Las manos fueron la parte del cuerpo más importante para representar en su pintura. Para él significaban fuerza, lucha, trabajo, sacrificio, amor y por eso predominaron en su obra a lo largo de su trayectoria, incluso, le hizo merecedor de varios premios.

Se trata del artista ecuatoriano Eduardo Kingman Riofrío, de quien se conmemorarán mañana 100 años de su natalicio. Era de Loja y nació el 3 de febrero de 1913, pintaba desde tierna edad y salió de su ciudad siendo muy joven, vivió en Quito y en Guayaquil. En esta última colaboró con este Diario. Volvió nuevamente a Quito, donde falleció el 27 de noviembre de 1997.

Para el crítico de arte Juan Castro y Velázquez este creador fue “un pintor predominantemente de temas sociales”, por lo que se identificó con otro género artístico de la época (década del treinta): la literatura y por ello también se hizo amigo de los integrantes del denominado Grupo de Guayaquil.

Publicidad

Kingman fue testigo desde pequeño de la realidad de los indígenas, por lo que se inclinó hacia ideales socialistas y por eso los desposeídos, incluidos personajes anónimos de la Costa, se convirtieron en los protagonistas de su vasta producción plástica.

La historiadora de arte Inés Flores explica que la obra del lojano “responde a una época en la que se izaron las banderas de la denuncia y la protesta”.

Afirma que su pintura es válida “por el tratamiento del tema indigenista, por su autenticidad, y del tema social en general, por su entendimiento de las relaciones humanas a partir de la intimidad familiar”.

Publicidad

Kingman tuvo como maestro al pintor ibarreño Víctor Mideros, pero también asistió a una escuela de arte, aunque solo tres años. El reconocimiento le llegó en 1936 cuando su óleo El carbonero (1934) logró premio en el Salón Mariano Aguilera.

Su pintura, de carácter expresionista, se vio marcada por el juego del claroscuro, aspecto empleado por la Escuela Quiteña. Asimismo, su trabajo se aproximó a las inquietudes del peruano José Sabogal y de los mexicanos José Clemente Orozco y Diego Rivera.

Publicidad

En la década del cuarenta pintó uno de sus cuadros más representativos, Los guandos (1941). Esta es una de las obras más relevantes en opinión de los artistas Oswaldo Viteri (Ambato) y Enrique Tábara (Guayaquil); así como de Castro y Velázquez y Flores.

Otra que los pintores y la historiadora de arte destacan de este creador lojano es La visita (1943). Viteri y Tábara, quienes conocieron y le hicieron retratos a Kingman, lo definen a modo personal como un hombre honesto, cordial, humano, sumamente fino y encantador. En tanto, Flores lo cataloga de “ser humano franciscanamente humilde, espontáneo y sincero”.

En 1959, el artista lojano volvió a lograr el primer premio en el Mariano Aguilera con la obra Yo el prójimo.

Ya en edad madura (cerca a los 60 años) se replanteó su producción, porque aplicó más luz a los colores, lo cual volvió sus cuadros más alegres, más tiernos, expresa Rodolfo Pérez Pimentel en su Diccionario Biográfico del Ecuador.

Publicidad

En los setenta se le concedió la medalla Al Mérito Artístico de la Municipalidad de Guayaquil, la condecoración Nacional Al Mérito con el grado de Comendador; y en 1986 recibió el Premio Nacional Eugenio Espejo.

Kingman, conocido como el Pintor de las manos, también incursionó en el muralismo. Viteri resalta que también tuvo conocimientos en carpintería.

Castro y Velázquez menciona que la producción del lojano como ilustrador, muy al inicio de su carrera, es lamentablemente poco conocida. Menciona que le sigue el periodo guayaquileño “con grandes óleos abordando temas sociales”.

Añade que vale evocarse “su captación del indígena serrano del Ecuador del que tomó las manos como la característica principal de su estilo”.

El arte del lojano se mostró en varios lugares de Estados Unidos y también en Colombia, Francia y Venezuela. La Organización de Estados Americanos (OEA) le entregó en la década de los noventa el premio Gabriela Mistral Nacional de Cultura. Su legado sigue vivo. Sus cuadros constan en colecciones de museos del país y también pueden ser admirados en la Casa Museo Kingman y en Kingman Posada de las Artes, ubicadas en la capital.

Era 1931 cuando el joven artista Eduardo Kingman Riofrío se radicó junto con su familia en Guayaquil. Casi de inmediato Diario EL UNIVERSO lo incorporó al grupo de artistas del lápiz y del pincel que para entonces ilustraban temas cotidianos, análisis políticos y las tiras cómicas que el matutino fue uno de los primeros del país en insertar en sus páginas.

Aquí alternó actividades con Miguel Ángel Valenzuela Pérez, Avelino Bastidas, Virgilio Jaime Salinas, Galo Galecio y otros creadores.

Kingman ilustró portadas conmemorativas de acontecimientos históricos y el resumen semanal de sucesos políticos que realizaba el periodista riosense Jerónimo Orión Llaguno; asimismo, mantuvo las tiras cómicas Don Pío y Lux y Saetilla Caradura. Sus trabajos y colaboraciones se publicaron entre 1932 y 1935.

En septiembre de 1937, a propósito de una exposición que ofreció en esta ciudad el ya exitoso artista, se consignó: “Laboró y se formó cerca de nosotros, al contacto con la presurosa tarea del diarismo, llena de inquietudes y esfuerzos. Junto a los montones de papel impreso halló el sentido real y humano de la vida y agilitó su brazo en la ejecución vertiginosa de los motivos”.

La nota agregó: “Retirado de la actividad periodística en un ambiente de mayor estudio y serenidad, ha perfeccionado sus dotes naturales, estructurándose para el arte de gran aliento y contenido. Kingman figura en la vanguardia artística como vigoroso intérprete de motivos indígenas...”. Así, pues, el maestro siguió pintando.

“El legado de Kingman me parece importante, como un artista del siglo XX que trascendió en el país y fuera de este”.
OSWALDO VITERI,
ARTISTA AMBATEÑO

“Eduardo Kingman es uno de los pilares de la pintura social (...) Los balseros y Los guandos los considero como verdaderas epopeyas pictóricas”.
JUAN CASTRO Y VELÁZQUEZ,
CRÍTICO DE ARTE