Anda, me dijeron los panas, y escríbele a don Mario que lo felicitamos por su merecido Premio Nobel. Dile también que deberá estar feliz porque los 33 mineros chilenos, rescatados como un canto de buena esperanza, la misma esperanza que deseamos en Latinoamérica por días mejores desde hace algunos siglos.

Felicítalo por la universalidad de sus obras y dile que casi te encontraste con él en el Óvalo de Miraflores, en Lima, y que gastaste los zapatos al transitar por las avenidas Petit Thouars y Angamos, donde habitaba una linda limeña, de las que se inspiró Chabuca Granda por su Flor de la Canela en 1958. Tú tenías 24 años y el Nobel 22. Con La Ciudad y los Perros, ya en 1964, te fuiste de memoria por el Jirón de la Unión, subiendo hasta Callao para virar por la izquierda al llegar a la Plaza de Armas y cobijarte en la esquina de Camona, en el hotel Savoy.

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Dile a Vargas Llosa que te llenaste de ilusiones por el parque Salazar y las esquinas de Diego Ferré y José Larco, para caer por La Herradura y luego por el tranvía que salía del Bolívar por la Colmena y que llegaba hasta El Callao. Cuéntale que en el Grill Bolívar, de ese ancestral hotel de la plaza San Martín, gritaste de júbilo oyendo y viendo a Ignacio Jacinto Villa, Bola de Nieve, el fantástico cubano que mensajeaba con su piano temas de amor.

Cuéntale al arequipeño que ni bien llegaste a Lima tus compañeros empresariales peruanos te llevaron al hotel e inmediatamente al Teatro Municipal a farrear al baile de carnaval de ese febrero. Con tus amigos ¡qué fines de semana! por el centro, Miraflores y San Isidro, por el Country Club y el Ed’s Bar (¿existe todavía?).

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En 1975, allá por los meses de mayo o junio, llamaste al ahora Nobel a través de un conocido común, el intelectual guayaquileño Cristóbal Garcés Larrea. El contacto telefónico se produjo y lo invitaste para que asista al Primer Encuentro Iberoamericano de Cultura que realizaron en julio en el Municipio porteño. Recuérdale que él estaba en Santo Domingo, República Dominicana, y no podía venir porque andaba por allá buscando datos sobre lo que sería después su novela La Fiesta del Chivo (sobre el tirano Rafael Trujillo) y estaba supervisando la filmación, creíste, de la película Pantaleón y las visitadoras.

Que te alegraste haber cruzado algunas palabras con él, y te apenaste por la excusa que dio para no venir. En aquellos años García Márquez andaba por Europa y el brasileño Vinicio de Moraes estaba enfermo. Pero vinieron don Juan Rulfo, Heráclito Zepeda y Óscar Oliva por México; Haraldo Conti, por Argentina, que fue desaparecido por la dictadura militar del Plan Cóndor, y aprovecharon para expatriar, desde el país azteca, a Demetrio Aguilera y Miguel Donoso Pareja. Y tantos más que asistieron al Encuentro en pintura, escultura y teatro. Dile que eras concejal de Cultura y perdiste la oportunidad de darle la mano a él, a don Mario, antes de que sea Nobel.

Hoy perteneces a la legión de millones que leen con deleite sus libros y, en la mayoría de los casos, nos identificamos con las peripecias y azares de sus personajes. Eso me dijeron.

Don Mario Vargas Llosa, América Latina es una sola tierra, con pequeños desniveles culturales emergentes. Tenemos diversas banderas pero somos un solo pueblo grande y nos obligan a usar distintos pasaportes. Asiáticos, europeos o africanos, nos miden con la misma vara porque ellos no notan diferencias entre nosotros.

Usted, en algunas de sus obras, ha mencionado al fútbol y se ha proclamado hincha del Universitario de Deportes, uno de los grandes e históricos del Perú que ahora anda de capa caída. Ojalá con su presea levante su balompié y revivan los clásicos con los Íntimos de la Victoria, el Alianza Lima.

Pero aprovecho otra vez (la primera fue en febrero de 1997) para sintetizar en unas líneas de un brillante artículo suyo cuando comentó el Mundial 1982. El artículo ‘Maradona y los Héroes’ se reprodujo en la revista argentina El Gráfico: “es también el menos enajenante de los cultos porque admirar al futbolista es admirar algo parecido a la poesía pura o a una figura abstracta. Es admirar la forma por la forma, sin ningún contenido racionalmente identificable. Las virtudes futbolísticas, la destreza, la agilidad, la velocidad, el virtuosismo, la potencia, difícilmente pueden ser asociadas a posturas socialmente perniciosas, a conductas inhumanas. Por eso, si tiene que haber héroes, ¡que viva Maradona!”.

Naturalmente, nadie sabía que ya para esa época comenzaba Maradona su desgraciada etapa “asociada a posturas socialmente perniciosas...” reconocidas después por el propio Diego Armando.

No me da más el espacio. Ya ve que su Premio Nobel nos ha traído a mis panas y a mí gratos e imborrables recuerdos. Lo felicitamos Don Mario, lo sentimos como propio. Latinoamérica es una sola.