Como decíamos anteriormente, en la búsqueda constante de superación a través de torneos, al retorno del llamado Miami Spring Invitational, en el que a pesar de la falta de experiencia internacional en ese tipo de certámenes pude lograr seis trofeos de segundos y terceros lugares ya que en ese entonces, el campeón sudamericano Tomás Becerro de Colombia, se adueñó de los primeros lugares.

Estos trofeos constituían para mí mi más preciada posesión, pues desde que había incursionado en la natación y participado en los diferentes campeonatos, tanto provinciales como nacionales, nunca se entregaban medallas. Los directivos me decían, al terminar un torneo, “te las debo”, y hasta la fecha se han entregado.

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Con estos trofeos, a nuestro retorno, fuimos a los diferentes medios de comunicación, tanto escritos, radiales y televisados, para hablar de nuestra exitosa participación en el evento internacional. Luego del periplo los seis trofeos, los que limpiaba y pulía diariamente, en forma escalonada y ordenada, ocuparon en la sala de mi casa un lugar destacado, de tal forma que cuando llegaban visitas lo primero que observaban eran esa media docena trofeos, que estaban ubicados estratégicamente para que así sucediera.

Con más ahínco, debido a la motivación del viaje y los logros, continué con mi rutina diaria de un adolescente deportista: entrenamiento de madrugada, colegio, deberes, comida, descanso, entrenamiento, cenar, dormir.

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Así pasaron los meses hasta que un día papá me fue a buscar al Vicente Rocafuerte y desde la puerta del salón de clases me llamó. Su cara denotaba preocupación. Cuando me acerqué me dijo: “hijo, recoge tus cosas y vamos a la casa porque los la... nos visitaron”.

Pensé en ese momento que una pariente había llegado y entonces pregunté: “¿cúal Lola, Paredes o Panchana?”. Me respondió: “no hijo, lo que dije fue que los ladrones se metieron a la casa y entre las cosas que se llevaron están tus trofeos”.

Recuperado de la impresión, esa tarde emprendimos una cruzada a través de los medios de comunicación. En ‘Coctel Deportivo’, el programa radial de Manuel Chicken Palacios; diario La Razón, El Telégrafo, revista Estadio, y otros para tratar de que los malhechores que habían entrado a hurtadillas a la casa me devolvieran los trofeos.

Pero todo fue en vano. Los siguientes cuatro domingos recorrimos las llamadas cachinerías, sitios conocidos en la ciudad donde se vendían cosas robadas, pero sin éxito.

El tiempo transcurrió y logré nuevos trofeos, algunos muchos más grandes que los primeros, y medallas que hoy exhibo orgullosamente en mi museo de la ciudadela Alborada.

Me hubiera gustado mucho que los primeros seis trofeos recibieran a los visitantes como así lo hicieron una vez en casa, pero eso ya no es posible.