Navidad siempre es un tiempo de reflexión y unión familiar para mí. Es cuando en realidad se disfruta en familia la felicidad de estar juntos en oración y armonía con música y anécdotas. Mi mejor regalo espiritual fue ese, estar junto a mi familia.
Así fue la Navidad del 2010, cuando por primera vez después de muchísimo tiempo por fin estábamos juntos todos. Mi papá Elías, que hoy ya no está con nosotros, mi mamá Astrid, mi hermana Teresa, mi cuñado Gustavo, mis sobrinos Holbach, David, Daniel, mis hijas Astrid y Vivi, nos reunimos en esa Navidad, porque mi hermana no vive en Guayaquil y vinieron todos ellos acá a pasar las navidades.
Publicidad
Nos quedamos conversando hasta las cuatro de la mañana alrededor de la mesa, luego de la suculenta cena que mi madre preparó como todos los años. Reunidos estuvimos oyendo los chistes que mi papá contaba y que nos hacían reír.
En cambio, el regalo material más bonito que recibí en algún momento de mi vida, fue a los 5 años cuando mis papás me dieron un piano de cola de juguete de color negro.
Publicidad
Con este piano, con el que quedé maravillada, no paraba de jugar un solo instante. Cuando me lo dieron me pasé todo el día jugando, tocando las teclas. No me desprendía del piano ni un solo minuto. Además, tenía un banquito chiquito en el que me sentaba y podía tocar mejor. Ese fue mi mejor obsequio. Cuando me iba al colegio quería regresar rápido para seguir jugando. Aún lo mantengo conmigo al piano, lo tengo guardado.
Ese fue el indicio para mis padres de que la música iba a ser el amor de mi vida, porque a los 7 años, dos años después, ya estaba estudiando piano en la Academia Santa Cecilia de la maestra Lila Álvarez García.
En la actualidad ya tengo un piano de cola real, pero exactamente igual al que tuve en mi niñez, porque a los quince años mis padres me lo obsequiaron.