Yo usé gorra de reservista o “cristina” en el trágico mes de julio de 1941, durante la guerra no declarada con el Perú por la invasión de sus tropas a la provincia de El Oro.

Esta gorra, que aún se ve en estos días, la usamos los jóvenes de aquí en los ejercicios dominicales de las Guardias Nacionales, pertenecientes a los “reservistas” del ejército ecuatoriano, pero no de servicio activo, pues fue durante el problema con el Perú, en el gobierno del doctor Arroyo del Río.

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Me había presentado en enero de 1941 para calificarme para el servicio militar obligatorio. Después del examen médico se me declaró idóneo, pero no salí favorecido en el resorteo, por lo que no fui acuartelado y se me entregó la libreta militar Nº 020556, que conservo.

Así, al ocurrir el problema internacional, nos convocaron a la IV Zona Militar a quienes no habíamos estado de conscriptos, para que concurriéramos a instruirnos en el manejo de las armas.

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Entrené en el segundo batallón del Regimiento de Infantería Rocafuerte y su comandante de reserva era el mayor Ernesto Jouvín Cisneros.

Con apenas siete domingos de entrenamiento, casi nos mandan a la frontera, por lo que hubiéramos sido “carne de cañón” de los peruanos.

Practicábamos en García Moreno entre Hurtado y Vélez, frente al normal Rita Lecumberri, con fusiles viejos oxidados Mausser Manglitcher en el cuartel del Batallón Quinto Guayas, donde hoy está el colegio Ati II Pillahuaso.

Recuerdos de Hugo Delgado Cepeda, tradicionista.

Salud, fuerza y unión es tu bandera que nos cobija a todos como hermanos; y un solo corazón, monte y  pradera, palpita entre montubios y serranos.
Carlos F. Cucalón Vidaurre, guayaquileño.