Alejandro Ormaza tocó el primer concierto impecablemente, serenamente, sin mayor expresividad corporal durante el allegro y el rondó, dejando fluir sin embargo su sentimiento en el segundo (romanza-larghetto).

Chopin, al hablar de esta romanza dijo que deseaba expresar melancolía, romanticismo “lo que se siente frente a un paisaje iluminado por la luna”.

Publicidad

Conrazón tiene un no sé qué de los nocturnos para piano solo. Extraño concierto si se piensa que Chopin fue esencialmente un compositor de piezas para piano, no un arreglista. Se siente cuando se escucha la versión de este concierto para piano a cuatro manos.

Muchas veces se ha criticado la simplicidad de la orquestación que unos incluso atribuyeron al violonchelista Auguste Franchomme. Es evidente que no se puede poner este concierto a la altura de los que escribió Brahms, pero precisamente porque se destaca el piano, sobre todo en el gran final donde se lució Ormaza, la obra resulta entrañable. Curiosamente la introducción del primer movimiento alcanza casi los cuatro minutos.

Publicidad

Con honda tristeza conocimos aquella noche la nueva adquisición del Centro Cívico: un piano cuarto de cola que parece minúsculo, casi cómico, en el inmenso escenario donde se necesita obviamente un grand piano Steinway.

Las notas muy agudas se perdieron en una sala que no tiene tan buena acústica. Los bajos carecían de profundidad. La señora Evelina Cucalón de F. adquirió varios instrumentos, entre ellos, un clavecín, al morir dejó en la tesorería de la Fundación Sinfónica unos 150.000 dólares, de que adquirir ampliamente un Steinway como aquel que propusieron desde Hamburgo y se encontraba en excelentes condiciones.

Nuestra orquesta merecía un gran piano sin lugar a dudas. Sé de la fuente más fidedigna que doña Evelina deseaba dotar del mejor instrumento a nuestra orquesta.

La sinfonía número 7 de Prokofiev sorprende cuando uno tiene presente la complejidad de los cinco conciertos para piano. Recuerda de cierta manera la primera sinfonía conocida como “clásica” pues ambas resultan fáciles de escuchar pero incluyen de pronto sorpresas armónicas.

El protagonismo casi constante del piano (Ekaterine Poukhiria) , del arpa (Tetyana Makeyenko), la pulcritud de los timbres instrumentales, el dinamismo, la energía, el insistente tema de las cuerdas en el primer movimiento, ciertos toques de contrapunto barroco, el delirio del vivace final con sus sonoridades brillantes, su ritmo cautivador ora de cabalgata, ora marcial pero siempre obstinado, la instrumentación muy rica: todo nos llevó a saborear una obra de excepcional musicalidad, limpidez magistral en todas las líneas melódicas.

Leí hace poco que Prokofiev había confesado a Rostropovich que el final exultante, triunfal, apoteósico, había sido usado con la sola finalidad de obtener el Premio Lenin. En ciertas grabaciones, esta parte ha sido eliminada. En todo caso estuvimos frente a una sinfonía que maneja la melancolía, el humor más ácido, el pesimismo solapado.

Creo que donde más encontramos esta faceta festiva y sarcástica de Prokofiev es en el último movimiento de la quinta sinfonía. Quizás por ello es tan popular, o tal vez porque la música puede expresar en forma de broma un pesimismo latente.

El final de la quinta sinfonía frisa de repente la mascarada, el frenesí testarudo de un ritmo endemoniado. Hasta me atrevería, escuchando los últimos acordes a hablar de un jocoso apocalipsis...y eso significa humor en cualquier parte, lo que sabían muy bien manejar Prokofiev y Shostakovich.