Cada vez que Jaime Yacelga abre su computador portátil, en el angosto puesto de ropa otavaleña de su madre, la corta y adoquinada calle San Francisco se convierte en un improvisado auditorio que reúne a familiares, amigos y vecinos comerciantes que insisten en ver todos los videos recopilados del reality alemán, donde Leo Rojas resultó el nuevo Super Talento artístico.

Jaime es primo de Leo, sus madres son hermanas, otavaleñas, que por su actividad comercial trasladaron la residencia de sus familias a Cuenca hace más de tres décadas; sus hijos se criaron como hermanos, la mayoría nació en esta ciudad, incluso el ganador, a quien bautizaron como Juan Leonardo Santillán Rojas.

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En San Francisco se siente un ambiente festivo y sus comerciantes sonríen más desde que su coterráneo empezó a ser famoso. Cuencanos y turistas conocen el portal de los otavaleños, porque a lo largo de una cuadra se expenden, en plena vereda, ropas y tapices tejidos en telar, con motivos y colores que caracterizan su cultura.

La fama no les llena de orgullo, el arraigo de su sangre indígena enciende sus miradas. “Mi hermano no participó por fama, sino por su pasión: la música, y desde que se fue difunde nuestra cultura”, dice Miriam Torres, la segunda hermana, quien se encarga de los cuatro menores que van a la escuela, mientras su madre, María Juana Santillán, visita a Leo y a su esposa en Alemania.

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Esta familia de emigrantes recuerda que mientras todos miraban cómo Leo competía en torneos intercolegiales de natación, su interés por la música y los instrumentos andinos crecía paulatinamente. Y encontró respaldo en el hombre que contagió este interés, su padre Segundo Torres.

Según Miriam, su padre conocía Europa, ya que desde muy joven tocaba sus instrumentos musicales en las calles, como una forma de ganarse la vida con la mayor de sus pasiones. Eso y sus anécdotas motivaron al primogénito, quien le pidió ayuda para hacer lo mismo a los 16 años.

Jaime, con quien Leo iba a la escuela Eugenio Espejo y luego al colegio Unedid, recuerda que su tío impuso que su primo aprenda inglés para empezar los trámites de viaje. Acudieron a un amigo pintor extranjero, Miguel Tirizaray, quien residía en el tradicional barrio El Vado y en tres meses aprendió lo elemental de ese idioma.

Seis meses después sus primos recuerdan que en caravana llegaron al aeropuerto de Quito para despedir al más pequeño de todos, en el año 2000.

El contacto nunca se perdió, por eso sus primos vivieron, a través de las llamadas telefónicas, las experiencias de un adolescente tratando de adaptarse a una ciudad europea, en pleno invierno, que fue cuando Leo llegó a Alemania.

“Llegó con su música a las calles, trataba de agradar a un público de otra lengua y otras costumbres. La primera vez que tocó le invadió el sentimiento, recordó a toda la familia, las costumbres y la patria, lloró y eso le dio fuerzas para emprender la indefinida aventura lejos de lo que más ama”, dijo Galo Yacelga, otro de los primos con quienes compartió el interés musical en el Ecuador.

Nuevamente fue su papá quien, con la experiencia, le enseñó el idioma y las cosas más importantes que lo ayudaron a superar los obstáculos y adaptarse con rapidez, pese a su corta edad.

Las personas que pasan por el portal escuchan estas historias y ríen con la familia, preguntan si será posible conocer en persona al artista indígena que representó a los ecuatorianos. “Leo siempre viene, la última vez que estuvo aquí el año pasado no quiso perderse el famoso seco de huevo, o más conocido como arroz con huevo que les preparaba cuando yo tenía 12 años y nuestras mamás se iban a Otavalo varios días para traer mercadería”, recuerda Jaime y continúa la alegría.

Por internet
Leo contó a su familia que participaría en el programa televisado. Desde entonces todos se reunían al cerrar sus puestos para en la noche juntos abrir la portátil, ingresar al internet y ser parte del espectáculo. Aunque tenían que superar la diferencia horaria, no se perdieron ni una sola de las presentaciones planificadas por la producción del programa. Lo vieron clasificar entre los 24 talentos seleccionados, de los 42 mil inscritos y luego quedar entre los 10 finalistas de las dos galas que por separado presentaron a 12 competidores cada una.

“La primera vez que lo vimos saltamos de emoción y más al ver que el jurado y el público conmocionaron al punto de llorar”, señaló Galo. Pero vibraron más en la final, desde el principio.

“Al verlo sobre ese caballo blanco, con nuestros trajes típicos, el cabello suelto y la magnífica interpretación de nuestros instrumentos se nos hizo un nudo la garganta, pero la que no aguantó y arrancó en llanto fue mi esposa Blanca y mi hija Indi”, sostuvo Galo.