AGENCIAS
BARCELONA, ESPAÑA.- Todo empezó con el deseo de convertir “el dolor en una fiesta” y de colocar a Latinoamérica de otra forma en el mundo. Una magia, un carnaval de la literatura, alimentado por Borges, Carpentier, Rulfo y Onetti, y que luego Fuentes, García Márquez y Vargas Llosa convirtieron en un boom, del que se cumplen 50 años.

Y es que, sin saberse en qué fecha exacta se inicia el llamado Boom Latinoamericano que dejó a Europa boquiabierta gracias a la proyección que le dieron desde España editoriales como Seix Barral, se ha tomado la publicación hace 50 años de La ciudad y los perros del peruano Mario Vargas Llosa como punto de partida.

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Ese nombre, ese sonido de boom que definió el apabullante éxito de la nueva novela latinoamericana, lo acuñó el periodista y escritor chileno Luis Harss (1936). Él anticipó este fenómeno sin precedentes en su libro Los nuestros (1966).

“No estoy contento con este nombre y muchas veces me arrepiento de él porque me parece un poco superficial”, explica Harss en una entrevista.

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Cuenta que en 1966 se encontraba en una reunión en la que estaba Vargas Llosa, en Buenos Aires, y allí empezaron a hablar de la novela iberoamericana. “Entonces hice un comentario idiota al decir que lo que estaba pasando con la novela era como el boom económico que había vivido Italia; luego lo escribí en un reportaje y desde entonces se quedó”, añade el periodista.

Estos escritores se preocuparon por encontrar un lenguaje y por cómo hacer del continente americano una experiencia universal, señala.

“Un continente que había sido marginal, que alguien lo llamó el pecado capital de América, que consistía en haber nacido fuera de la cultura y fuera de la historia. De pronto, estos autores hablaban aceptando su propia tradición, su propia cultura, pero la proyectaron hacia fuera: universalizaron los temas”, sostiene Harss.

El contexto político, en los años sesenta y setenta, también caracterizó a este grupo de escritores: las dictaduras o la revolución cubana marcaron sentimientos mezclados de utopía, tragedia, barbarie, insatisfacción o deseo de justicia.

Gerald Martin, el autor de la primera biografía en inglés de García Márquez, indica que el auge de la literatura latinoamericana terminó a partir del descontento de las percepciones liberales de Cuba en 1971.

“Vale tener en cuenta –escribe Carlos Fuentes en su libro La gran novela latinoamericana– que, literariamente, esta es la tierra común del Señor Presidente de Asturias y el Tirano Banderas de Valle-Inclán, el Primer Magistrado de Carpentier y el Patriarca de García Márquez, el Pedro Páramo de Rulfo y los Ardavines de Gallegos, el Supremo de Roa Bastos, el minúsculo don Mónico de Mariano Azuela y el Trujillo Benefactor de Vargas Llosa”.

Así se fue construyendo una imaginación liberada, un canto de libertad. Una épica del desencanto que convirtió las balas en belleza radical, la naturaleza extrema en mito y el lenguaje en una fiesta mágica.

El colombiano, Nobel de Literatura, Gabriel García Márquez llevó las letras latinoamericanas a los rincones más alejados del mundo como el creador del fabuloso realismo mágico. El argentino Julio Cortázar, que desarrolla parte de su trabajo en París, granjeó el respeto de los literatos franceses y renovó la magia de esta ciudad, al hacerla converger con el estilo latinoamericano.

Se trató de una nueva realidad que dio títulos como La casa verde, del Nobel Vargas Llosa; Cien años de soledad, de García Márquez; Rayuela, de Cortázar o La muerte de Artemio Cruz, de Fuentes. Son obras que traspasaron fronteras, convirtiéndose en clásicos de la literatura.

Emblemas

La ciudad y los perros, de Mario Vargas Llosa, obtuvo el premio de Seix Barral, en 1962.

Ese mismo año, Carlos Fuentes publicó La muerte de Artemio Cruz.

En París, Julio Cortázar publicó Rayuela, en 1963.

El realismo mágico llegó a su momento cumbre con Cien años de soledad (1967), de Gabriel García Márquez.