Este año, en el marco del Festival Internacional de Danza Fragmentos de Junio, se realizó por segunda ocasión la Muestra Internacional de Videodanza, un espacio que recoge trabajos tanto de factura ecuatoriana como extranjera y que la corporación Zona Escena, coordinadora de estos días de danza, considera fundamental para que quienes somos habituales consumidores de artes vivas podamos entrar en las nuevas dinámicas incorporadas en la disciplina que nos convoca.

Con este género, el videodanza se plantea que el espacio de la escritura coreográfica no es indispensable que se delinee ante los espectadores ‘en vivo’, sino que este puede ser también una pantalla. Asimismo, que la mediatización y la manipulación tecnológica del movimiento de un cuerpo pueden provocar nuevas formas de presente, de estiramiento del sentido; y, con ello, de presenciar el hecho danzario. La muestra se realizó frente a un público ante todo estudiantil, el del Instituto Tecnológico de Artes del Ecuador (ITAE), en cuyo Laboratorio de Teatro tuvo lugar. Se efectuó el jueves último.

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Los tres primeros trabajos llegaron a esta programación gracias a un aporte del Festival Nacional de Videodanza, que se realiza en Quito. El primero, una pieza de Paulina León, basada en el texto de Huilo Ruales Isabel deshojando Margaritas, que permite el encuentro no solo entre video y danza, sino también de estos dos con la literatura y la voz, generando así un juego de encuentros, tensiones y desencuentros, en el que las significaciones juegan y se multiplican. Luego, Anatomía del espacio, de Maïlys Ho y Sebastian Belmar, en el que espacios y alcances del cuerpo se juntan para delinear y profundizar en sus respectivas anatomías. Y, finalmente, Neblina, de Vera León, con Kléver Viera como intérprete, en el que el gesto cotidiano del andar de un hombre cualquiera en medio de la noche se vuelve danza.

Complementaron la exposición nacional Mano (Cuenca), dirigido por J. Martínez y G. Baculima, con coreografía de Ximena Parra y Rita Rodríguez, con una sencilla escritura en el espacio, pero con una textura de la imagen absolutamente cuidada en la estética. Y, para cerrar este rubro, Isolada, de Carolina Pepper, bailarina independiente de Guayaquil, en cuya producción trabajaron Ana Rivas (estudiante del ITAE) y Ramón Villacreses.

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La exploración que hace en la antigua cárcel de Guayaquil desde la danza y el impecable trabajo de edición permitieron que el abordaje de este lugar se vuelva una especie de metáfora de la desolación, de los extraños espacios íntimos de un lugar o de un cuerpo abandonado o en ruinas.

La segunda parte, correspondiente al rubro extranjero, fue variopinta también. Se abrió con Libre vuelo, de Bibiana Carvajal y Audrey-Anne Bouchard (Colombia-Canadá), en el que el cuerpo y el mar danzan con la misma sutileza y parece que uno fuera extensión del movimiento del otro. Perto demais, se enxerga de menos, de Valeria Valenzuela y LilYen Vass (Brasil), una suerte de retrato sobre cuatro jóvenes malabaristas de la calle que exploran su propio movimiento y el sentido de este en su oficio, en sus vidas. Luego, dos microvideodanzas, tan cortos, subversivos, como potentes, de la costarricense Milena Rodríguez. Y, finalmente, Libertad en movimiento, de Anna Asenza (Cuba), en el que una persona con discapacidad física danza y convierte su cuerpo en otro, en escena, gracias al encuentro con más bailarines.

* Crítica oficial del festival.