran los noticiarios.Los niños de mi niñez, hoy hombres y mujeres que pasamos los 30, no veíamos televisión, veíamos programas específicos. Había horas en las que sí y había horas en las que ni se nos ocurría encenderla. Nuestra niñera era de carne y hueso, no tenía cables y no necesitaba de electricidad, imágenes y sonido para funcionar; como lo hacen las niñeras (pantalla plana y plasma) actuales.No soñábamos con la televisión por cable, nuestra conexión al mundo eran los canales nacionales. Nuestro mundo era lo que nos traían Cañitas y Tiko Tiko cada tarde; lo que Christian Johnson nos reconstruía con su Cámara viajera o sus Sábados espectaculares, su Preguntas y respuestas, y Busque su marca. Todos programas transmitidos por televisión local.En las mañanas y a veces por las tardes teníamos también nuestra dosis de violencia con Mazinger Z y su Afrodita. Crecimos viendo (e imitando en algunos casos) a una doña Florinda que cacheteaba a don Ramón, un niño huérfano (el Chavo) que recibía coscorrones, un Quico que se fajaba a trompadas, una Chilindrina que era pellizcada por su padre, un niño con sobrepeso como Ñoño, y personas de la tercera edad que eran mentadas de Bruja.Sí, eso era violencia, pero no conozco (aún) a nadie de mi generación que esté “traumado” o haya recurrido al diván del psicólogo por exponerse a este nivel de violencia. Las maestras no llamaban a nuestros padres porque le clavamos el lápiz en la mano al compañero de banca. Y los fines de semana seguía la violencia que si bien tenía un tinte más de realidad siempre la dosis de ficción nos devolvía los pies a la tierra con un “Chicos, no hagan esto en sus casas”, que anunciaba Jorge Bocacci, uno de los artífices de Titanes en el ring, programa argentino transmitido por Ecuavisa en los ochenta y que se vendía como “el bien contra el mal”.Todos en casa teníamos nuestros luchadores preferidos, coreábamos sus canciones y sabíamos sus historias. Había también una alta dosis de misterio y misticismo en ese espacio: ¿Qué será del Hombre de la Barra de Hielo? ¿La Momia se curó de sus dolores de espalda?. Su reemplazo en los noventa vino dado por WWF y luego Glow (lucha libre de mujeres), donde los personajes (Sargento Slaughter, Papa Shangó, Big Boss, Jake The Snake Roberts, Macho Man, Montaña Fiji, Palestina, Tina Ferrari, Dementia, Attaché, etc.) ya habían perdido algo del tinte de humor de Titanes en el ring, pero conservaban la idea de que por encima de la lucha libre y los saltos y golpes, estaban valores como la amistad, el patriotismo, el respeto y el reconocimiento al buen luchador. Actualmente, Combate Space podría ser su homólogo, pero la dosis de sangre y brazos rotos, sí necesita la supervisión de un adulto.Calle 7 o Combate podrían ser los criollos de los programas de concurso y enfrentamiento grupal, pero sus cargas de drama-realidad los acercan mucho más a una telenovela que a un programa de lucha y competencia constructiva.Y sí, veíamos telenovelas, ahí estaban Mundo de juguete o Carrusel de niños; y nuestros padres no debían hacer zapping porque no había escenas subidas de tono. Había balance, porque a la par de la violencia y de intentar disfrazarnos como algunos de los luchadores, también teníamos el mundo de los dibujos animados: Heidi, Candy Candy, La abeja maya, La hormiga atómica, Súper ratón, La flor de los siete colores, Los Picapiedra, La pantera rosa y hasta espacio había para el formato manga con La princesa de los 1.000 años y Lady Óscar, que bien podría analizarse desde una mirada al travestismo y la homosexualidad.Pero no había doble sentido, la intención era abrir el mundo (en este caso de la Francia del siglo XVIII) a la mirada infantil. No eran personajes como los de La vecina o el Combo amarillo.Nuestros padres culpaban a la televisión y quizá tenían razón, porque de alguna forma ella nos convirtió sin quererlo o sin saberlo, en adultos, hoy padres con mirada crítica para poder decir que la televisión actual es distinta, que extrañamos los programas recordados en esta columna y que, al menos yo, como madre, pagaría porque mi hija creciera con ellos y no tuviese que conformarme con mostrarle pequeños videos de YouTube al respecto.Cosa curiosa, la ficción nos volvió realistas.Y sí seguimos culpando a la televisión, a los videojuegos, a las computadoras, al consumismo. Pero lo cierto es que la televisión de nuestra niñez nos estructuraba de manera distinta, nos acercaba al mundo, nos hacía imaginar pero también nos mantenía los pies en la tierra.