Hace un par de semanas, una de mis alumnas me decía, con buen argumento, que la serie Spartacus no podía ser considerada como pornográfica “porque ese era el mundo de los romanos”. Mucha razón. De hecho, no se puede pensar en la magnitud de Roma sin concebir la fuerza, la determinación y el desborde que constituyó todo ese legado sociocultural.Spartacus no es pornografía porque ese no es su motor. El móvil de esta serie es el poder, el dominio del poder. Poder económico, social, poder físico, poder sexual (también, claro está), poder de las armas, poder de la imagen, poder del legado, etcétera. Con esa estructura, es obvio que visualmente la producción apunta a un televidente que no se sensibilice ante imágenes fuertes. La sangre, el sexo explícito y los diálogos subidos de tono no le pueden ser ajenos a ese guion impreso en papeles de violencia.El poder de la imagen se hace presente entonces. Y pese a que la sangre, los golpes y las muertes son parte medular del seriado, no se puede decir que están de más o son innecesarios. Cada gota está tremendamente justificada desde el orden de pertenecer a una de las culturas más sangrientas que ha visto la historia de la humanidad.Así se abre paso Spartacus, vive el origen, presentada como la precuela de Spartacus: dioses de la arena, y Spartacus: sangre y arena. Se exhibe apostando por una historia cargada de violencia digital, donde predomina lo visual frente a la construcción y la profundización de los personajes en la trama.Los excesos del poder son el hilo conductor de la serie que maneja un nivel de tensión simplemente espectacular. La edición de imágenes es la dueña de la magia en este aspecto. Entre los elementos que caracterizan a Spartacus, desde esta óptica, están: los fundidos a negro, las imágenes borrosas, los tinturados a rojo que a veces incluso recuerdan una estética del cómic.Claro que, dicho todo lo anterior, hay que reconocer que Spartacus no es una serie para todos los gustos ni para todas las estructuras mentales. Sin embargo, es una serie que debe verse con un criterio formado y desde la perspectiva del contexto histórico-social, de seres que para llegar a ser dioses y semidioses primero debían convertirse en salvajes que a toda costa lucharían por el pedazo de carne que les arrojaran a fin de satisfacer su ansia de poder.Lo que no se le puede negar a esta serie es que entrega lo que promete. Es promocionada como lo nunca visto en televisión y explota sin ningún tipo de reparos sus tres pilares: sangre, violencia y sexo. Calcando con menos medios tecnológicos y económicos el estilo de las batallas de la película 300, pero hay que reconocer, sí, que el guion de Spartacus se queda por debajo frente a la creación cinematográfica de Zack Snyder. De hecho, frente a tamaño monstruo, el producto televisivo pierde y presenta un guion sin pena ni gloria.Pero tengo que hacer especial mención a un actor, de entre todos los del reparto: John Hanna, quien da vida a Batiatus. Él es el dueño del ludus donde entrenan los gladiadores y el que compra a Espartaco en el mercado de esclavos. Veremos cómo el bueno de Batiatus va desde la casi ruina hasta convertirse en el hombre más poderoso de Capua, gracias sobre todo a su infinita ambición y a su mujer, una verdadera hiena-arpía interpretada por Lucy Lawles, a quien ya pudimos ver en Xena o en Galáctica. Sin embargo, John Hanna se come a todos los personajes de la temporada, interpretando a un ambicioso y corrupto romano sin escrúpulos.En definitiva, habrá quien piense que Spartacus, vive el origen es una precuela innecesaria de ver, llena de sangre y trama algo gore (por la que muchos sentirán repulsión). Sin embargo, pienso que hasta para repudiar algo hay que observarlo, y hasta el momento Spartacus no decepciona, sino que deja con ganas de ver más, porque su factor intriga se maneja de forma soberbia.Emisión: Domingos, 22:00, canal FX.