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JORGE MARTILLO MONSERRATE.- Esta es la historia del hombre sin cabeza, que llegó al mundo atado a las cuerdas de una guitarra. Cuando tengo ante mí a Gustavo Pacheco Cucalón –que nació en Guayaquil hace 60 años–, lo recuerdo con su afro al frente del grupo Boddega, haciendo brotar de su guitarra: pájaros y arcoiris eléctricos. Eran tiempos de los hippies, amor libre y otros yerbajos.

Comencemos por el principio. Su música es una herencia familiar. La heredó de su abuelo, Manuel Pacheco, guitarrista del legendario dúo Ecuador, conformado por Enrique Ibáñez y Nicasio Safadi. Pero fue su madre, Amarilis Cucalón, quien le enseñó los primeros acordes de los pasillos: El alma en los labios y Lamparilla.

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A los 11 años acudía religiosamente a una zapatería de su barrio –Coronel y Cuenca–, atraído por el maestro Rodrigo, que tocaba lindísimo y él quería tocar la guitarra como ese maestro zapatero. Esa tarde, en su Instituto Integrado de Música y Arte, recuerda su paso por grupos juveniles como Los Rogers, cuando tenía 14 años; un año después en Los Picapiedras, acompañando a César Augusto Montalvo, ídolo de las jovencitas. Ahí ganó sus primeros 70 sucres como guitarrista. En 1967, integró Los Incógnitos. A su padre, Gustavo Pacheco García, no le gustaba que fuese músico, por eso le rompió una guitarra. “Pero era imposible que me la quitaran; yo tocaba a escondidas”, recuerda.

Pacheco dice que sus iniciales referentes fueron los guitarristas: el Bocha Franco, de Los Iracundos, y Eric Clapton. Cuenta que todo explotó en 1969 –Festival de Woodstock– cuando escuchó delirar a las guitarras distorsionadas de Carlos Santana y Jimi Hendrix. “Tocar así fue mi manera de expresarme, de gritar a través de una guitarra”.

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En 1971, Pacheco formaría parte del grupo de pop y rock Boddega, cuya primera alineación era: Gelo Cárdenas, cantante; Homero Gallardo, teclados; Miguel Gallardo, percusión; Enrique Alín, bajo; Jorge Terán, batería; y él, guitarra. Cuenta que el nombre surgió –agregándole una D adicional– porque ensayaban en una bodega de abastos (en Pichincha entre Colón y Sucre).

La propuesta del grupo fue interpretar sus propios temas –la mayoría de Pacheco, como también de Cárdenas y Alín–. Cuando graban el primer sencillo, la canción El hombre sin cabeza, que fue un éxito que sonaba en todas las emisoras.

Él se ganó el apodo de El hombre sin cabeza, aunque contradictoriamente lucía un afro inmenso y una tira sobre la frente, bandas en las muñecas, pantalones acampanados de colores intensos y zapatos de plataforma. “La gente en la calle me gritaba cabeza de todo, no me importaba porque yo era muy rebelde”, lo dice ahora con su cabellera corta y medio canosa.

Lo asombroso, y que pocos sabían, es que en su afro vivía Tom, su ratoncito blanco. “A mí me gustan los animales –dice el excelente guitarrista–, me regalaron ese ratoncito y como no lo dejaba en casa porque se podía perder, un día me lo puse en el afro, ahí se acomodó y yo sentía que estaba conmigo”.

Ante el éxito incorporaron más canciones propias para los conciertos donde eran recibidos como estrellas. Así surgiendo otros éxitos: Dame tu amor, En tu corazón tengo un lugar, Jaque mate, Chévere che, entre otros. Cuántos años estuvieron juntos, indago y responde: “Tres nada más. Creo que fue de 1972 a 1975, por ahí. Nosotros nos peleábamos a cada rato. Éramos unos muchachos que no teníamos un guía, un mánager”.

Después conformó la banda Mafia y empezó a hacer canciones para artistas nacionales y extranjeros, por ejemplo, los primeros temas inéditos de Jinsop: Flores y claveles, Ven chiquilla, ven –que vendió 100.000 discos– o Vuelve a mi lado, que grabó el argentino Indio Bravo Molina. “Eran grandes artistas y el éxito era de ellos. Uno solo pone los rieles, pero es el tren el que avanza o se queda”, asegura Pacheco, que componía desde temprana edad.

Durante una temporada se retiró de la música, estudió tecnología médica en anestesia, se graduó y trabajó dos años en el hospital del Seguro. Pero la música volvió a tocar sus puertas. En 1978, fue contratado por la cantante Betty Missiego y por 5 años se instaló en Madrid donde, a sus 30 años, estudió instrumentación y orquestación.

A su regreso, participó con Jesús Fichamba en el Festival de la Canción Oti 85, como coautor y director de orquesta con la canción La Niña, la Pinta y Santa María. Luego volvió a ser líder de Boddega. “No es que me he quedado con el nombre –aclara–, cada integrante fundador lo puede usar. Simplemente, yo dejé la medicina y me dediqué a la música, que es mi vida”.

Los actuales integrantes de Boddega son Carioca –Francisco Andrade–, cantante; Felipe Quiroz, teclados; Pocho Soto, bajo; Antonio Cortez, batería; y Pacheco, guitarra. El 50% del repertorio son los temas clásicos de Boddega y el resto, éxitos de los años setenta.

Se han presentado en Miami y Nueva York, donde dice que los ecuatorianos lloran de la emoción, y en todo el país. Este septiembre estarán en Riobamba y Loja. Cree que Boddega siempre tendrá éxito porque las canciones están enraizadas en el corazón del público.

Hasta de los jóvenes que las escucharon a través de sus padres y porque rotan en videos por You Tube. “Tocamos nuestro repertorio y transportamos a la gente 40 años atrás. Jorge, tú escuchas a Boddega y en ese momento bajas 40 años”, manifiesta entre risas.

Además de sus shows con Boddega, Pacheco da clases en su Instituto de Arte y acompaña musicalmente a su esposa, la cantante Silvana. Recientemente hizo realidad un antiguo sueño: Es autor de la obra musical de teatro Mr. Juramento, inspirada en la vida artística del inmortal Julio Jaramillo. “El público que ve el espectáculo es tan sensible que termina llorando”, comenta con orgullo y refiere que existen planes de presentar esa obra en el exterior.

La tarde cae, Gustavo Pacheco agarra su guitarra, la empieza a tocar y reflexiona: “A mis 60 años, me defino como un hombre realista y un poco loco, aunque si me agreden contesto. Pero, asimismo, soy amigo hasta la muerte”.

Es el hombre sin cabeza que nació atado a las cuerdas de una guitarra y así estará por siempre. Mientras tanto, vuelve a tocar y cantar: “Yo me he sentido como un hombre sin cabeza/ Por no tener un amor, no tener felicidad/ Pero a mí lo que más me interesa/ Que juntándome a ti viva una eternidad”.