Patricia Villarruel
MADRID.- En el paso arriesgado pero magistral de lo conmovedor a lo absurdo transita el registro que intenta explorar más Andrés Neuman. Hacerse el muerto (Páginas de Espuma), su nueva obra, es una reivindicación de la tragicomedia como principio moral. Resultaría opresivo afirmar que los más de treinta cuentos responden a una estructura, un estilo o una temática determinada. Son reflexiones de sintaxis envolvente y musicalidad en el tono que revelan a un escritor encantado con las posibilidades de la narrativa breve. Siete años ha tardado en que vean la luz estas piezas sobre ensayistas que filosofan en un urinario, sobre una pareja enamorada de lo que no hace, sobre una monja que prefiere dedicarse a los placeres carnales. Está el recuerdo de su madre y de la enfermedad que le quitó la vida. Dolor y humor. La pérdida como revulsivo. El autor argentino ganador del Premio Alfaguara de Novela con El viajero del siglo habla en esta entrevista con EL UNIVERSO de este nuevo ejercicio experimental con mirones, asesinos, funcionarios aduaneros, agentes inmobiliarios, políticos como protagonistas.
¿Por qué nos gusta tanto hacernos el muerto?
Pensar en la muerte nos da una especie de conciencia póstuma del placer y a través de esa conciencia empieza el que en mi opinión es el verdadero hedonismo del que se sabe perfectamente mortal.
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Hay diferentes formas de pensar en la muerte.
Por supuesto. De manera depresiva, casi como una tentación. Y, de forma vitalista, como un destino inevitable que te urge a amar, a gozar, a reír pero que es un amor, un placer, una risa con un fondo melancólico y un regusto a miedo. Y en esa mezcla de diversión y de dolor, de lo terrible y del humor está el título.
¿Puede la ausencia revitalizar al ser humano?
No siempre es fácil. Cuando se pierde a un ser querido, uno tiene la sensación de que la vida se ha acabado. La muerte puede abrumarte o hundirte. La verdadera alegría es la que procede de haber derrotado, a duras penas, a la tristeza.
Pero en esta recopilación de cuentos el humor y el dolor se dan la mano.
Cada vez me interesa más la tragicomedia. Los tonos puros tienen en el fondo algo de anestesiante. Si miro una comedia lo que se espera de mí es que me ría; si es un drama, que llore. La tragicomedia descoloca. Uno no sabe si debería reír o llorar. Cuando escribo tiendo cada vez más a introducir golpes de humor en momentos de tragedia o golpes de oscuridad en un texto que parecía humorístico. Ese cambio de registro me interesa mucho. Creo que se parece más a la ambigüedad de la vida.
¿Qué es lo que lo ha llevado a ir por ese camino?
Supongo que la incansable contradicción de la vida y su peculiar sentido del humor que es, básicamente, negro. Me he pasado la última década recibiendo noticias trágicas en momentos alegres o buenos de mi vida profesional y, por tanto, preguntándome si debería pasarme riendo o llorando. He tratado de trasladar eso.
Es que la vida es como una montaña rusa.
Sí. Se pasa de la alegría a la depresión con mucha velocidad. Esa montaña rusa emocional es deliberada. Los cuentos están ordenados para que ningún estado de ánimo dure demasiado tiempo. Creo que vivimos bastante así.
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¿Es, entonces, Hacerse el muerto un retrato de la vida misma?
Pero no porque lo que cuente haya ocurrido y todos hayan sido casos reales que reflejan la vida misma, no creo en esa idea literalmente periodística de la literatura; sino, porque las emociones que se construyen, los símbolos que se transmiten tienen que ver con la materia de la que está hecha la vida.
¿Por qué decidió hablar del fallecimiento de su madre?
Son textos que en un primer momento producen un efecto catártico en el autor pero el objetivo es compartirlos, que el lector se emocione y que lo disfrute desde el punto de vista del lenguaje. La literatura sirve para nombrar lo que nos duele y abrir los ojos ante lo que no queremos ver. Me movía la certeza de que el dolor que había experimentado era un dolor que podía fácilmente compartirse con dolores parecidos de muchísima gente.
En eso ayuda mucho el estilo de su narrativa.
No sé cómo hacer un autorretrato de mi estilo. A mí me gustaría que el lector sintiese algún tipo de temblor lírico unido a la eficacia narrativa pero no lo sé.
Lo que creo es que refleja mucha honestidad emocional.
Ojalá y se perciba así. ¿Cómo un autor puede hablar de su propia honestidad? Sería deshonesto.
Pero sí puede hablar de la musicalidad en el tono de sus narraciones y de su apego a los aforismos.
En los textos breves, disfruto al resumir conceptos y emociones en forma de aforismos. Es algo que me interesa mucho. Además, concibo el cuento como voz, como frases que se escuchan.
Me leo en voz alta lo que escribo y sobre todo escucho en voz baja el hablar del personaje y, si no lo escucho, no lo puedo escribir. Aparte de eso, hay un intento de estructurar musicalmente los libros partiendo de la idea de que el cuento es como la música de cámara de la literatura.
"Conchi, 56 años, divorciada, soñadora, rellenita, 1,60, rubia a su manera, creyendo en el amor pero faltándole". ¿Son reales los textos que como este se pueden leer en el cuento Vidas instantáneas?
Proceden de la lectura muy atenta de los anuncios por palabras que son una prueba de micronarrativa extrema porque se trata de personas que en 20 palabras deben decir quiénes son y qué desean. Se me ocurrió parodiar ese género y hacer todo un cuento de voces que se cruzan haciendo autorretratos muy cómicos.
¡Se atreve a parodiar hasta la masculinidad!
Me divertí mucho escribiendo Conversación en los urinarios porque tiene que ver con la mezcla de tonos que me interesa. Es un cuento que junta lo sublime con lo escatológico. Ocurre mientras dos tipos están orinando, el uno quiere pegarle al otro y de lo que hablan es de filosofía, teoría de género, semiótica.
Sorprende y expresa mucho humor el retrato de Sor Juana Inés de la Cruz.
Es un homenaje muy sui géneris a mi admiradísima Sor Juana convertida en monja mexicana del siglo XX que decide colgar los hábitos para fornicar a gusto. A los amantes les impone sus condiciones: que no la amen y que no se enamoren de ella porque no se puede ir al infierno por amor y ella quiere terminar en el infierno. Es una especie de monja fatal que va rompiendo corazones y colchones.
¿Se puede desprender alguna teoría de la observación en el Monólogo de la mirona o en la Teoría de las cuerdas?
Es una poética de la mirada a la vida ajena. Creo que la función más profunda de la narrativa tiene que ver con ser capaz de apreciar lo interesante de los demás y de contar vidas, recuerdos y fantasías de otros. En estos cuentos hay gente fascinada por los misterios cotidianos de los demás. En la Teoría de las cuerdas hay un segundo aspecto, el de la elipsis. No aparece ningún vecino de cuerpo entero, solo sus prendas de ropa. Te permite concluir que para imaginar y poseer un cuerpo narrativamente a veces se necesita solo un calzoncillo o un brassier. Esa mirada parcial o lateral pertenece a la mirada del cuento.
Hace cinco años que no publicaba un libro de cuentos, ¿qué le aporta el ejercicio de la micronarrativa?
La libertad de empezar de cero en cada pieza. Disfruto de los cuentos porque puedo decidir su estilo, refundar su estética cada vez que empiezo uno. La novela aporta la convivencia con los personajes, la disciplina adictiva de escribir todos los días, el sumergirse en un espacio y un tiempo que te absorben y te acompañan. En el cuento uno se siente liberado porque tiene la inquietud de no saber cómo va a ser el siguiente, ni argumental ni estéticamente. En una novela uno siente una serie de responsabilidades mínimas que tienen que ver con la arquitectura narrativa, el equilibrio entre las partes, el desarrollo de los personajes. Soy partidario de la literatura experimental, pero no de abusar de la paciencia del lector o de creer que todo el mundo está interesado en las divagaciones.
¿Cómo ha evolucionado Andrés Neuman?
Soy más inseguro y dudo más que antes. La experiencia no sirve para estar más seguro de uno mismo, sino para conocer mejor las limitaciones, errores y desaciertos. Esa fragilidad y ese temor han aumentado. Hay algo intrépido en la juventud extrema que uno va perdiendo, lo que viene después no es cobardía sino conciencia de la propia debilidad.
¿Y su cuento?
En términos estilísticos creo que me ha ido interesando más la emoción del personaje y un poco menos la espectacularidad del artificio. He ido perdiendo efectismo y me he ido alejando del modelo clásico del cuento. Cierta pirotecnia ha cedido a favor de las emociones, sin perder la efervescencia de la curiosidad y cierto gusto por el experimento.