AP
WASHINGTON.- Lorenia Ton visita las morgues del sur de Arizona en busca de pistas entre los cadáveres de personas muertas al tratar de cruzar el desierto que nadie se ha llevado.
Puede ser un número telefónico escrito en el interior de un pantalón o un pedazo de papel en una mochila. Tal vez fotos de la familia, imágenes de santos o cartas de amor.
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"A veces no encontramos nada", dice Ton, empleada del consulado mexicano de Tucson encargada de tratar de identificar los restos y de enviarlos a México.
Para confirmar las identidades, el consulado envía muestras de ADN al Bode Technology Group Inc., un laboratorio privado de Lorton, Virginia, en las afueras de Washington, como parte de un proyecto que le ha permitido a decenas de familias a ambos lados de la frontera confirmar que sus seres queridos habían fallecido.
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Durante un viaje en abril, Ton se ocupó de un cadáver descubierto por un cazador. El hombre tenía zapatillas de tenis, un cinturón, unos pocos dólares y pesos mexicanos, una billetera, una gorra de béisbol y una tarjeta para votar. Se llamaba Agustín Gutiérrez Ortiz y tenía 34 años.
Jesús Gutiérrez Ortiz, de 37 años, residente en Bradley Beach, Nueva Jersey, describió a su hermano como un hombre trabajador, padre de dos hijos, que se fue de La Natividad, en el estado de Oaxaca, para ayudar a su familia. Informó de su desaparición a las autoridades en junio del 2009 y un año después se confirmó lo peor.
"Siempre le pedía a Dios que estuviese vivo, pero en el fondo sentía que había muerto en el desierto", dijo Gutiérrez. "Si hubiera podido ir en avión al desierto, lo hubiese buscado".
El laboratorio identificó a 47 personas desde que se instauró el programa hace dos años. Y tiene muchos otros casos pendientes.
Las muertes en la frontera llegaron a 492 en el 2005 y comenzaron a declinar, según el Servicio de Protección de Aduanas y Fronteras. Pero luego aumentaron de nuevo y el año pasado se registraron 422 muertes, comparado con las 390 del año previo. La mayoría son atribuidas al calor.
Hasta el 31 de agosto se habían registrado 332 muertes este año.
Esas cifras incluyen únicamente los muertos hallados por la patrulla de fronteras, no los encontrados por las policías locales, organizaciones defensoras de los derechos de los inmigrantes, hacendados y demás.
Bode recibe cadáveres mayormente de Arizona.
Los restos son encontrados por las rutas que siguen los indocumentados que intentan ingresar al país ilegalmente. Algunos llevan más de un año en el desierto y están momificados o sólo quedan los huesos.
En México, las familias reportan las desapariciones de seres queridos a un banco de datos que incluye detalles como la ropa que vestían, registros dentales y tatuajes.
Si las autoridades encuentran un nombre en el cadáver, revisan el banco de datos. Si el cuerpo está en condiciones tales que puede ser reconocido, Ton le envía una foto a la familia. Si está en muy mal estado, le toman las huellas digitales para ver si esa persona había sido deportada alguna vez.
En base a esos datos, el consulado hace identificaciones preliminares y Ton se pone en contacto con los presuntos familiares.
"Lo primero que hacen es llorar, a veces gritan y hasta me cuelgan", relató. "Tengo que volver a llamar".
Ton dice que los familiares generalmente le cuentan que el pariente se fue en busca de mejores oportunidades. Algunos la llaman a diario para preguntar por novedades.
La confirmación definitiva se hace mediante análisis de ADN. Bode, cuyos expertos han trabajado en la identificación de desaparecidos en Argentina, Bosnia y el huracán Katrina, recibe fragmentos de huesos y los compara con muestras de familiares vivos.
"Le estamos dando una mano a la gente del otro lado de la frontera", expresó Sarah Bettinger, analista de Bode. "Es muy reconfortante cuando logramos identificar a alguien".
En algunos casos se han identificado parientes que murieron juntos, incluidos una mujer y su hija.
La comparación de ADN cuesta entre 900 y 1.200 dólares por persona. Las familias tienen la opción de hacer cremar los restos, lo que representa otros 800 dólares, o de recibirlos intactos, a un costo de entre 1.500 y 2.800 dólares. El gobierno mexicano costea los gastos.
"No hay que ignorar a los muertos", dice Julian Etienne, del consulado de Tucson. "Si no los identificas, son apenas un número".
Etienne señala que para los mexicanos es muy importante recibir los restos y enterrarlos como corresponde.
Cuando no hay indicios de la identidad de una persona, el laboratorio crea fichas con el ADN y las envía a las autoridades mexicanas, que continúan el proceso de identificación usando laboratorios nacionales.
Isabel García, copresidenta de la Coalición de Derechos Humanos de Arizona, dice que al menos una tercera parte de los cadáveres hallados en el desierto no son identificados.
Jesús Gutiérrez afirma que llamaba al consulado constantemente y que no dormía pensando lo que le podía haber sucedido a su hermano. ¿Dónde estaba? ¿Estaba vivo o muerto?
Pasaron varios meses, hasta que a principios de abril recibió una llamada de funcionarios que le dijeron que tenían malas noticias. Su hermano había sido hallado muerto en el desierto en Marana, Arizona, a casi 2.000 kilómetros de Oaxaca. El padre dio muestras de saliva que permitieron confirmar la identificación.
"Fue algo duro, pero al mismo tiempo había que aceptarlo", dijo Gutiérrez. "Por lo menos ahora sabemos lo que sucedió. Fue una pesadilla no saber nada".
Su hermano Agustín, quien nunca le dijo a su familia que planeaba cruzar la frontera, fue enterrado en el cementerio de su pueblo.
"Seguramente no sabía todos los peligros que lo acechaban, expresó el hermano, como el calor, la deshidratación y contrabandistas despiadados".
Jesús Gutiérrez dice que si su hermano se hubiese quedado, sería pobre pero estaría vivo.