“De todo un grupo de amigas que éramos, él escogió a la chinita”. A Alice Guim se le ilumina la mirada y sonríe cuando cuenta su historia de amor con Raffaelle Magnalardo, un italiano que llegó al Ecuador a los 28 años, para trabajar en la empresa Molinos del Ecuador.

Los separaban las costumbres italianas y chinas, siete años de diferencia, pero los unían sus personalidades y el cariño que surgió desde el principio entre ambos. En 1957 se casaron tras un corto romance, pero una larga amistad. Alice y Raffaelle vivieron en Italia los tres primeros años de matrimonio. “Fue ahí cuando me enamoré de la comida italiana, por cómo cocinaba mi suegra”, cuenta Alice.

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A su retorno al Ecuador y para no extrañar los platos a los que la familia estaba acostumbrada, se compró una máquina sencilla para hacer tallarines al huevo. La utilizaba para los almuerzos y para darles esos gustos a su esposo y a sus seis hijos: Raffaelle, Fabio, Giancarlo, Mario, Gabriele y Alexandra.

En una de sus tardes de almuerzo recuerda que alguien dijo: “Pongamos un restaurante italiano” . Al principio sonó a broma, pero luego de analizar los pros y los contras se decidieron a abrirlo.

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El nombre fue lo que más tiempo les tomó. Entre los ocho integrantes de la familia coincidían en que querían algo delicado e italiano, pero no sabían cómo unirlo, así que hicieron una abreviación “Italian Deli”, como eslogan delicias italianas compañía limitada.

Fue en 1979. El centro comercial Policentro abría sus puertas en la ciudadela Kennedy y con este el Italian Deli, que surgía como una opción diferente de comida.

No empezó como restaurante sino como una pizzería que estaba ubicada en el local donde ahora es Aromas y Recuerdos. Luego de un tiempo de funcionamiento, los clientes le pedían más variedad. Así que dos años después, cuando la Junta de Beneficencia tuvo un local disponible, Raffaelle y Alice se cambiaron a ese espacio que conservan hasta ahora (junto a Pasteles & Compañía) como un restaurante.

Cuando se construyó el Albán Borja, Alice y su esposo decidieron expandir su negocio, que conserva esa esencia de cafeterías de antaño, con mesas y sillas metálicas y helados artesanales. Lo mismo ocurrió cuando apareció Mall del Sol.

Años de esfuerzo comenzaron a dar sus frutos y con sus hijos pudieron disfrutar y viajar a China, Italia y otros países.

Sentada en el piano de su casa, canta un bolero en voz baja y recuerda cómo a Raffaelle le gustaba contemplarla y oírla cuando ella entonaba una canción deslizando sus manos sobre las teclas.

Alice tiene un brillo muy particular cuando habla de sus negocios, de su familia, de su vida. Asegura que su matrimonio fue una bendición, que hacía una buena dupla con su esposo; él era el creativo y ella daba la palabra final. “Raffaelle no tomaba decisiones solo, siempre me preguntaba mi opinión”, cuenta Alice recordando y añorando a su esposo, que falleció hace diez años y con quien tuvo 43 años de matrimonio.

Sus recuerdos
Alice cambia un poco su rostro cuando habla de la pérdida de Raffaelle. Cuenta que fumaba todo el tiempo, que a ella no le gustaba y que eso “en realidad era lo único malo que tenía”.

Lo mató un cáncer de pulmón. Fue una gran pérdida y a Alice le tocó hacerse cargo del negocio con la ayuda de sus hijos. Con el tiempo vendió el local del Mall del Sol, pero sigue con el del Policentro, que fue donde se inició, y el del Albán Borja. También conserva Casanova, un restaurante ubicado en Urdesa que es administrado por su hijo mayor, quien lleva el nombre de su padre.

Alice vive ahora con su hermana viuda en un condominio de la vía a Samborondón. Se cambió de casa (vivía antes en Urdesa) para estar más cerca de su única hija, quien es más apegada a ella. Estar a pocas cuadras le permite visitar y almorzar o cenar juntas.

Cada paso que da, Alice tiene el fiel recuerdo de su esposo. No ha dejado de ir a sus negocios. Todos los días, como hacía con él, da el mismo recorrido para revisar que todo marche bien. Lo tiene presente, cuando camina, cuando toca el piano, cuando mira a sus hijos y nietos, que ya son diez, el mayor es piloto y la última de 3 meses.

A veces tímida, a ratos abierta a recordar aunque se llene de nostalgia, dice que siempre le da gusto saber que lo que empezó con una máquina casera se convirtió en una cadena de restaurantes que lleva 31 años de tradición.

Ahora quiere viajar a Italia como se lo prometió a su cuñada, quien la ayudó a montar el local y fue parte de su aprendizaje culinario. Ese que le ha permitido mantenerse en el mercado y apuntar a quedarse “de largo” ofreciendo delicias italianas.

Alice y Raffaelle
‘Siempre fuimos los dos’
Como en todo matrimonio existe un cabeza de familia, pero Alice asegura que en el suyo no fue así. “Rafaelle tomaba las decisiones junto conmigo y mis hijos, el negocio siempre fue de los dos”. Al perderlo, cuenta ella, se sintió tremendamente sola, pero no podía dejarse ver mal por sus hijos. Se puso al frente del negocio y cree que ha hecho un buen trabajo porque “Raffaelle desde donde sea que esté hace lo suyo”. “Tengo una familia muy grande, por eso es que me siento tan querida en medio de hijos y nietos”, dice esta empresaria de 76 años, que siempre sigue en pie de lucha.

Dicen de ella
“ Mi mamá tocaba al piano o el acordeón y mi papá cantaba, siempre cariñosos, toda la vida. Fueron el uno para el otro”.
Gabriele Magnalardo, hijo de Alice y Raffaelle