Aunque no ganó el Premio Nobel de Literatura, la veneración que se le ha otorgado al escritor argentino Jorge Luis Borges en el mundo es la mayor —y quizá la mejor— muestra de la valía y permanencia de su obra. Su fama crece con el tiempo y se extiende con los años, pese a su muerte, ocurrida en 1986, hace 25 años. Autor de libros como Ficciones, El Aleph e Inquisiciones; Georgie, como era llamado en casa, tenía apenas 6 años cuando dijo a su padre que quería ser escritor.

A los 7 años de edad escribió en inglés un resumen de la mitología griega; a los 8, La visera fatal, inspirado en un episodio de El Quijote; a los nueve tradujo del inglés El príncipe feliz, de Oscar Wilde. Posteriormente, publicó ensayos, cuentos y poemas. Su vasta obra ha sido objeto de análisis e interpretaciones. En 1961 compartió con Samuel Beckett el Premio Formentor, otorgado por el Congreso Internacional de Editores y fue el comienzo de su reputación en todo el mundo occidental. Años después recibió el título de comandante de la Orden de las Letras y Artes por el gobierno francés, la insignia de caballero de la Orden del Imperio Británico, el Premio Cervantes, entre otros galardones.

En 1955 fue miembro de la Academia Argentina de Letras. Al año siguiente obtuvo un doctorado honoris causa de la Universidad de Cuyo (Argentina). El mismo título se lo concedieron las universidades de La Sorbona (Francia) y la de Tucumán (Argentino), en 1977.