Recurrir al insulto en las intervenciones presidenciales es la regla y no la excepción. Como el estilo tiene adeptos, en una mesa redonda realizada en la Casa de la Cultura Ecuatoriana, el 26 de marzo del 2010, escuchamos a una asambleísta referirse al poder de la prensa como “un poder del hijue…”.

Estamos convencidos de que la falta de elocuencia no justifica el insulto, pero si no hay forma de evitarlo, sugerimos ir a fuentes bibliográficas especializadas: Diccionario del insulto, Tratado del insulto, El arte del insulto, etcétera. Autores como Millán, Luque, Pamies, Manjón... ofrecen amplia información al respecto; y quienes precisan este recurso deben acudir a dichas fuentes para mejorar su oratoria en este género.

Para no quedarnos en el campo lingüístico,  analicemos las cifras de insultos publicadas por Ethos, más allá de su locus epistemológico: 171 insultos en 48 enlaces sabatinos, nos da una media de 3,56 insultos por enlace. Asumimos que estos eventos siguen una distribución de Poisson, y la utilizamos para calcular la probabilidad de que el presidente Correa repita uno o más insultos en los siguientes enlaces: 1 insulto (98%); 2 insultos (86%); 3 insultos (65%);... 9 insultos (1,4%).

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En otras palabras, es muy poco probable que nos libremos de los insultos presidenciales, así que lo único que podemos pedirle es que sea más imaginativo, o al menos amplíe el repertorio e ilustre a los jueces para que juzguen a todos estos infractores por igual. Pero si algún milagro ocurre y decide abandonar esta mala costumbre, podría fundamentar tan sabia decisión en las palabras de Diógenes de Sínope:  “El insulto deshonra a quien lo infiere, no a quien lo recibe”.

Hugo Romo Castillo,
Guayaquil