Conmemoración. Ecuador lloró hace 32 años, un día como hoy, la muerte de su ídolo: Julio Alfredo Jaramillo Laurido, quien inmortalizó canciones como Chica linda, Fatalidad, Cinco centavitos y Nuestro juramento.
Carlos Rubira Infante, Fresia Saavedra, Rosalino Quintero y Naldo Campos, artistas que compartieron con JJ, narran las experiencias y los recuerdos que tienen del también conocido como Ruiseñor de América.
Carlos Rubira Infante, cantante y compositor.
Tanto a Pepe como a Julio les enseñé música nacional en la Corte Suprema del Arte.
Publicidad
Recuerdo que yo lo conocí (a Julio) golpeando suelas, en Brasil y Coronel. El muchacho trabajaba con el maestro zapatero Pepe Treras.
Luego le enseñé música. Era tan cumplido (Julio) Jaramillo que llegaba siempre puntual a los ensayos. Era talentosísimo y siempre andaba muy bonito en sus presentaciones.
Publicidad
En esa época yo hacía dúo con Gonzalo Vera Santos, un gran compositor. Entonces en aquel tiempo Julio se fue para Colombia junto con su hermano Pepe y Ulises Santos.
Sin embargo, Pepe me dijo un día que hiciera algo con ese muchacho para que no cantara, para que mejor se dedicara a trabajar y a estudiar, y yo le dije: “Envidioso, por qué no voy a dejar que cante si lo hace mejor que vos”.
Me acuerdo que yo hacía un programa infantil en Radio América, en el que participaron Fresia Saavedra, quien también fue mi alumna, Julio, y muchos más. Ya como cantante, Jaramillo estuvo haciendo giras por Colombia y otros países, donde le iba muy bien.
En los ensayos de canto, Julio era muy disciplinado. Pero cuando llegaba a la casa no era muy cumplido que digamos, sin embargo, siempre fue una gran persona.
Rosalino Quintero, requintista.
A Julio lo recuerdo desde muchacho, cuando tenía unos 16 años y yo 22, entonces tuvimos una gran amistad, caminamos como buenos amigos y cuando él ya tenía sus 20 años comenzamos a grabar.
En 1956 grabó conmigo como solista mientras yo era director artístico de la casa Ónix. Entre esos temas están Fatalidad, Nuestro juramento, Alma mía...
Hicimos giras dentro del país, fue cuando apenas salió Fatalidad. Esta música fue un golpe fuerte en el Ecuador. Nos llevaban a todos lados. Pero en el año 1957, en nuestra primera gira internacional estuvimos en Lima, donde tuvimos 35 actuaciones en diferentes teatros y también en radios.
Cuando terminamos esa gira, él se fue para Chile y yo me vine de Lima, porque aquí tenía que grabar con otros artistas. Pero él llegaba de donde fuera y me buscaba para que grabáramos, por eso tengo unas setenta u ochenta canciones nacionales grabadas con él.
Julio era un chico muy callado, no hablaba mucho, pero observaba bastante. Siempre iba a sus ensayos conmigo. Cuando le tocaba grabar ponía sus cinco sentidos, pues era un muchacho muy inteligente, tanto que las cosas no era necesario decírselas dos veces.
En lo que fue poco tolerante o necio era cuando hizo el servicio militar. Si le daban franco dos días, él se iba una semana. Por eso estuvo casi dos años.
Él era muy generoso. No le importaba obsequiar dinero a quien lo necesitaba. A veces le decían: “Pero Julio, tú te quedas sin dinero, y él: ‘No importa, porque yo voy a alguna casa disquera donde venden mis discos y tienen que darme el dinero que necesite’”, decía.
Quizás si aún Julio viviera hubiésemos hecho muchos temas más de los que grabamos.
Naldo Campos, requintista.
Lo que más y mejor recuerdo de Julio Jaramillo, en esencia como ser humano, como músico y artista, es su incomparable voz, su canto inmejorable y su gran condición de amigo. Lo que puedo añadir a esto es que ese molde se rompió. No sé por qué Dios, cuando nació Julio Jaramillo, decidió que no hubiera otra persona que cante con tanta clase como el Negro Julio.
Una de las anécdotas que recuerdo es que cuando yo tenía 16 años, y vivía en Cuenca y la Séptima, mi hermana mayor, Holanda, decidió hacerme grabar música, aunque yo ya daba serenatas e incluso había hecho dos canciones.
Cuando fui a grabar, Rosalino Quintero estaba buscando un requintista y me preguntó: Naldito, ¿puedes grabar junto a Julio? Y yo le dije que sí, por supuesto. Era un honor.
Cuando ya estaba grabando, la presencia de Julio me impactó tanto que dejé de tocar y se dañó toda la grabación. Yo ahí me excusé y les dije: Discúlpenme, es que estaba tan extasiado escuchando a Julio. Jamás me olvidaré de eso, porque creo que fue la única equivocación que tuve en toda mi carrera.
Otra anécdota. Cuando yo estaba en Caracas (Venezuela), Julio me invitó a comer caldo de salchicha. Luego noté que andaba sin carro y cuando le pregunté sobre eso me dijo que la noche anterior estuvo de farra y que no se acordaba dónde lo había dejado.
Me dijo que lo acompañara. Llegamos a una concesionaria y ahí se compró un carro nuevo. Así era de loco el Negro Julio, pero fue un magnífico ser humano.
Fresia Saavedra, cantante.
Julio Jaramillo comenzó escuchando a su hermano Pepe en Radio América, en el programa ‘Cantares del Ecuador’. Luego Julio asistió allá y el director de los discos Cóndor, que era Wacho Murillo, quien después fue mi esposo, escuchó en Julio las canciones que nosotros interpretábamos en el ensayo. Eso fue como en 1950.
Ya al conocerlo, Wacho Murillo comenzó a ensayarlo y lo hicieron grabar conmigo, siendo eso sus pinitos. Se grabaron seis temas, pero más se escuchaban dos: Pobre mi madre querida y Corazón. Esos pasillos salieron a la venta y fueron como pan caliente cuando se escucharon.
Ya cuando se dieron cuenta de que Julio tenía una voz muy bonita, lo llamaron para que grabara una canción de Olimpo Cárdenas, ahí salió Jaramillo al mundo artístico, pues el tema de él estaba en boga, que era justamente Nuestro juramento.
La fama de Julio se dio afuera. En otros países era muy aclamado, muy apreciado. Antes de eso, aquí ofrecimos un concierto en el teatro Apolo y como no cantó los temas que el público quería lo pifiaron. Por lo que dijo: “Me voy afuera”.
A él lo recuerdo como un chico tranquilo, que nunca se creció por fama. No tuvo esas pretensiones que saben tener los jóvenes de ahora y se creen divos. Él (Julio) sí fue un divo, el que cantó todo lo que le dio la gana, hizo lo que le dio la gana y se fue haciendo lo que le dio la gana, con gusto. Él siempre me decía madrina, mi madrinita.