Desde la época medieval Jesús ha sido objeto de obras poéticas y de narraciones llenas de religiosidad. Incluso autores del famoso Siglo de Oro español le dedicaron poemas y villancicos. Tal es el caso de Lope de Vega o Tirso de Molina. En el teatro, Calderón de la Barca usó al personaje como parte de algunas de sus obras.
En tiempos más modernos, Óscar Wilde lo incluye en algunos de sus cuentos, como El gigante egoísta, en el que la imagen de un niño Jesús con las huellas de sus llagas se aparece al protagonista del cuento para llenarle su corazón de ternura y de solidaridad con los niños que quieren jugar en su jardín.
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En el siglo XX, las narraciones sobre el Mesías van cambiando y alejándose de los dogmas de los Evangelios. Incluso su vida y el mensaje que transmite interesan a autores tanto católicos como los no apegados al cristianismo.
Giovanni Papini en su libro Historia de Cristo (1921) muestra a un personaje alejado por completo de la imagen institucionalizada por la Iglesia. El Cristo de Papini está lleno de energía y vitalidad, rechazando de manera tajante todo aquello que perciba como proveniente del poder, tanto político como económico. En uno de los fragmentos de la obra, se menciona: “Jesús podía nombrar, en sus parábolas, las monedas; podía mirarlas en manos ajenas, pero tocarlas, no. Le repugnaban, con repugnancia cercana al horror. Todo su ser se rebelaba ante el pensamiento de un contacto con esos sucios símbolos de la riqueza”.
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Pero si Papini proponía a un Jesús con una aversión a toda muestra de ostentación y riqueza, el griego Nikos Kazantzakis, hace una propuesta más radical y se podría decir subversiva con su novela La última tentación de Cristo (1951), que le valió censuras y críticas severas de parte de la Iglesia ortodoxa griega, aunque el escritor se defendió aduciendo que su novela era ciento por ciento ficticia.
La propuesta literaria era dura: Cristo crucificado imaginando su vida como un ser normal, con una familia en medio de su comunidad, renunciando a su papel de Salvador, trastocando completamente el curso de la historia conocida. La grandeza de la obra de Kazantzakis es la decisión del Nazareno de asumir su real papel y renunciar a la tentación de las comodidades para entregarse al sacrificio y a la muerte. La frase que está al inicio de la novela es quizá la que mejor define la vida de Jesús: “Cada instante de la vida de Cristo es una lucha y una victoria”.
Otra obra polémica es El Evangelio según Jesucristo (1991), del Nobel de Literatura portugués José Saramago, criticada por varios sectores de la Iglesia que consideraron la obra como blasfema, y que llevó a su autor a abandonar Portugal. Es una crítica a los dogmas oficiales de la Iglesia y una visión revisionista de los Evangelios. Saramago apuesta por un Jesús lleno de dudas, que no acepta en muchos casos los designios de su Padre, que convive con María Magdalena, y que termina crucificado comprendiendo que su destino era inevitable.
Pero si en Europa se manejaba en muchos casos de manera irreverente la imagen del Nazareno, en América Latina se prestaba para la reivindicación de los sufridos y humillados. En la década de los sesenta se comienza a generar la Teología de la Liberación, y Cristo es una especie de líder rebelde que busca la liberación de los pueblos mediante la lucha contra la explotación.
En ese marco, Demetrio Aguilera Malta escribe su novela Siete Lunas, siete serpientes (1970), en la que en un pueblo típico de América Latina tenemos a un Cristo quemado que no duda en bajarse de la Cruz para golpear a los que abusan de los desposeídos. Aguilera plantea en su novela el enfrentamiento entre dos formas de ver la religión: la que está con los poderosos y la de los humildes. El Cristo de Siete Lunas está con los pobres.