EFE
Valencia.-
Una de las heladerías con mayor tradición de la ciudad española de
Valencia, que ya ha popularizado sus productos entre locales de
restauración y clientes particulares, "deconstruye" platos típicos de
la cocina ibérica como la fabada, la tortilla de patatas o los
boquerones en vinagre y los convierte en helados para comer a mesa y
mantel.

"Me siento capaz de reproducir prácticamente cualquier
sabor", explica a EFE Félix Llinares, uno de los dos hermanos
propietarios de este establecimiento, regentado por cuatro generaciones
de la misma familia desde 1930.

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Aunque ahora sólo tenga a la venta
60, la heladería Llinares tiene un catálogo de más de 1.500 sabores
diferentes, algunos de ellos basados en bebidas alcohólicas, como el de
"baileys", el mojito o la cazalla, y otros apetecibles como el de pera
natural, violetas, anacardos o calabaza.

El tercer grupo de
helados, generalmente de sabor salado, es más difícil de clasificar: de
romescu -salsa típica catalana a base de tomate, ajo, pimiento y
especias-, boquerones en vinagre, salmón, gazpacho andaluz, lentejas,
vinagre de módena, tomate y el de tortilla de patatas, uno de los que
más tiempo llevan fabricando porque "tiene mucho éxito", asegura el
propietario.

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El propio Llinares reconoce que estos helados no "son
para comerlos en cucurucho", aunque sí los tengan a la venta en su
establecimiento de la plaza de la Reina de Valencia, donde muchos
curiosos recuerdan la heladería precisamente por estos productos.

Algunos
de ellos vuelven y se llevan envases de medio litro de helado de salmón
o gazpacho, para "quedar bien" en las cenas con sus amigos.
"Existe
un cliente minoritario de unos 40 años que se lo lleva a casa y lo
presenta a sus amigos, que busca algo especial, diferente a la fresa,
el mantecado o el chocolate de siempre", explica el heladero.

Llinares
reconoce que estos sabores no tienen gran aceptación en sectores de
público menos arriesgados, como los niños o los ancianos, que buscan
los cucuruchos de toda la vida, y que la salida para este tipo de
experimentación está sobre todo en la restauración.

La familia de
heladeros es capaz de "personalizar" sus productos en función de las
sugerencias que reciben, principalmente de cocineros que buscan algún
elemento original con el que maridar sus platos.

Félix y su
hermano tienen "varios amigos cocineros" que les "ayudan en esta labor
de maridaje: se reúnen, montan un plato y deciden cuál de los
ingredientes va a ser un helado".

Y los Llinares, lo hacen. Su
próximo reto es convertir en helado el queso de oveja viejo fabricado
por la empresa vallisoletana "Flor de Esgueva", que está "tan curado
que va a ser difícil de diluir", teme el dueño de la heladería.

No
obstante, confían en terminar pronto su fabricación y ponerlo a la
venta, como ya hicieron antes con el helado del queso de la
denominación de origen Torta del Casar, y con el de oveja valenciana
guirra, que utilizan ahora en su sabor de tarta de queso.

Para
llegar a ese punto, ha sido necesaria "la experiencia de cuatro
generaciones, tradición y muchos años de estudio e investigación sobre
el helado", y la voluntad de mantener siempre el equilibrio nutricional
en sus productos, ha precisado.

"Buscamos nuevos sabores,
tendencias y composiciones para acoplar el helado a un mundo más
amplio, para sacarlo de la golosina y del caprichito", añade.

Llinares
quiere que las madres vean en sus helados "una merienda" para sus hijos
porque están elaborados de forma artesanal. "Ya quisieran muchos
italianos tener los helados que tenemos nosotros", subraya.

En
época de crisis, los helados, que "dependen más del buen tiempo" que de
otra cosa, se siguen vendiendo porque, según el propietario, "si uno no
puede tomarse un helado, es que no puede salir a la calle".