El panorama cultural se expande en Guayaquil, ciudad portuaria, reacia a los refinamientos y sutilidades artísticas. La periodista guayaquileña, Janina Suárez Pinzón, quien está cursando una maestría en Buenos Aires, es responsable por los conciertos que está brindando el trovador bonarense Martín Alvarado en Guayaquil.

Esta joven gestora cultural, de aguda percepción, y de nombre escénico Jina Kusikawasay, en combinación con Ramón Sonneholzer le han ofrecido a Guayaquil la oportunidad de salir del estereotipo cultural.

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Es así como, en el auditorio del Museo Municipal, con buen sonido y la experta veteranía de Francisco Valencia en piano, un sonriente trovador con pelo largo llamado Martín Alvarado empezó el recital con algo llamado la Milonga del Trovador, compuesta por Astor Piazzolla, genio incomparable del tango progresivo, que propone reflexiones étnicas a nuestros orígenes diciendo Nostalgia, la llevo en la oreja del corazón.

Ya con la segunda canción, un vals muy suavecito, de corte totalmente lírico, quedó clarísimo que este era un artista realmente original. Desde el inicio cantó en registros muy altos, de notas muy finitas y delicadas, para luego, modular la canción, y mostrar todos los registros medios necesarios.

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Rotando la interpretación con canciones propias, llegamos a Mujer y Amiga, gran enfoque sobre las relaciones de parejas, con verdadero romanticismo que habla de “querernos con nuestras miradas”. Un devastador comentario sobre el machismo errado y obsoleto cantado en tonos muy altos, con intimidad y nostalgia.

Pero fue, ya con el “chamaco” Valencia en el escenario reconocible al instante que interpretó tango clásico haciendo La Cumparsita y luego Volver tan ligado precisamente a Carlos Gardel, aquel paradigma que definió precisamente los esquemas que definen al cantante de tangos y que Martín Alvarado pone de cabeza.

No hay tal barítono sentencioso del clásico tanguero. Mas bien hay una vocecita, muy alta y sensitiva que se abre paulatinamente, sorprendiendo a medida que redondea toda la canción con exactitud. Siguiendo el clasicismo del tango, cantó Uno con más despliegue, mucho feeling y excelente manejo de registros bajos.

Su versión de Alfonsina y el mar para muchos desagradable por irreconocible brindo, un final de belleza memorable en su particularísima forma de vocalizar registros altos.

Cantando su propia composición ratificó aquella preocupación con el amor que dice “sé que aquí me quedaré con vos hasta el final”. Lo mejor de la noche, sin lugar a dudas, fue La misma Pena, una de las pocas composiciones de Piazzolla que no es conocida, y con letra maravillosa de Esposito que dice: “Cuando el silencio es impostado es más atroz. Mi soledad no cree en Dios”.

Martín Alvarado hizo una demostración de como un verdadero artista siempre rompe los esquemas.