JORGE MARTILLO MONSERRATE
jotamartillo@yahoo.es.- Esta historia comienza así. Un tipo marca una canción y la rockola canta. Suena una voz afinada como cuchilla, acompañada por cuerdas de guitarras que azotan, que cortan: “Déjame vivir mi vida, yo no soy malo con nadie/ Si soy un borracho, si soy un perdido/ Si soy mujeriego, si soy un bandido/ Lo hago en mi mundo, yo soy vagabundo”.
El cantante es Cecilio Alva, una leyenda viva de la música rockolera. Algunos creen que él inventó ese género rockolero, chichero, cebollero, cortavenas. Lo cierto es que desde 1973 grabó 103 elepés. Ahora continúa reproduciendo sus éxitos musicales en CD. En 1976, el long play Vagabundo soy, del cual se vendieron en tres meses un millón trescientas mil copias, un verdadero exitazo.
Publicidad
El sábado anterior conversamos en su casa, él recién llegaba de una gira por Quito y algunos escenarios del Oriente. Cecilio Alva Zavaleta nació hace 59 años en Trujillo, departamento de La Libertad, Perú. Pero vive en Guayaquil desde 1972, aquí ha hecho toda su exitosa carrera artística.
Desde que era un muchachito de 8 años empezó a cantar boleros y valses peruanos en programas radiales para aficionados. Aunque sus padres deseaban que fuera médico, la música marcó su destino.
Publicidad
A sus 15 años grabó dos discos de 45 rpm. Sin embargo, no tuvo éxito. Su suerte a nivel musical empieza a cambiar en 1971, cuando el guitarrista y compositor Julio Carhuajulca Capuñai, más conocido como Palosanto, lo escucha y le dice: “Tienes una voz para triunfar”. Empiezan a trabajar juntos y en 1972, ambos, junto al guitarrista Richardi Chapelí, arriban al Ecuador y se presentan en la coronación de la reina de Loja. A los pocos días llegan a Guayaquil, contratados por seis meses para cantar en el bar de un hotel.
Cuando se presentan en el programa musical Festideportes del entonces Canal Diez son contratados por los productores del sello discográfico Fénix, después de dos días graban un sencillo con dos temas inéditos: un valsecito y el bolero Se la llevó un amigo, de Palosanto. Como el disco se vendió bien, a los tres meses grabó el elepé Si pudieras, con canciones que pegaron duro como Leonor, A qué has venido, Borracho perdido y otras.
La música rockolera había nacido en una época en que los artistas no se presentaban en coliseos y todos los días se grababa en las casas discográficas. “Alguna gente piensa que la música rockolera es mala –dice Alava rodeado de un puñado de los 103 elepés que grabó– y solo son letras de la vida real. La rockola es la voz de los que no tienen voz”. Todo está dicho, esa es la definición exacta.
Siguió grabando sus temas cortavenas que escribía él, Palosanto y un sinnúmero de compositores que ofrecían sus canciones en los estudios.
Pero la bomba explotó en 1976 con el elepé Vagabundo soy, canción que es el himno del macho latino. Fue cuando en tres meses vendió 1’300.000 discos, cuenta que los vendedores hacían cola para adquirirlo y llevarlo a ofrecer a sus pueblos. Para producir tal cantidad de discos tres fábricas: Ifesa, Discos Aguilar y Fediscos trabajaban día y noche.
Esa canción fue grabada en Argentina por Juan Ramón, en Venezuela la orquesta Billos Caracas Boys la hizo merengue y en República Dominicana, bachata. Ese sábado Cecilio Alva me cuenta la historia de Vagabundo soy.
Nació en Caracas una noche de bohemia de 1974. Después de una presentación, llegaron a la casa de Palosanto. Encontraron una botella y empezaron a beber. A la esposa de Palosanto –quien los domingos organizaba peñas para los peruanos residentes en Caracas–, no le agradó que bebieran el licor que iba a vender y empezó a repelar a su esposo, quien se justificaba diciendo: “Déjeme vivir mi vida, yo no soy malo”.
Alva escuchaba e iba anotando las frases que le parecían buenas. Cuando la doña se fue a dormir, acompañados de la dichosa botella y una guitarra, le pusieron música a esa discusión, la grabaron en un casete que desempolvaron dos años después. Así me cuenta la historia de otras canciones.
Afirma que su compositor preferido es su amigo Palosanto, que actualmente vive en Lima. En 1976 grabó para discos Cóndor, como dice él, sus exitazos: Amor manchado; No, ni por broma; Disimula; La otra; Mi corazón y yo; El rompecabezas; Demasiado tarde; Pídete la otra; Adiós, adiós y muchas más, tantas que puede cantar cuatro horas sin repetir una sola canción, todas venenosas, eso sí.
Recuerda que recién en 1982, el comediante Jorge Massiel organizó el Primer Festival Internacional de la Rockola con Pedrito Otiniano, Lucho Barrios y Cecilio Alva, de Perú; Rodolfo, Tito Cortez y Alci Acosta, de Colombia; y los ecuatorianos Kike Vega, Chugo Tovar y Roberto Calero. Se presentaron con éxito en Guayaquil, Machala, Ambato, Cuenca y Quito. En la capital: viernes, sábado y domingo.
El coliseo Julio César Hidalgo siempre a full. La rockola se había tomado, a seco y volteado, a Quito. Hasta los empresarios taurinos organizaban festivales rockoleros en las plazas de toros. Después ha llevado sus canciones a Estados Unidos, Canadá, Japón, Londres, España y otros países europeos.
Cuenta que en el 2004 en Barcelona, el empresario –antes del concierto– decía que solo necesitaba a 2.000 espectadores para no salir en contra.
Llegaron 30.000 ecuatorianos. Y en Madrid, 8.000. “Allá la gente llora con la música que añora –narra entusiasmado–. No quieren canciones nuevas, todos gritan: Las viejas, las viejas. Hay que cantar los éxitos. Si no canto Vagabundo soy me matan”.
En marzo del próximo año tendrá seis presentaciones en España y, en abril, diez en Estados Unidos. Cuando le digo que prácticamente es ecuatoriano, sonríe. “Toda mi carrera artística la he hecho aquí. Entré a Ecuador y me quedé”.
Tiene seis hijos ecuatorianos, dos hijas siguen sus huellas artísticas. Hoy, casualmente, a partir de las 20:00, en el Guayaquil Yacht Club, la Asociación Ecuatoriano-Peruana ha organizado una cena en reconocimiento a su trayectoria.
Cuando le pregunto: ¿Usted va a cantar al Perú? Y Cecilio Alva, el Rockolero Mayor, responde: “No, nunca he cantado en el Perú. Aunque no lo crea ni en la frontera. Ni en Tumbes he cantado”. Reímos. Esta historia termina donde comenzó.
En la misma cantina, el tipo se levanta de la mesa inundada por cervezas y marca la misma canción. De la rockola brota la voz de Cecilio Alva: “A nadie le pido, a nadie le debo/ Y aunque no me creas con todos me llevo/ Lo hago en mi mundo, yo soy vagabundo// Déjame vivir mi vida, yo no soy malo con nadieee”. ¡Salud!