Por John Dunn Insua
La casa fue el primer signo de humanidad que manifestamos como especie, al manipular el espacio de la naturaleza, y proporcionarnos así un entorno seguro, donde no tengamos que competir con las demás criaturas animales para sobrevivir. Esta afirmación se ve corroborada, cuando topamos con aquellos que –por causa de algún fenómeno climático, o por falta de oportunidades– carecen de un espacio techado, al que puedan definir como propio. La triste vida del indigente es la de un fantasma en vida.
Publicidad
Siendo como lo es la casa, un tema tan antiguo como la propia humanidad, llama mucho la atención lo poco que reflexionamos sobre ella; sobre su naturaleza, sobre lo que es y lo que debería llegar a ser. Quizás ya sea tiempo de reflexionar sobre los mismos, pero profundizando sobre el componente molecular de la ciudad: la vivienda.
Estoy convencido que la casa es la unidad espacial de la justicia con la que se trata a los pueblos. Si analizamos cómo se desarrollan los planes habitacionales, y cómo se trata la temática de la vivienda en tal o cual lugar, podremos tener una clara idea del grado de justicia con el que son tratados sus habitantes.
Publicidad
Deja mucho que desear –por ejemplo– un país donde se ejecutan más de quinientos desahucios al día. Eso evidencia el interés de resolver el problema de muy pocos; sin importar los problemas que esto genere a muchos. Esto ocurre cuando –en lugar de casas– se venden espejismos. Otra consecuencia de entender la arquitectura como producto, y no como servicio.
En nuestro continente, el problema de la vivienda como asunto de Estado es otro. Hemos venido con la inercia de aquella visión generada durante las dictaduras, que interpretaba a la casa como un problema de infraestructura; y no como un problema de orden social. Dicho de otra forma, no basta con proveer con espacios residenciales a los ciudadanos. Debe procurarse que dichas unidades habitacionales no afecten el desarrollo psicológico de sus ocupantes. Quizás ahora, que ha comenzado a reducirse el déficit de vivienda, pueda reflexionarse más al respecto, e incentivar la exploración de otras tipologías residenciales.
Para que dichas exploraciones tengan éxito, debemos desmitificar aquellas ideas preconcebidas, que por su naturaleza de bulo repetido, se han enquistado en nuestra sociedad. Se suele creer que en Guayaquil no estamos acostumbrados a vivir en condominios, que preferimos las villas a los departamentos. Puede ser que eso se deba a la deficiente calidad de condominios desarrollados hasta la fecha, salvo honrosas excepciones.
Otro asunto que provoca risa es el menosprecio con el que se trata al bambú y a la caña guadúa. Muchos de aquellos que desprecian a tan noble material se comen sus ahorros por pasar sus vacaciones en una covacha de bambú, armada sobre las aguas caribeñas o polinesias.
Esta interpretación de la casa como unidad de la justicia social no solo debe aplicarse a sus usuarios. Albañiles, profesionales de la construcción, intermediarios; todos ellos deben ser tratados con justicia.
Aún quedan muchas casas por construir. Esperemos que los galponcitos y las cajitas que inundan el mercado le cedan el paso a verdaderos nidos familiares.