Cuando era muy joven, Paolo Marangoni escribía cuentos en su Italia natal. Incluso apareció en una antología de su país, dedicada a los noveles autores que podrían convertirse en grandes escritores en el futuro. Pero comenta que un día se preguntó qué tenía que decir, puesto que está convencido de que para escribir y, sobre todo, para publicar se debe tener algo que decir. Refiere que se sintió desconcertado y que, a partir de entonces, la escritura se quedó relegada a un segundo plano. Se dedicó a otras actividades, como la industria y la medicina, por ejemplo. Sin embargo, el gusto por la escritura permaneció y jamás dejó de leer. Es un consumado lector desde los 13 años.