Cuando un amigo incondicional se despide del mundo terrenal queda en la memoria de los que lo han conocido y transitado con ese ser sus vivencias ejecutadas a la luz del día.

José Mendiburo hace tres días se despidió de quienes seguimos inmersos en el deporte, en especial en la disciplina del fútbol. Dejó para siempre a los colegiados del arbitraje, se alejó del voluntariado como instructor de las reglas de juego, de estar en las reuniones sabatinas y dominicales del Interbarrial de balompié de EL UNIVERSO, se marchó de su familia y se distanció como escritor y columnista. Refrendó en vida estos perfiles: temperamento, carácter e idoneidad.

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Cientos de encuentros del fútbol profesional dirigió José y en cada lance, una vez finalizado el partido, se acercaban los jugadores a despedirse por su buen arbitraje y en ocasiones cuando la falta era considerada injusta por los protagonistas, de manera verbal y pertinente les daba a conocer que la infracción cometida era ajustada a las reglas.

En oportunidades observamos a José calificando a los réferis en teoría y práctica, era severo y consistente en sus decisiones, en poner la nota correcta a sus alumnos. Hasta la fecha ellos elevan su voz de gratitud por la enseñanza impartida.

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Fue vicentino, tomó con seriedad su sueño de ser árbitro hasta obtener de la FIFA la credencial máxima; la Confederación Sudamericana de Fútbol lo tenía siempre en la nómina de instructor de las reglas, apreció el arte de escribir y llegó a publicar varias obras y ser columnista muy leído en la temática del arbitraje. Se encaminó con discreción una vez retirado de las canchas deportivas a colaborar en programas vacacionales y en resaltar la importancia del deporte en edades infanto-juveniles.

Fue un personaje clave junto con Jorge Chedraui y Carlos Carpio en ubicar el espacio físico de la Ciudad Deportiva, considerado hoy como el templo futbolístico del niño.

José se nos adelantó, ya no caminará por las calles de Guayaquil; en su casa sus pasos serán recordados y sus amigos lo extrañaremos por todo lo que desarrolló. Nuestro pésame sincero a su esposa Anita, a sus hijos Boris y Byron y a su entorno familiar. ¿Dónde queda su silbato? Decimos que en la tierra y en el país que lo vio nacer: Ecuador.