Hace más de cuatro décadas George era solo George, no un solitario, no el único en su especie, no el sobreviviente en un hábitat afectado por la acelerada reproducción de cabras... solo una más de las tortugas gigantes que dominaban la isla Pinta, en el Archipiélago de Galápagos. Sus compañeros de genes habían muerto en manos de piratas que apetecían su carne o, años después, porque con la introducción de cabras su comida escaseó. Y George se convirtió entonces en el único representante de las Geochelone nigra abingdoni.