No necesitan tijeras. Las uñas largas de los dedos pulgares parecen estar afiladas. Listas para rajar, casi con precisión, la hoja de paja toquilla y transformarla en hilos. El verdor de la planta que crece en las montañas ha desaparecido. Ahora son hebras largas de color marfil que tomarán forma en las manos de los tejedores de Pile, una de las comunas asentadas a 31 kilómetros de Montecristi, en Manabí, conocida en el exterior por la finura de sus sombreros.
Desde el miércoles están celebrando. La visita de turistas, nacionales y extranjeros, ha aumentado en esta población costera. También de los medios de comunicación. El motivo: la Unesco (siglas en inglés de la Organización de las Naciones Unidas, la Ciencia y la Cultura) inscribió al tejido del sombrero de paja toquilla en su lista representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial.
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En el 2009 era solo un rumor. Un año después, el Instituto Nacional de Patrimonio Cultural (INPC) regional 4 contrató una consultoría para que se iniciara una investigación del tejido del sombrero de paja toquilla. En el 2011, el reconocimiento ya era una sospecha entre los tejedores de Pile. Esperaban el anuncio entre agosto y noviembre pasados, pero no sucedió. La expectativa se mantuvo hasta esta semana. Hoy, la fiesta es nacional ya que es la sexta declaratoria que recibe el país de este organismo internacional.
La historia del sombrero de paja toquilla en Manabí desde la época precolombina y su influencia en el desarrollo político, social y económico durante la colonia, la migración de este arte a otras regiones como Cañar, Santa Elena y Azuay, la promoción internacional y la situación actual de los artesanos son parte de la investigación que el Ministerio Coordinador de Patrimonio envió a la Unesco y que se resume en Las hebras que tejieron nuestra historia, de la escritora manabita Libertad Regalado.
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Las referencias de la existencia de esta artesanía, según lo reseña Regalado, aparecen en las figuras de culturas que se asentaron en Manabí desde 4.500 años antes de Cristo. Su comercialización en Europa se dio a fines del siglo XVII y su producción, a gran escala, a los mercados de Perú y Colombia durante el inicio del siglo XIX. En esta época, manifiesta, los tejedores de Jipijapa migraron a zonas del virreinato de Santa Fe de Bogotá y de Lima. La actividad manufacturera se concentró en Montecristi y esto contribuyó a que se lo conozca como Sombrero de Montecristi.
El nombre Panama Hat surge cuando este país fue centro de comercialización y exportación durante la fiebre de oro en California y la construcción del canal. Era el primer puerto de embarque y desembarque de estadounidenses y europeos que usaron el sombrero de paja toquilla para cubrirse del sol. Entre 1889 y 1910 se estima que se exportaron a Panamá más de cien mil unidades. Su fama internacional se extendió más, anota la escritora.
Tan solo para nombrar unos ejemplos relatados por Regalado. El presidente de Estados Unidos Theodore Roosevelt, durante su visita al Canal de Panamá, y Napoleón I, en el siglo XVIII, lo lucieron. Ha sido parte de las prendas de uniformes de compañías de infantería, como lo dispuso en un mandato la reina de España en 1859. Es reconocida como una prenda de moda como la ubicó en el número uno del top 10 la revista francesa Madame Fígaro en el 2009. Y en el Mundial de Fútbol del 2006, Ecuador no perdió la oportunidad de promocionarlo durante la participación de la Tricolor.
Una ocasión que tampoco quieren perder los habitantes de Pile para abrir nuevos mercados y fomentar el turismo. Entre sus necesidades está la falta del servicio de alcantarillado. El 70% se dedica al tejido de sombreros de paja toquilla y el resto a la agricultura. “No hay más fuentes de trabajo. Sería bueno que nos faciliten créditos a largo plazo y bajos intereses para vender directamente nuestra artesanía a un precio justo”, comenta Hólger Domingo Carranza, presidente de la Asociación de Artesanos Tejedores de Sombreros finos de esta localidad.
Los tejedores consideran que una vía para generar desarrollo sería que Pile fuera considerado como ruta turística de Manabí. Ya se han reunido con representantes del Municipio de Montecristi y el Ministerio de Turismo. Pero solo hay proyectos.
Simón Espinal, quien aprendió a tejer a los 12 años, recalca que se deben eliminar los intermediarios. “Los (grandes) comerciantes se han enriquecido a costillas de nosotros”, dice, mientras no despega la vista de su tejido. A su alrededor hay un grupo de jóvenes y adultos que, al igual que él, va dando forma a los sombreros finos de paja toquilla que hasta principios del siglo XX eran conocidos en Manabí como Sombreros Jipijapa.
Simón junto con Johana Delgado imparten desde el 4 de julio pasado clases prácticas de tejido a 28 alumnos que bordean edades entre los 15 y 75 años. La sede provisional es la casa comunal. Esto hasta que esté la estructura donde funcionará la escuela de tejido para los artesanos de esta comunidad y de zonas aledañas. Una obra que está financiada por la Refinería del Pacífico Eloy Alfaro CEM y auspiciada por el INPC.
Su fin principal, según María Alexandra Macías, directora de la escuela de tejido, es que esta actividad tradicional la hereden y la mantengan las futuras generaciones como Íngrid Espinal, de 15 años. Ella estudia el segundo año de bachillerato de administración contable en el colegio de la localidad. Sabe tejer desde pequeña, pero quiere mejorar la técnica. Al igual que la mayoría de los tejedores, aprendió con mirar a sus padres o abuelos. Su primer sombrero estará listo después de tres meses, tiempo en que se demoran los artesanos de Manabí en elaborar una pieza. Una de sus compañeras es Floria Triviño, de 74 años. Ella aprendió a tejer a los 12 y quiere conocer más. Su madre Rosa (99 años) le enseñó y ella lo transmitió a ocho de sus once hijos. Lamenta que la juventud pierda el interés por este arte, pues la mayoría estudia y se va porque faltan fuentes de trabajo. Su esperanza ahora es que con este reconocimiento internacional los jóvenes se entusiasmen por aprender y exista la ayuda gubernamental.
En Sígsig, en Cuenca, reconocida también por la confección de sombreros de paja toquilla, se corre el riesgo de perder esta tradición. La mayoría de las toquilleras son de la tercera edad. Los más jóvenes, dicen las tejedoras, ya no quieren aprender.
“Da pena que se pierda esta tradición”, comenta Amalia Villavicencio, socia de la Asociación de Toquilleras María Auxiliadora de Sígsig, en Cuenca, que agrupa a 165 artesanas de nueve comunidades del cantón.
A los 6 años, cuenta, ya sabía el arte. Aún lo hace, pese a los achaques de la vejez. Entre sus quehaceres domésticos y el cuidado de cuyes se da un tiempo para tejer unos cinco sombreros semanales, sin el acabado. Los entrega en la asociación, que paga $ 7 por cada uno. En el gremio se realiza el proceso final y la venta del producto en el mercado nacional e internacional.
La diferencia del costo se da, según los tejedores, por la calidad. Regalado menciona que en la Sierra los sombreros son elaborados con un tejido no del fino, sino denominado grueso.
Pero ¿cómo trascendió este arte? Regalado, basada en datos históricos, menciona en su obra que en el siglo XVIII surge la necesidad de establecer vías entre la Costa y la Sierra debido al incremento del comercio de los productos especialmente de Portoviejo, principales proveedores de sombreros de mocorra y de paja toquilla. Ya en 1835 se desarrolla la manufactura del sombrero de paja toquilla en Cuenca y aumentan las relaciones comerciales con Guayaquil. El inicio de esta artesanía en Perú provoca la migración de artesanos de Jipijapa y Montecristi a los pueblos de la Sierra, principalmente Azuay. Se arraigó tanto que incluso el Cabildo de Cuenca en 1844 dictó una ordenanza que dispone la enseñanza de la manufactura de sombreros en las escuelas. Los maestros eran tejedores de Montecristi. Hoy, toquilleras y tejedores ecuatorianos buscan recuperar el valor de esta “joya nacida de la tierra”, como se destaca en el libro de Regalado.
200
Dólares
Es el costo más económico que puede costar un sombrero tradicional elaborado por los artesanos de Manabí. Su precio varía según el modelo.
6
Declaratorias
Ecuador ha recibido de la Unesco otras 5: Quito, Islas Galápagos, Parque Nacional Sangay, Cuenca y las manifestaciones culturales del pueblo Zápara.