Vivo en la urbanización La Saiba, donde se sufre por el ruido. En algunas de las casas se realizan fiestas de adolescentes, produciendo molestias a los vecinos por el fuerte volumen de los equipos de sonido con altoparlantes que utilizan.
Nos vemos forzados a escuchar “música” con lenguaje explícitamente soez, ritmos repetitivos que hacen alusión a prácticas sexuales desviadas, obscenidades cantadas como loas al consumo de drogas; se repite incansablemente la palabra marihuana o se pretende “cantar” la ofensiva expresión que alude a los genitales femeninos maternos. Estas “fiestas” se organizan entre menores de unos 12 a 15 años. Resulta sorprendente que tales eventos se dan en presencia de los padres, que al parecer no tienen claro su rol de formadores de esos jóvenes que carentes de referentes positivos asumirán como “valores” en su vida, la ausencia del respeto a la mujer, a la madre y a la vida.
El Gobierno Nacional ha planteado una campaña contra el machismo y la violencia contra la mujer, mas la transformación no es solamente asunto de publicidad gubernamental, es, sobre todo, resultado de lo que hagan los padres de familia, principales responsables de la formación de los jóvenes. Padres indolentes y permisivos que no marcan claramente los límites del respeto al propio joven, tendrán que ver a sus hijos convertirse en adultos incapaces de convivir de manera digna. Puede que estas palabras parezcan que me estoy metiendo en la vida ajena, pero debemos tener claro que la sociedad la construimos todos con lo que hacemos o dejamos de hacer cada día. Las conductas antisociales no son genéticas, ni los humanos somos intrínsecamente malos, todo es relación de una causa y un efecto, como muestra un botón, al abusador o irrespetuoso un día que se le permitió hacer tal cosa, y aprendió a comportarse de tal modo.
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Si aspiramos a una sociedad capaz de valorar a todos por su calidad humana, debemos preocuparnos por los eventos en los que participan nuestros hijos, no permitir que disc jockeys, por su ignorancia y carencia de valores, diviertan a nuestros jóvenes con auténticas bombas de tiempo.
Resulta imprescindible convocar a la sensibilidad y al buen juicio de los padres.
Los jóvenes no son la consecuencia de la época o el reggaetón, son la prueba evidente del ejemplo paterno y materno.
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Vicente F. González Burneo,
Guayaquil