Por Jorge Barraza
jbarraza@uolsinectis.com.ar.- “Los punteros ya no existen”, es una voz en coro que aturde al fútbol mundial desde hace años. El domingo vimos uno: Cristian Tello, el joven veinteañero del Barcelona. Puntero-puntero, de raya. A no confundirse: no se trata de un iluminado, no es Garrincha ni René Houseman, a veces hasta parece limitado, pero posee una arrasadora potencia (conjunción de fuerza y velocidad) y actúa de extremo izquierdo neto.

“Nadie juega con punteros”, se escucha también a menudo. Nadie juega porque no los tiene. Si aparece uno, juega. ¿Por qué el técnico sacaría a Tello de la punta...? Si es su fuerte, si por ahí hace daño... Si naciera otro Garrincha ¿qué va a hacer el entrenador...? ¿Ponerlo de volante...? No, armaría un esquema al menos con un puntero para que el genio se exprese libremente y rinda a pleno. Esto es lo que demuestra que el estilo es el hombre.

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Tello no intenta cosas estrambóticas, hace la simple: la tira adelante porque sabe que gana. Y desborda. Y, generalmente, elige el recurso más devastador para una defensa: el centro atrás.

El centro atrás se inventó hace 150 años para evitar el offside. Luego se descubrió que era letal para el adversario, porque todos van corriendo hacia el arco, los defensas volviendo, los atacantes llegando; en ese instante la bola sale hacia atrás, el zaguero queda a contrapierna y el delantero la encuentra de frente a los tres palos, en situación óptima para definir.

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También Pedro es extremo-extremo, aunque más proclive a ensayar la diagonal. El puntero y el centro atrás son la prueba irrefutable de que lo bueno nunca pasa de moda. El wing, como en el caso de Tello, cuando aparece y tiene aptitudes, tiene lugar en el equipo. Y hace un daño irreparable al rival.

El centro atrás, aunque se intuya que cuando un punta desborda lo va a intentar, sigue siendo mortífero, porque ningún defensa puede quedarse parado a ver si el atacante tira el centro atrás o patea al arco: debe seguir la jugada y, por lo general, se pasa de largo.

Sucede igual con el tiro libre. Se ven pocos goles de esa factura. No porque sea una variante pasada de moda, es que no hay pateadores. No los hay porque los técnicos no ordenan practicar a quienes le pegan con técnica y potencia. Cuando aparece uno que remata bien, el tiro libre se torna moderno de nuevo, porque es un recurso magnífico para abrir partidos. Siempre hay alguna falta cerca del área. Quienes más han decaído en este rubro son los brasileños. Históricamente han sido artistas de la pegada. Cada falta cerca del área era gol inminente. Uno temblaba. Ahora hace tiempo que no vemos a un brasileño marcar goles seguido de ese tipo.

Ayer mismo hablábamos del juego con Carlos Jara Saguier, miembro de la más increíble dinastía de la historia del fútbol: 7 hermanos varones y los 7 jugaron en Primera División, 6 de ellos en Cerro Porteño, todos actuaron en clubes extranjeros o en la Selección Paraguaya. Tres fueron estrellas cerristas formando el trío de ataque del club: Enrique, Darío y Ángel. “El fútbol tiene dos funciones esenciales: recepción y pase. Sin eso no se puede jugar. Y con eso el éxito es muy factible”, proclama Carlos. Exactamente lo mismo nos dijo hace algunos años el ingeniero Manuel Pellegrini: “El fútbol es control y pase. Esa es la base”. Tal cual. Esto equivale a señalar que sin técnica no se puede jugar. Por mayor fuerza o velocidad que un atleta tenga, sin un mínimo de técnica no puede triunfar en fútbol.

Hace unos días, tras volver a ganar la medalla de oro en los 100 metros, Usain Bolt confesó que quiere jugar en el Manchester United. “La gente cree que estoy bromeando... Si Alex Ferguson quiere llamarme ya sabe dónde estoy. No aceptaría el reto si no me creyera lo suficientemente bueno... Sería el jugador más rápido en el equipo”.

No hemos visto jugar fútbol a Bolt, aunque de una cosa estamos seguros: apenas con un amague de un futbolista de primer nivel podría chocarse contra un poste. O romperse los ligamentos. O quedar desparramado en el césped. El fútbol requiere de una técnica. Se nace con ella. Y se perfecciona durante 30 años. No se trata de ser veloz simplemente, hay que saber parar la bola, dominarla, aguantar la carga del rival, llevarla en velocidad, eludir al que sale de frente, tocar en pared, enfrentar al arquero, rematar bien y definir. Y que la pelota vaya adentro... Es la diferencia entre el fútbol y los 100 metros llanos...