Había una vez –hace unos 200 años para ser más precisos– dos hermanos, Wilhelm y Jacob Grimm, que vivían en el Reino de Hesse, ahora parte de Alemania. Les encantaban los cuentos de hadas y se dedicaron a coleccionarlos y publicarlos, para deleite de lectores de todo el mundo, jóvenes y viejos, por siempre jamás.

Usted pudiera celebrar el próximo bicentenario del debut de Kinder und Hausmärchen (Cuentos para niños y familias), la famosa colección de los hermanos Grimm publicada por primera vez en 1812, recorriendo los ordenados castillos falsos de Disney World junto con sonrientes mascotas con crinolinas.

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O pudiera hacer lo que yo hice, acompañado de mi esposa, Kate, y nuestra hija de 2 años y medio, Alice: conducir por la Carretera de Cuento de Hadas en Alemania, una ruta oficial pero sin señalamientos designada por funcionarios de turismo locales para promover sitios, algunos auténticos y otros imaginarios. La ruta de más de 560 kilómetros entre Fráncfort y Bremen serpentea por localidades que incluyen las casas reales de los Grimm y las de fantasía de La Caperucita Roja, La Bella Durmiente y Hansel y Gretel, junto con una mezcla de bosques ominosos, asombrosas torres e incluso algunos castillos genuinos.

Nuestro recorrido en la vida real empezó en el suburbio de Hanau en Fráncfort, el inicio oficial de la Carretera de Cuento de Hadas, y donde los hermanos vivieron desde que nacieron hasta los 5 y 6 años de edad. Su periodo en Hanau es conmemorado por una estatua en la plaza principal y una pequeña exhibición de objetos personales en el grandioso museo Schloss Philippsruhe de la localidad.

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Los Grimm vivieron otros siete años en la pequeña aldea anteriormente amurallada de Steinau, unos 55 kilómetros al noreste de Hanau, en una casa que ahora es un museo enfocado en la vida familiar de los Grimm. Mientras yo recorría salas ahora en construcción para una ampliación en el 2011 que incluirá exhibiciones interactivas y versiones internacionales de los cuentos en varias formas –libros, juegos, ilustraciones, películas–, Alice jugaba afuera en una versión de la jaula de Hansel.

El castillo de la ciudad, donde retozaron los jóvenes Wilhelm y Jacob, también tenía unas salas dedicadas a sus pertenencias, incluidas botellas de rapé, botes de tinta y biblias familiares. Después de Steinau tomamos y retomamos la oficial Carretera de Cuento de Hadas, que incluye varias localidades que no satisficieron mis criterios personales de ser una residencia de los Grimm o un escenario de cuento de hadas.

Lo segundo es, por supuesto, una contradicción: por definición, los cuentos de hadas no tienen lugar en algún calendario (“Había una vez”) o mapa (“En un castillo lejano”). Pero en la región donde los Grimm transcribieron los cuentos orales para la posteridad, ha sido un placer para los residentes locales y los visitantes de los dos últimos siglos aunar sus historias a lugares que podrían haber inspirado a los creativos hermanos, sin importar cuál laxa sea la conexión.

Nuestro siguiente destino, sin embargo, tenía un lazo directo: El rural valle del Río Schwalm también es conocido como Rotkäppchenland, o tierra de Caperucita Roja. El valle alberga el Museo de Schwalm, dedicado a la tradición textil del área. Durante muchos años en la región, las prendas de ropa indicaron estatus social; en el museo, fotografías desteñidas y maniquíes de cera muestran la jerarquía indicada por los colores.

Las personas ancianas usaban morado y negro, las parejas casadas jóvenes verde, y una niñita de esta área tenía que cubrirse el pelo con una caperucita roja. El valle está compuesto de granjas, colinas ondulantes y muchas áreas boscosas. Entré en una zona de estacionamiento a orillas del bosque, ignoré un ominoso signo de advertencia que no pude traducir y conté a Alice los cuentos de Caperucita Roja y Blanca Nieves mientras caminábamos entre altos y delgados árboles que filtraban los rayos del sol hacia el suelo del bosque cubierto de helechos.

Esa noche, entramos en la pensión que habíamos reservado en Kassel, ubicado en lo más lejano de la ruta, solo para descubrir en voz de la dueña que no tenía habitaciones disponibles. Sosteniendo a una Alice dormida, Kate hizo sonar el timbre de la puerta una segunda vez y convenció al amable esposo de la dueña de encontrarnos espacio.

Kassel es una piedra angular en la historia de los hermanos Grimm. Se mudaron ahí por primera vez para continuar sus estudios después de que murió su padre. Tras la universidad se volvieron bibliotecarios imperiales, viviendo en lo que es ahora Brueder-Grimm-Platz, marcada con una diminuta estatua de los dos hombres, y posteriormente en un domicilio cerca del Brueder Grimm-Museum (cerrado para una ampliación hasta algún momento del año próximo).

En su tiempo libre iban en busca de prolijos cuentacuentos. En las afueras de Kassel comimos en un restaurante al lado de la carretera, Brauhaus Knallhuette, alguna vez dirigido por Dorothea Viehmann, una agricultora y cuentacuentos que suministró a los hermanos escritores decenas de historias, incluida la de Aschenputtel o Cenicienta.

Mientras tomábamos revitalizantes cervezas destiladas en el lugar, vimos una reconstrucción en serio de los cuentos contados interpretada en alemán por una actriz con un gorro azul. A medida que la popularidad de los Grimm crecía, los viajeros en Hesse del norte empezaron a apartarse de los caminos principales para ver un castillo conocido por tener dos torres rodeado por bosques y matorrales de rosas. Las ruinas eran iguales al escenario de uno de mis cuentos favoritos, Briar Rose o, como se le conoce mejor, La Bella Durmiente.

El castillo, ahora llamado Dornroeschenschloss Sababurg, es en parte ruinas y en parte un hotel boutique deslucido (en medio de una extensa renovación), y es dirigido por Guenther Koseck, miembro de un grupo regional dedicado a preservar la herencia de los cuentos de hadas de los Grimm.

El hotel está lleno de curiosidades con el tema de La Bella Durmiente, sirve pasta con sabor a rosas y ofrece actuaciones del cuento real (el relato raya en lo kitsch). Pero la vista desde nuestra gran habitación –de grandes pastizales, animales pastando y bosques profundos– despertaba la imaginación.

El trecho final de nuestro viaje, a través de las aldeas rústicas de la Baja Sajonia, terminó en Hamelín, una localidad de set cinematográfico con ornadas casas de marcos de madera de la era renacentista que flanquean calles adoquinadas y peatonales.

Un recorrido por la ciudad es adecuadamente encabezado por su famoso salvador convertido en vengador, el Flautista. Michael Boyer, uno de los actores que interpreta el papel, es un expatriado estadounidense. El recorrido concluyó en la Rattenfangerhaus (Casa del Cazador de Ratas), un restaurante en un edificio de 408 años de antigüedad, donde los platillos especiales como el filete de cerdo Rattail Flambe atrapa a más turistas que alimañas.